Literatura

La cultura silenciada del suicidio en Groenlandia

'El valle de las Flores', de Niviaq Korneliussen, es un relato potente y crudo sobre uno de los problemas más graves del país

'El valle de las Flores'

  • Niviaq Korneliussen
  • Ediciones del Periscopio / Sexto Piso
  • Traducción de Maria Rossich
  • 298 páginas / 21,50 euros

El valle de las Flores, de Niviaq Korneliussen (Nanortalik, Groenlandia, 1990), es un relato potente y crudo que se erige en un grito de denuncia al silencio que rodea a los numerosos suicidios que se producen sin freno en Groenlandia. En este sentido, el hielo se convierte en un símbolo del poder destructor que tiene en la salud mental de los habitantes de la zona.

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Tal y como explica la sinopsis del libro, "la narradora sin nombre de esta historia es una joven groenlandesa que se deleita por dejar atrás a su pueblo de Nuuk e irse a estudiar antropología a Dinamarca". "Allí, sin embargo, chocará con los prejuicios de los compañeros, el destierro, la inadaptación y la soledad vertiginosa que le causa la distancia con Maliina, su pareja, y con la familia". En la segunda parte, la protagonista vuelve a la naturaleza majestuosa del este de Groenlandia: la prima de Maliina se ha suicidado. La tercera parte de la novela narra la caída de la narradora en un profundo malestar, una depresión en mayúsculas. Ella, una chica rebelde que siempre había perseguido la libertad, inicia sin poder evitarlo el camino hacia la autodestrucción por el que pasan, a menudo, ideas cada vez más frecuentes de quitarse la vida. Mientras, en su país cada vez hay más cementerios con flores de plástico que marcan el fin de la vida de jóvenes inuits. Espacios llenos de cruces anónimas y olvidadas. Personas silenciadas por el sistema pero también por las propias familias, todavía víctimas del tabú.

Cada capítulo de El valle de las Flores comienza con la noticia de un suicidio que quizá se pudo evitar. La numeración va decreciente: del 45 al 1, como en una triste cuenta atrás. El lenguaje de El valle de las Flores –la palabra flores lleva mayúscula porque es el símbolo de todos los nombres propios que se han quitado la vida– es, literalmente, elalter ego de la protagonista, entre la frialdad feroz del espacio que le rodea y la poesía amable de la resiliencia. Se trata de un mecanismo literario muy interesante que hace que exista una equivalencia constante entre las palabras y el estado de la narradora. Ambos se van haciendo furiosos a medida que el desplome psicológico avanza a toda velocidad. De hecho, el libro cuenta con un glosario de términos en groenlandés que la traductora, Maria Rossich, ha decidido conservar en el texto. En cuanto a la forma, la novela se divide en tres partes "ELLOS", "TI" y "YO", cada una de las cuales presenta diferentes perspectivas sobre el suicidio.

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La novela se ha criticado sobradamente por las escenas de sexo queer explícito que presenta, y que todavía son muy inusuales en el panorama literario de Groenlandia. Y éste es uno de los temas colaterales de El valle de las Flores: la pertenencia al colectivo LGTBIQ+, al igual que lo son la depresión, la sensación de ser inadecuado en una sociedad que no es empática. Inversamente proporcional al motivo del suicidio –que en vez de una tragedia se convierte casi en una normalidad intolerable de la que nadie se hace responsable–, la normalidad de la sexualidad libre no está bien vista por los ojos puritanos de muchos lectores. Se podría decir que la fuerza de El valle de las Flores reside en la capacidad de Korneliussen para plasmar la desesperación con una prosa cruda, salpicada de humor mordaz, erotismo y momentos de ternura. En este sentido, la descripción de la intimidad queer es sincera y refrescante, un bonito contrapunto a los silencios y omisiones que impregnan la novela.