Crítica de música

Alba Ventura, emperatriz de L'Auditori

La pianista barcelonesa interpreta 'Emperador' de Beethoven en L'Auditori

BarcelonaProfetessa en su tierra, aunque menos habitualmente de lo que quisiéramos, Alba Ventura ha vuelto a Barcelona. Y lo ha hecho con una de las obras emblemáticas de la literatura concertística para piano: el quinto –y último– concierto para piano de Beethoven, en mi bemol mayor, conocido con el apodo deEmperador.

Ya es un tópico recordar que la herencia de la gran escuela pianística catalana, con Alícia de Larrocha y Rosa Sabater al frente, tiene en Ventura una continuidad asegurada. Y se confirma cada vez que la oímos en directo. En el caso que nos ocupa, la pianista barcelonesa asume el concierto beethoveniano desde una destreza técnica inapelable, pero también desde un discurso que va más allá del tópico mozartiano: aunque la serenidad y la pureza de Mozart parezcan planear sobre la página, Ventura nos ayuda a leer el concierto como el testamento de un hombre que ya ha pasado página y que se adentra en el incipiente romanticismo. Esto no impide que el segundo movimiento esté resuelto en manos de la artista catalana desde esa pureza y transparencia. Pero, por encima de todo, planea el colosalismo y el titanismo de un compositor que se rebela contra un statu quo frente al que impone su yo subjetivo. Contribuyó a esta tesis de Ventura la enérgica dirección de Jaume Santoja ante una OBC implicada, muy especialmente en el primer movimiento, y felizmente arropada por la nueva acústica de L'Auditori.

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Otra transparencia, en este caso la neoclásica, que impregna la Pastoral de Juli Garreta que abría el concierto, se hizo notar, especialmente por las felices intervenciones de la madera. En la segunda parte, la primera sinfonía de Johannes Brahms no tuvo el brillo que muchos esperábamos después de la gran primera parte, pese al buen oficio de Santonja. Se notaron algunas caídas de tensión en pasajes del primer y tercer movimiento, quizás por falta de ensayos o por la rutina con la que a veces nuestra orquesta afronta obras de repertorio que conoce muy bien –quizás demasiado–, lo que hace evidente una ocasional carencia de profundización en el discurso.