Mercè Aránega: “Me gusta cuando ves a aquellas parejas que se quieren tanto, pero no está hecho para mí”
Actriz
Mercè Aránega nació en 1957 en Buenos Aires, de padres exiliados en Argentina, y no vino a vivir a Catalunya hasta que tenía diez años. Con trece ya hizo de mujer de los lavabos en un restaurante de Barcelona. Esto, que parece su primer papel como actriz, fue su primer trabajo. Existe la tentación hiperbólica de decir que el teatro le salvó la vida. Lo que es seguro es que le dio otra en los mejores escenarios del país, donde trabaja desde hace más de cuarenta años "la" Aránega. Un pedazo de actriz, un pedazo de mujer.
Completa la frase: "Últimamente..."
— Ay, muchas cosas, pero sobre todo últimamente tengo mucha ansiedad porque he dejado de fumar hace algo más de cuatro meses. Tengo mucha hambre, me he engordado casi nueve kilos por la mierda esta de la ansiedad. Ayer me compré un paquete de chicles, de esos Orbyt, que son como pastillas, y me lo acabé.
¿Por qué has dejado de fumar?
— Porque ya era suficiente. Fumaba desde los 14 años y tengo 66, cuenta: 52 años fumando. Me daba mucha rabia pensar que a algo que me hace gastar tiempo, dinero y salud, yo no pueda decir que no. Pero todas estas adicciones tienen un pequeño monstruo dentro, que ahora me está diciendo "Te gusta fumar" para que vuelva a fumar. Una vez estuve diez meses sin fumar porque tuve nódulos y me operaron. Y volví. También te digo que si ahora vuelvo, ya no lo dejaré otra vez. Prefiero reconocer que soy débil.
Ahora en septiembre hiciste años. ¿Cómo fue tu última fiesta de cumpleaños?
— Espera, mi cumpleaños es el 10 de mayo, ¡eh!, Wikipedia pone septiembre y tengo una vecina que ha entrado y lo ha cambiado dos veces, pero hay alguien empeñado en decir que yo hago los años el 21 de septiembre. Al final he dicho: “Pa tí la pelota, guapo”. El 21 de septiembre y ya está. Pero la verdad es que no me acuerdo de lo que hice el día de mi cumpleaños.
¿No eres de grandes fiestas?
— Antes sí, pero con la edad cada vez menos. Cada vez tienes menos gente a su lado, y la gente tiene hijos y tiene nietos y tiene cosas. Ahora quizás quien lea esto me matará. “¿Qué significa que no hiciste nada? ¡Si hicimos una gran comida!” Pero no me acuerdo ahora. La memoria reciente me falla.
Pues vayamos a la memoria un poco más lejana. Tú viniste con 10 años de Argentina, donde tus padres vivían exiliados y tú naciste. ¿Cuál es el último recuerdo que tienes?
— Quizás el del barco y mi hermano llorando, pobrecito. Lloró mucho por venir aquí. Yo tenía la pena de dejar a las amiguitas, pero también la ilusión de descubrir un mundo nuevo. Normalmente, conmigo, estas dos cosas siempre van un poco juntas y, por tanto, las penas no son tan penas. Vinimos con el barco Cabo San Vicente. Tardamos 17 o 18 días. A medio viaje se hacía una fiesta, que era como el paso de Ecuador. Y también recuerdo un simulacro de accidente, o cómo se diga lo que ocurre en alta mar. Sonaban las sirenas, mi madre nos tenía cogidos a mí ya mi hermano, nos poníamos debajo del bote que nos tocaba, con otra gente, hasta que empezaban a bajar los botes y entonces terminaba el simulacro. Creo que también hicimos una fiesta de disfraces y un campeonato de ajedrez, en el que mi hermano participó. Ah, otro recuerdo que tengo muy grabado: la abuela por Navidad siempre nos enviaba a Argentina unas papelinas de almendras y piñones. Almendras como de bautizo, esas rosas y azules, y piñones blancos. Me encantaban. Eran una de las cosas por las que quería venir hacia aquí.
Dices que en ese viaje lloraba más tu hermano que tú. ¿Recuerdas la última vez que has llorado, fuera del escenario?
— No recuerdo haber llorado por nada que me haya pasado a mí, sino por alguna ausencia. Sí, por alguna ausencia humana... y también de perro, Mati. Ahora no, porque hace ya una semana que tenemos dos. Son de custodia compartida, viven con un amigo mío, en su casa, en el Moianès, pero de vez en cuando los tengo yo. Uno es un mastín de tres meses, que pesa 65 kilos, y le he puesto Fina, de nombre. Porque, claro, de fina no tendrá nada.
¿Cuál es la última vez que has vivido en pareja?
— Ah, bueno, es que depende, hay parejas extrañas. Lo que se llama pareja, pareja, lo que todo el mundo la ve y dice pareja, si te refieres a esto, hace 22 años. Luego ha habido otras cosas, que también eran como parejas, pero distintas. Diferentes de todo tipo, de toda manera. Dejémoslo así.
Esa idea de pareja que dices tú...
— Ay, no sé, no me dura nada, chico. No sé, me canso de todo. Es curioso, ¿eh? Y ahora que pasan los años, no sé si a más gente que vive sola le pasa, dices: “Hostia, qué bien estaría tener una compañía”. Pero entonces empiezas a pensar: “Mercè, ¿qué haces cuando tienes una compañía todo el día en casa, todos los días de la semana? Te agobias como una mala cosa”. Es una putada, porque a mí me gustaría, es superagradable. Pero deberías hacer así: “¡Desaparece!” Y eso no ocurre. Nadie desaparece. Me gusta cuando ves a aquellas parejas que siempre están juntos y quieren tanto, pero no está hecho para mí.
Claro, es que en el teatro cada dos o tres meses cambia de obra y de compañeros. Ahora imagínate que esta obra que estás haciendo en el Teatre Borràs la tuvieras que hacer todos los días de la vida.
— ¿Cada día de la vida? Creo que no. Por eso debo haber escogido este trabajo.
¿Cuál es el último trabajo que tuviste antes de ser actriz?
— Recepcionista en Laboratorios Carreras. De los 17 hasta los 21 años, más o menos.
Siempre hablas de tu madre de una forma muy especial. ¿Cuál es la última vez que has pensado en ella?
— No sé si pienso en ello cada día, pero muy a menudo. Mi madre me tuvo con 45 años. Era viuda de guerra, conoció a mi padre en 1948, se fueron a París y de allí a Argentina. Cuando pienso en ella, suelen ir juntos mi madre con mi hermano, que también murió. Cuando viene una, viene la otra. “¡Hola! ¿Ya estamos todos? Pues ya podemos cerrar la puerta”.
¿Y el padre?
— Uy, papá... Mi padre murió hace muchos años. Era lo que llaman un desgraciado, que hacía desgraciados a los demás. Teníamos un colmado en Argentina y se quedó allí para venderlo. Evidentemente, se lo jugó todo. Era jugador y bastante bebedor. Tardó cinco años en venir hacia aquí, quería volver a hacer de padre y eso no funcionó. Al final se separaron. Pero, claro, un hombre que comienza una guerra a los 21 años y la termina a los 31, teniendo en medio una guerra civil, un encarcelamiento por parte de los nacionales, una fuga a Francia, una enganchada por los alemanes y tres años de campo de concentración. .. Yo pienso que, si no te mueres, te vuelves loco. Mira, yo hice un espectáculo, que tú viste, sobre Neus Català, en el que decía que muchos de los que han estado en estos lugares no querían hablar de ello. Pues mi padre era uno de ellos. En casa nunca se habló de los diez o doce años que pasó en la guerra o en los campos. Entonces, yo creo que él era una consecuencia de todo esto.
¿Has perdonado a tu padre, con los años, o has llegado a entenderlo?
— He entendido que era un desgraciado. Pero no un desgraciado en el sentido de mala persona, sino que la vida le había convertido en un desgraciado. Levantaba un negocio, pero luego no sabía mantenerlo. Lo de estar todos los días allí..., no sabía.
Cambiamos de tema. ¿Puedo pedirte qué votaste en las últimas elecciones?
— No, no me lo puedes pedir... Bien, a ver, soy independentista, es evidente. Soy indepe, sí. Que ya no sé qué significa ni qué no quiere decir, y la palabra indepe cada vez me gusta menos, como diminutivo. La encuentro que ya es como de tebeo. Quiero decir que debemos ponernos serios. Un poquito mucho. Pienso mucho, escucho las opiniones de gente que representa que sabe y dices: “Pero es que ¿qué debemos hacer? No debemos apoyar a estos porque estos tampoco quieren la independencia, pero es que si no votamos a estos, entonces venden los superfachas. Entonces ¿qué hacemos?”
¿Madrid te da más pereza, últimamente, o la misma de siempre?
— Ja ja, la misma. ¿Ya te lo había dicho? Sí, me da pereza. Nunca he tenido esa cosa, ni cuando era más joven, ni más guapa, de tener un representante e ir a Madrid a hacer castings. Además, te digo una cosa: soy muy trabajadora con lo que tengo entre manos, pero en busca de trabajo soy muy vaga. El trabajo, un poco, debe venirme.
Ahora tienes una agenda tremenda, pero ¿cuál es la última vez que has sufrido por el trabajo o que has tenido problemas para llegar a fin de mes?
— Hará siete u ocho años. Tuve que pedir dos mil euros, sabiendo que a los cuatro meses podría devolverlos. Pero con la pandemia me asusté mucho. Estuve meses sin trabajar.
Qué fuerte que Mercè Aránega tenga que pedir dos mil euros...
— Ya, mucho. Sí, sí...
¿Has pensado alguna vez cómo te gustaría que fuera tu última función? No es que te quiera jubilar, ¡eh!
— Ya lo estoy, de jubilada.
¿Cómo ya lo estás? ¿Y qué haces aquí en el teatro?
— Trabajar. Tengo derecho a la pensión de jubilación, llevo cotizados 43 años de mi vida y tengo 66. Por tanto, jubilada. Como los médicos, como mucha gente, cobro la jubilación y trabajo. Éste es un dinero que tú has gestionado toda la vida y cuando llegas a los 65, eso ya es tuyo. Antes no lo concedían. Además, si trabajo es bueno para la Seguridad Social, porque cotizo. Al final lo hemos logrado.
Ahora vives bien, pues...
— He gastado mucho yo. Mira que he cumplido años de tele y tele y tele. Pero soy muy gastona, me gusta mucho vivir bien.
¿Cuál es el último capricho que has dicho: “¡Esto lo compraremos, Mercè!”?
— Hahahaha. Una tontería, unas gafas de sol. Las mías siempre me habían costado treinta, cuarenta, cincuenta euros. Fui al óptico, dije: “Hostia, merezco unas gafas, yo que tengo los ojos claros, que me duele tan la luz”. Entro, veo a un expositor y digo: “Estas me gustan mucho, ¿qué valen?”. Dice: "380". Es algo pornográfico, no sé ni si tienes que ponerlo. Es que no soy de gastarme mucho dinero en ropa. Estos pantalones son de mercadillo, esto me lo han regalado... Odio llevar marcas, odio ver a la gente con marcas. Encima que pagas un pastón, les haces propaganda.
Yo te preguntaba por la última función de Mercè Aránega, si te la habías imaginado.
— No. Me daría mucho miedo pensar esto.
¿Que fuera de ahí cuando, si pudieras elegir?
— No sé, porque eso que me planteas sería elegir mi decadencia física y no quiero elegirla yo. Quiere decir elegir que ya no puedo hacer más. Me niego.
¿Y no es mejor elegirlo tú que que te lo elijan?
— Ah, vale, en los 85. No, no, espera, en los 89. Hahahahahaha.
Termino. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?
— Sí, como se dice la que conoce todo el mundo, la de “como yo no sé bailar...”
Como un burro amarrado en la puerta del baile. Ahora vuelven, ¡eh!
— Sí, oí una entrevista con Quimi Portet. Reversionarán las canciones antiguas, está muy bien.
Gracias, las últimas palabras de la entrevista son tuyas. Termina como quieras.
— ¿Jooo? Pues, [cantante] “Agradecida y emocionada, gracias por venir”. ¡Yo qué sé cómo terminar una entrevista!
Llega acalorada al teatro Borràs y quejándose de que el bochorno de Barcelona le ha dejado el pelo bien empapado. Nos besamos dos –que sin la humedad ambiental habrían sido más cálidos– y, enseguida, hablamos de radio. Ella es una gran oyente y ahora, además, colabora con Ricard Ustrell en El matí de Catalunya Ràdio. Nos explica que, si no adelgaza pronto, no le entrarán los pantalones de la obra Instruccions per fer-se feixista, ahora que empezará la gira por Catalunya. El fotógrafo debe apresurarse: “Es la parte que menos me gusta de las entrevistas”. Conversamos muy cerca el uno del otro, en el mismo sofá donde Aránega actúa hasta este domingo en Els gossos. Pero esta vez la platea, a las cuatro de la tarde de un miércoles, la llenan cientos de butacas rojas vacías.