Cuando los desastres sacan lo mejor de la gente

BarcelonaEn octubre del 2003, un huracán hizo mucho daño en la ciudad de Halifax, en Canadá. La escritora y pensadora estadounidense Rebecca Solnit aterrizó poco después, y explica que le sorprendió mucho la actitud de la persona que le enseñaba la zona: en lugar de hablarle de desgracias, le explicó con orgullo cómo los vecinos se habían encontrado en la calle. habían organizado entre ellos. Habían montado una cocina común, se habían preocupado por las personas mayores. Estuvieron sin luz, desconectados, sin tiendas para abastecerse, pero habían dejado de ser desconocidos, le dijo. "Aquello no era una fiesta, ni mucho menos, pero sólo el hecho de vernos las caras ya nos daba una especie de felicidad". Le contó todo esto con una alegría que admiró Solnit, que incluye ese momento en el prólogo deUn paraíso en el infierno (Capitán Swing; trad. David Muñoz Mateos).

Publicado en 2009 y considerado libro del año por diarios como The New York Times, The Washington Post o TheChicago Tribune, el libro habla de la respuesta de la gente ante los desastres, partiendo sobre todo de cinco ejemplos: el terremoto de San Francisco en 1906, la explosión que destrozó Halifax en 1917, el terremoto de Ciudad de México de 1985, el 11-S y el paso del huracán Katrina. Solnit encuentra muchos elementos en común, que resuenan también en todo lo que está pasando en la Comunidad Valenciana, y que pasan por reconocer comportamientos altruistas y generosos en la mayoría de la población.

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La fuerza de la colectividad

La autora explica, sin romantizar nada (eso es importante: deja claro que una tragedia es una tragedia, y que esto no se puede minimizar), que la gente siempre se vuelca en ayudar a los demás. No todo el mundo, claro, pero sí gran parte de la población. Afirma que las catástrofes son momentos que permiten a la gente implicarse en la organización social, contribuir al bien común y que lo hacen. Incluso, como vio en el hombre de Halifax, con alegría, una palabra difícil de utilizar estos días, pero ella ha reconocido con cierta sorpresa en muchísimas víctimas de desastres. Una alegría que viene de la fuerza de la colectividad, y de la sensación, aunque sea efímera (o utópica), dice, que las cosas se pueden cambiar, que pueden ser de otra forma. Estos días tan tristes me parece que todos nos hemos emocionado, por ejemplo, con los gestos de muchos voluntarios. Solnit dice que nos falta una palabra que pueda designar, precisamente, "las emociones en las que lo maravilloso va envuelto en lo terrible".

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Solnit consigue transmitir muy bien la emoción que provoca la implicación y la fuerza de las comunidades en tiempos de desastres, pero también señala elementos que ponen los pelos de punta: cuando habla de el huracán Katrina, por ejemplo, afirma que hubo más muertes provocadas por un mal gobierno que por el mal tiempo. ¿Os suena? También explica que, entonces, un multimillonario evangélico propietario de una gran cadena mandó al trabajo a sus trabajadores, cuando no había otro negocio abierto, porque es lo que quería Dios. Personas obligadas a trabajar poniendo en riesgo su vida: vuelvo, ¿os suena? Racismo, prejuicios, negacionismo climático... cuánta miseria a la realidad y al libro de Solnit, que, sin embargo, encuentro reconfortando estos días. Al igual que la ola de solidaridad con la Comunidad Valenciana. No tenemos nombre para llamar la emoción que nos genera, pero que no se detenga. Mucha fuerza y ​​muchos ánimos a todos los afectados. Estamos con ustedes.