Fotografía

Pilar Aymerich: "He hecho las fotografías que los hombres no han podido hacer"

Fotógrafa

BarcelonaEn el estudio de techos altos que Pilar Aymerich (Barcelona, 1943) tiene en la calle Gran de Gràcia de Barcelona se oye la voz y el jazz de Dinah Washington. Al fondo hay unas alas de ángel porque a la fotógrafa, cuando era pequeña, le encantaba disfrazarse de ser celestial, y se enfadó mucho cuando su madre le arrojó las que tenía. Así que, cuando pudo, se compró unas. Al lado de la pared tiene una maniquí con una gabardina negra de piel, una muñeca muy grande y una fotografía de Montserrat Roig. En todas partes hay libros, fotografías, cámaras y gafas de sol pulcramente ordenadas. En el fondo del estudio, en un cuarto oscuro, guarda un mueble-archivador con las fotografías que ha ido ampliando a lo largo de los años. Está todo perfectamente etiquetado: Transición, feminismo, teatro, cementerios... Están también los retratos de sus amigos: Montserrat Roig, Ovidi Montllor, Maria Aurèlia Campany... De vez en cuando las amplía y las vuelve a mirar. "Las fotografías hablan de seres humanos, de personas que he conocido, son pedazos de vida. Me siguen haciendo compañía", dice.

Parte de este archivo nutre La Barcelona de Pilar Aymerich (Comanegra), un libro con imágenes, sobre todo de los años setenta y ochenta, pero también comentarios sobre qué pasaba delante y detrás de la cámara. "Explico una historia, la mía y la del país. Se produce algo de simbiosis, porque en esos años ambos salimos del caparazón", explica. Creu de Sant Jordi y Premio Nacional de fotografía, el 2011 donó parte de su fondo, 71.000 imágenes hechas entre 1965 y 2010, al Arxiu Nacional de Catalunya. Hasta el 3 de febrero se puede visitar en la Galería RocioSantaCruz de Barcelona la exposición Els 'vintage' de Pilar Aymerich.

Estaba en la calle durante la Transición. Las fotografías de las movilizaciones y manifestaciones obreras que realizó transmiten mucha esperanza.

— Había una alegría revolucionaria, la conciencia de que las cosas cambiarían, y esto se notaba en la gente que se manifestaba. Durante la Transición nos juntamos tres generaciones. Los que volvían del exilio, la resistencia interior y los jóvenes. Fue muy enriquecedor conocer a los que regresaron del exilio. Fue apasionante escuchar a Pere Calders, Joan Oliver, Frederica Montseny... A mí me hizo mejor persona.

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Hay una fotografía que se ha convertido en uno de los mejores retratos de este pasado, la de los tres exdeportados de los campos nazis: Ferran Planes, Joan Pagès y Joaquim Amat-Piniella.

— Todo fue muy improvisado. Montserrat Roig [en 1977 publicó Los catalanes en los campos nazis] me dijo que les estaba entrevistando en su casa y que fuera. Cogí la cámara y corrí hacia allí. Estaban todos sentados en una mesa redonda y contaban cosas terribles. Allí no tenía ningún elemento para fotografiarlos. Cuando fotografías debes imaginar cómo quieres contar la historia. Fui a dar una vuelta y encontré un descampado con una pared y los llevé allí. Les pedí que se pusieran en hilera como en el campo. Automáticamente, les cambió la cara. Habían pasado 30 años desde que estuvieron del campo y les salió todo ese dolor.

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La escenografía en sus fotografías siempre ha sido importante. ¿Es herencia de su época en la Escuela de Arte Dramático Adrià Gual, que entonces dirigían Maria Aurèlia Capmany y Ricard Salvat?

— Entré cuando tenía 17 años, por pura supervivencia. Había ido a una escuela de monjas, donde me habían engañado sobre cómo era la vida. Siempre he hecho las cosas por intuición y en ocasiones me han salido bien. Conocí a Montserrat Roig y a Maria Aurèlia Capmany. Cuando salí me encontré con que en Barcelona solo se hacían comedietas. Entonces decidí marcharme a Londres, donde estaban los Rolling Stones, los Beatles, grandes manifestaciones contra la Guerra de Vietnam... Era una ciudad viva y abierta y decidí hacer fotografía. De Londres fui a Francia, donde vivía mi tío, Xavier Tarragó, que había sido fotógrafo del Comisariado de Propaganda de la Generalitat republicana. Allí aprendí que la fotografía era algo muy serio. Mi tío hacía retratos y yo quería tomar otro tipo de fotografía. Volví a Barcelona en 1967. Entramos con mi tío por Andorra para no tener problemas y recuerdo que, justo en la frontera, vi a un guardia civil con la capa y el tricornio. Dije que me había equivocado y que quería volver a Francia. Mi tío me convenció para que entrara en Catalunya. La imagen del guardia civil siempre la tengo en la memoria. Un día volveré a la frontera y pediré a un guardia civil que pose para hacer la foto.

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A finales del franquismo y al principio de la Transición debió de ser complicado, siendo mujer, salir a hacer fotos en la calle.

— Difícil y fácil, porque nadie pensaba que una mujer iba a hacer fotografías. La policía veía a un hombre con botas y cámara e iba hacia allí a darle una paliza. Yo iba de buena chica, bien vestidita y con la cámara en el bolso. Siempre me disfrazo para las fotografías. Cuando hacía arquitectura me vestía de marrón; para el teatro, de negro; para la escultura, de gris. Es una forma de mimetizarme. Recuerdo que con Montserrat Roig, cuando íbamos a hacer una entrevista, nos llamábamos y hablábamos de qué nos pondríamos. Para tomar una fotografía debe haber una seducción. Cuando la seducción es mutua, la fotografía es perfecta. A veces tienes que endulzarlo, porque una fotografía no deja de ser una agresión.

En el libro dice: "Lo que sí he tenido claro es que hacía imágenes como mujer, con ojos de mujer". ¿Qué significa fotografiar con ojos de mujer?

— He tenido una educación distinta y tengo una sensibilidad diferente. Yo siempre voy con mucha calma, tranquila, intentando observar. Soy pequeña, nunca he hecho deporte, no subo a los árboles ni corro. Por tanto, tengo otra actitud. Espero en una esquina o me meto dentro de una manifestación. Observo mucho las caras en una manifestación. No llego, disparo y corro porque me persigue la policía. Mis técnicas son más tranquilas, de ocultación, de disfraz. Esta ocultación me ha permitido tomar muchas fotografías. Como mujer he podido hacer fotografías que los hombres no han podido hacer. Lo he hecho con las armas que me ha dado la sociedad en la que me ha tocado vivir.

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En verano de 1978 pudo entrar en la cárcel de la Trinitat y tomar fotografías. ¿Cómo reaccionaron las presas?

— Fue el verano que se marcharon las monjas Cruzadas Evangélicas de Cristo Rey y se convirtió en una prisión autogestionada. Primero se sublevaron y después lo encararon con ilusión porque la cárcel sería algo más suya. Se organizaron en turnos de cocina, de limpieza... Recuerdo una que me decía que antes nadie quería barrer y que ahora se peleaban por una escoba. En ese momento la fotografía fue una experiencia curativa. Era un reconocimiento, como devolverles la identidad, porque las monjas las habían torturado psicológicamente, las trataban como si fueran niñas pequeñas, y las habían despreciado. Una me preguntó si creía que, como ella había sido mala persona, sus hijos también lo serían. Tenían necesidad de mucha ternura.

Siempre ha sido freelance. ¿Ha sido una opción voluntaria?

— Como freelance no me han encasillado y me he sentido muy libre. Siempre he tenido proyectos que no eran encargos. Iba a las manifestaciones si me lo pedían, pero también como ciudadana, y tomaba fotografías. Tengo muchas que no me encargaron, pero pensaba que era importante documentarlo. También del movimiento feminista, porque yo estaba metida.

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¿Los medios prestaban atención al movimiento feminista?

— No enviaban fotógrafos, pero nosotros íbamos. Yo hacía las fotografías y Montserrat Roig escribía los textos. Era importante contarlo, porque era la primera vez que el movimiento feminista salía a la calle. Queríamos cambiar las leyes. Con Montserrat hacíamos la versión en catalán y en castellano y lo enviábamos a los medios. Tras la Transición, el movimiento feminista bajó como un suflé. Nos reuníamos el 8 de marzo y decían que éramos cuatro viejas de la época, y eso nos daba mucha rabia. Sin embargo, hace pocos años cambió todo y salió muchísima gente a la calle. Aún sigue siendo necesario. Matan a muchas mujeres.

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Durante mucho tiempo hizo tándem con Montserrat Roig.

— Nos conocíamos mucho y teníamos una misma forma de explicar las cosas. Éramos bastante comediantes, Montserrat era más payasa que yo, y eso nos iba muy bien al trabajo. Muchas veces después de la entrevista nos íbamos a comer con el entrevistado. Nos lo pasábamos muy bien trabajando, y eso se contagiaba al entrevistado.

¿Hay algún proyecto especial que recuerde porque tuvo que luchar mucho?

— Muchas veces, con el dinero de un encargo importante, en vez de irme de vacaciones, me financiaba los proyectos propios. Recuerdo especialmente lo que hicimos de escultura y arquitectura funeraria con el arquitecto Oriol Bohigas para la revista CAE.

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