Literatura

Un hijo se enfrenta a la mujer que le llevó al mundo

En 'Una luz sumergida', Marc Cerdó retrata a su madre, la escritora Xesca Ensenyat, y reconstruye su relación

'Una luz sumergida'

  • Marc Cerdó
  • Club Editor
  • 160 páginas / 19 euros

Empezando con la Carta al padre, de Franz Kafka, la lista de novelas que han indagado en las relaciones entre padres e hijos es larga y frondosa. Dentro de este tema amplísimo, no son pocas las novelas en las que los hijos piden explicaciones a los progenitores. Las más numerosas seguramente son las de hijos contra padres, seguidas de las de hijas contra madres o padres y quizás las de menor cantidad son las de hijos que se enfrentan a la madre. Chicos u hombres que, llegados a cierto punto de la vida, miran atrás y quieren rendir cuentas con la mujer que les llevó al mundo. Pues bien, Marc Cerdó ha escrito una de ellas, y una muy particular: una novela a dos voces, la suya y la de la madre ausente, que se agitan y se aman, se ignoran y se espían, y se leen y casi que se escriben el uno al otro. El libro es un ejemplo magnífico de cómo escribir una novela que no siga ningún manual: no hace encajar todas las piezas, no tiene clímax, no presenta personajes a través de irrupciones estelares en escenas construidas expresamente para presentarlos... Se mueve en un territorio sin mapa y avanza colocando una pieza detrás de otra hasta que completar un rompe las normas sociales más convencionales. Además, contiene una serie de reflexiones profundas, casi aforísticas, sobre la vida y la muerte y el amor maternofilial, que representan los momentos más acertados, y melancólicos, de la lectura.

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El mecanismo funciona de maravilla. A partir del diálogo con los materiales que el hijo encuentra en el canterano donde la madre ya muerta guardaba todos sus papeles, desde cartas a denuncias a la policía, se va trazando un doble retrato: el de una mujer fuera de toda convención de la Mallorca de los años setenta y el de un hijo que le pide explicaciones, muchos años después. Quien es el padre, por qué pasó más años con tías y abuelas que con ella, quiénes eran todos esos amigos peculiares que frecuentaban la casa, por qué no tuvo una vida como los demás niños, en definitiva. Pero es que mi madre tenía un proyecto para él. Quería convertirlo en escritor, ya fe que lo logró.

Ahora, ser escritor cuando se es hijo de otra escritora no debe ser fácil, y serlo de una mujer con la fuerza y ​​el carácter que debía tener Xesca Ensenyat (1953-2009), menos aún. Había sido activista por la lengua, una de las primeras blogueras en catalán, había recibido varios premios literarios y había sido considerada entre las escritoras de la generación literaria de los setenta, como Carme Riera o Maria Antònia Oliver. Y Marc Cerdó –para bien y para mal, porque éste es quizás su único punto débil como escritor– todavía se afana por liberarse de la telaraña que tejió Xesca Ensenyat al empezar a ser madre y darse cuenta de que debía ser responsable de otra vida que no era la suya. Las capas de lectura aquí son muchas, porque, para la época que estamos hablando, ser mujer creadora y enfadarse porque la maternidad pone freno a la vena artística no era nada habitual ni estaba bien visto.

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El año que nació Marc Cerdó, en 1974, se estrenaba una de las películas más maravillosas de John Cassavetes, Una mujer ofuscada, con un Peter Falk desesperado por amar a una Gena Rowlands que cada vez está más lejos de la razón. Es solo una casualidad, claro, pero los buenos lectores saben que, en manos de un buen escritor que sepa poner narrativa, las casualidades pueden convertirse en otra cosa. Cerdó ha tenido la habilidad y la sabiduría, además de la astucia, de articular una historia que, siendo como un rompecabezas con piezas que faltan e información que nunca se da, es el retrato más fidedigno posible de uno de los actos más generosos que se pueden hacer: amar a quien no sabe hacerlo.