"¿Qué será de esos hijos?"

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Soldados británicos comparten sus raciones en una playa de Grecia, el 5 de octubre de 1944

Hace 80 años, los ingleses liberaron a Grecia de los alemanes. Bravo! La Europa democrática y liberal empezaba a vencer a la Europa fascista y totalitaria. Pero nunca nada es exactamente lo que parece. Foragitados los nazis, el anticomunista Churchill se ocupó de que la resistencia griega dejara las armas y no accediera al poder. Democracia sí, revolución y comunismo, no. Ya lo habíamos visto unos años antes en España, donde dejaron que ganara Franco. En Atenas, los partisanos antifascistas no sólo no fueron celebrados como héroes, sino que muchos fueron a parar a prisión o fueron reprimidos. Vencedores vencidos. Sin embargo, Stalin tampoco habría reclamado a Grecia, como se vio pronto en Yalta. Theodor Kallifatides narra este drama de su niñez, y de su familia, en El arado y la espada (Galaxia Gutenberg).

Hay un momento en que el padrino Stélios, anciano, medio ciego, se pregunta sobre los niños de su pueblo: "¿Qué será de estos hijos? ¿Quién les enseñará a vencer con humildad y quien les enseñará a perder con ecuanimidad ?" A nuestros niños y niñas de hoy les estamos mostrando de nuevo la rabia del que pierde y la prepotencia del que gana. No les enseñamos la ironía o la tolerancia. Menos aún el idealismo. Los estamos maleducando en la peor política, en la polarización y el dogmatismo, conmigo o contra mí.

Kallifatides representa la mejor cara de la Europa del siglo XX. Un paria griego, hijo y nieto de represaliados luchadores por la democracia y la justicia social, acogido en la pujante Suecia socialdemócrata de los años sesenta, un alma libre mediterránea en un país del frío, dos culturas distantes hermanadas. La Suecia de hoy ya no está abierta a los refugiados e inmigrantes, no podría dar un Kallifatides. Europa tiene miedo. El miedo es fácil que se deslize por la pendiente del odio a la diferencia. La extrema derecha está cada vez más normalizada por todas partes. Hace tiempo que los viejos humanistas humanitarios dejaron de ser referentes. Si levantara la cabeza Simone Veil –este sábado cumpliría 97 años–, víctima de los campos nazis y primera presidenta de la Eurocámara (1979), ¿qué diría de Le Pen, de Francia y de la Europa actuales? ¿Qué ha pasado con la fraternidad (quizás ahora llamaría sororidad) y la igualdad?

"Somos demasiado individualistas y amamos demasiado la libertad para ser rojos", decía el maestro ultra de Yalós, el pueblo donde Kallifatides sitúa la obra. Aquel militar puesto a docente se consideraba un auténtico griego y un buen cristiano. ¿Pero de qué libertad hablaba? ¿La de aplastar a los que no piensan como tú, la de ahuyentar a los desheredados de la tierra, la de desconfiar de quienes ves diferentes? Ninguna compasión. Nada de empatía. Primero los de casa, y entre los de casa, los de mi cuadrilla. La patria reducida a una secta, incluido el culto al líder. Éste es el espíritu que se ha instalado hoy en el alma de tantos europeos que se sienten amenazados en su inseguridad económica y en su inestable identidad. En su impotencia. No faltan razones para el malestar y no se vislumbran alternativas reales, pero sobra rabia y ensimismamiento.

¿Cómo acabó la historia que cuenta Kallifatides? "La oposición del pueblo griego al nazismo, después a Inglaterra y aún al movimiento reaccionario autóctono, había acabado con la victoria de los reaccionarios". Mira por dónde. ¿Reconciliación? No, monarquía. Y acto seguido una guerra civil que costó 160.000 muertos y 100.000 exiliados, con Estados Unidos ensayando allí por primera vez los métodos antiguerrilla que utilizaría en Vietnam y probando también el napalm. Una guerra cruel, brutal. El corazón de Grecia se heló.

En Yalós, ironiza Kallifatides, el Plan Marshall acabó llegando en forma de dos yeguas húngaras gigantescas y un cine móvil (en un vehículo militar) donde se proyectaban westerns de Hollywood. Y más tarde los condones. Pues ya lo tenemos: desmemoria y libertad sexual. Y una frase lúcida que el maestro encarcelado había dicho tiempo atrás: "¡No me dan miedo los alemanes, sino los griegos!"

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