Ensayo

Núria Gómez Gabriel: "A las milenials nos educaron a partir del feminismo optimista del bienestar neoliberal"

Investigadora cultural. Publica 'Traumacore. Crónicas de una disociación feminista'

Barcelona“Muchas mujeres brillantes han renunciado a quejarse y, en cambio, han adoptado un tono impasible y oscuramente cómico cuando hablan de feminismo. Presentan hechos horripilantes sobre luchas femeninas con indiferencia y sarcasmo. Interiorizan el dolor y la angustia existencial con una sonrisa cómplice”. En 2019, la escritora Emmeline Clein definió así el “feminismo disociativo”. En contra del feminismo hiperoptimista y falsamente empoderador que promueve etiquetas como #girlboss y #RunTheWorldGirls, el feminismo disociativo entiende la separación entre la conciencia y la experiencia corporal como una respuesta al sistema patriarcal. La investigadora cultural Núria Gómez Gabriel (Barcelona, 1987) profundiza en este fenómeno en Traumacore. Crónicas de una disociación feminista (Cielo Santo, 2023), un ensayo a caballo de la teoría cultural, el materialismo gótico y la autoficción que desgrana por qué “la experiencia alienada y disociativa es la experiencia por defecto de nuestro tiempo”.

¿Cómo entras en contacto con las teorías sobre el feminismo disociativo?

— Con pocos meses de diferencia, viví una ruptura amorosa y un episodio de acoso laboral en la universidad. Estaba agotada y la única opción para salir adelante era disociarme del dolor que sufría. Si no, me habría convertido en un sujeto completamente disfuncional, al margen de todo. Como no tengo un privilegio de clase, debía separarme de mi cuerpo para trabajar. Además, como profesora, veía que las estructuras de la universidad son absolutamente machistas. Algunas compañeras feministas, cansadas, se marchaban de la institución, pero yo no me lo podía permitir. ¿Qué podía hacer? Tenía que pagar las facturas, la única opción era disociarme.

¿No es peligroso separarse de las emociones?

— Claro, me di cuenta de que eso era muy bestia, era una forma de violencia y rechazo hacia mi dolor. Y me di cuenta de que el patriarcado, desde pequeñas, nos educa a través de la disociación, haciéndonos estar ocho horas sentadas en clase, o con acciones cotidianas como la depilación y el maquillaje. Pero entonces oí hablar de una disociación afirmativa, una apropiación feminista o queer del término disociación. Hablan de ello autoras como McKenzie Wark.

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¿Qué quieres decir?

— Básicamente, decidir cuándo me disocio y por qué. A las milenials nos educaron a partir del feminismo optimista del bienestar neoliberal. Si nos hacían daño, nos ponían una tirita para que la sangre corriera por dentro. Nuestras madres reprimían la vulnerabilidad y el dolor porque querían que el sistema las viera como mujeres potentes, inteligentes, inagotables, luchadoras. Esto es disociativo. La disociación afirmativa se pregunta cómo podemos repensar este fenómeno en términos de agencia, individualmente pero también colectivamente.

¿Por ejemplo?

— Las estéticas Bimbo. Son una apropiación de la mirada patriarcal: cogen el canon y lo estiran hasta tal punto que se convierten en monstruosas y desarticulan el deseo.

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Aquí entra en juego el feminismo gótico o siniestro.

— Sí, porque lo gótico tiene que ver con lo que se reprime. El dolor reprimido vuelve como un espectro. En las estéticas góticas siempre existen dos elementos que se encuentran: el deseo y la represión de lo que entendemos por deseo. O lo que se supone que debemos desear y lo que realmente deseamos. La definición del gótico sería fuera de tiempo y de sitio, y out of joint (estar desatado) vendría a ser lo mismo.

¿Cómo definirías el traumacore?

— Son memes nacidos en internet que yuxtaponen irónicamente imaginarios tiernos y bonitos con imágenes que señalan traumas, abusos sexuales, abusos infantiles, depresiones, suicidios… El meme per se ya es un lenguaje disociativo, porque explica una cosa, pero en realidad quiere decir otra.

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"Me pregunto si es posible hablar de las heridas sin embellecerlas, sin corroborar un viejo mito que convierte el trauma femenino en imágenes celestiales dignas de adoración". ¿Has llegado a alguna conclusión?

— ¡Sí! Creo que no es posible aproximarse al trauma si no es a través de la estetización, que no es lo mismo que la fetichización. Pero hasta qué punto podemos estetizar el dolor sin convertirlo de nuevo en la figura de la femme fatale, ¿que no deja de estar orientada al deseo patriarcal?

En la primera página citas una canción de Julieta que dice: “Rómpeme el corazón por tercera vez”. ¿Sería un ejemplo de la estética traumacore?

— A mí me parece que Julieta se disocia del dolor mediante la ironía. Frente a las violencias, opta por el sarcasmo. Deja entrever cierto inconformismo, pero desactiva la incomodidad del feminismo a través del humor.

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Hablas de la ideología del truco, que se manifiesta en aplicaciones como TikTok. ¿En qué consiste?

— TikTok es la aplicación que encarna de forma más extrema el éxito neoliberal, la cultura del emprendedor. En quince segundos debes hacer el truco de tu vida para conseguir que se viraliza. Y esto lleva a acciones radicalmente disociadas, como quemarte la cara para conseguir tener pecas, imitando los filtros de Snapchat. O aguantar la respiración, golpearte la cabeza o incluso matarte. Hay una web, www.tiktokdeath.com, que rastrea el número de muertes por trucos de TikTok. Son formas monstruosas, son las formas del gótico contemporáneo.

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Dices que la heterosexualidad compulsiva no tiene que ver con ser heterosexual o no.

— ¡Exacto! Tiene que ver con la mirada externa, con la necesidad de validación sexoafectiva. Está bien que te valide el otro, pero ¿hasta qué punto?

“No sé qué forma tiene mi deseo, porque desconozco cómo me desean los demás. Simplemente, pasamos de pantalla”. ¿Las aplicaciones para ligar generan frustración?

— Tras la pandemia, muchas parejas o comunidades sexoafectivas rompieron. Las conversaciones volvían a girar en torno a las citas por Tinder, y eso me agotaba. Al menos en la generación milenial, las rupturas se vivieron con cierta desesperación, porque el sistema no está hecho para vivir solos. Cuando te acercas a los treinta años, existe la presión de la reproducción, la presión económica… Por eso, cuando pasan por una separación, muchas personas tienen prisa por recuperar la comodidad de la pareja. Estructuralmente, es mucho más cómodo.

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“Llevo cinco meses de acciones sindicales contra el desgraciado que cuando era mi profesor siempre me ponía matrículas de honor y que ahora que somos compañeros de profesión abusa de su poder y me infantiliza en las reuniones o en el ascensor porque no le devuelvo la mirada bajando un poco los ojos”. ¿Lo has vivido en primera persona?

— Continuamente… Renuncié a una beca doctoral por un episodio de acoso laboral. Me destituyeron de una universidad pública, aunque legalmente no podían, porque había realizado unas oposiciones. Traté de denunciar un caso de acoso y el jefe de recursos humanos me tiró la caña. Estos abusos institucionales son las nuevas formas del terror. En las universidades públicas deberían realizarse auditorías de género, hay una brecha brutal.

¿Las mujeres jóvenes lo sufren más?

— Es que en las tres universidades en las que trabajo no hay mujeres mayores. Y las pocas que hay a menudo reproducen las formas machistas de los compañeros. Como decía Sara Ahmed en ¡Denuncia! (Caja Negra, 2022), las pedagogías feministas no pueden operar dentro de estructuras que ceden a estas formas de violencia. Y esto se suma a otro problema de la universidad actual: los alumnos se han convertido en clientes.

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¿En qué sentido?

— No existe ninguna universidad que no esté regida por el neoliberalismo. Se hace un uso exacerbado de las encuestas para evaluar a los profesores. Pero son opiniones anónimas, sin argumentos, que fagocitan al odio y al amor. No hay grises, solo las responden los alumnos que te adoran o te odian.