Exhibición de poder de una Beyoncé imperial en Barcelona
Concierto total de la cantante norteamericana, que llena el Estadio Olímpico de hedonismo y reivindicación
BarcelonaMadre mía, Beyoncé. “Yo estuve en aquel concierto de Beyoncé”, dirá la gente sobre el espectáculo desbordante que ha ofrecido la cantante norteamericana en el Estadi Olímpic Lluís Companys. El de este jueves ha sido un concierto total en el que no paraban de pasar cosas, un concierto que no dejaba de avanzar, un concierto con horror vacui donde cabían bolas gigantes de cristales, competiciones de baile, celebraciones de la diversidad, relevos familiares, proclamas feministas... E incluso Beyoncé sobrevolando el estadio a lomo de un caballo plateado, como una versión mítica y guerrera de la estampa fijada en la memoria colectiva de la música de baile por Bianca Jagger en Studio 54.
La presentación del disco Renaissance ha convertido el Estadi Lluís Companys en un club de baile sudoroso para 53.000 almas que han hecho un viaje concentrado a través de la historia reciente de la música negra de baile. Porque si escénicamente ha sido un concierto agobiante, musicalmente todavía más: rhythm' blues, hip hop, disco, house, pop de alta graduación, funk, soul ... Beyoncé ha tocado todo los palos –y los ha tocado todos bien– de una tradición musical que ella misma lidera y empuja. Y ni siquiera necesita recurrir a todos sus hits: Single ladies o Drunk in love , por ejemplo, se han quedado fuera de un repertorio que ha tenido las canciones de Renaissance como emblema, dando una densidad conceptual al espectáculo muy difícil de encontrar en conciertos de artistas de la dimensión de Beyoncé, que se limitan a gestionar las posibilidades de su repertorio con mayor o menor eficacia.
Y, aun así, mira por dónde, Beyoncé es humana y no ha tenido el mejor comienzo de concierto. En parte era culpa de la precaria sonorización de algunas zonas del estadio –sobre todo la tribuna–, donde el sonido atronador del bombo se comía todo lo que no fuera la voz; en esta tesitura, es difícil defender baladas y medio tiempo como Dangerously inlove y 1+1 o el obligado River deep, mountain high en homenaje a Tina Turner. También es complicado presentarte en clave de diva rhythm' blues y cantar plantada ante el micro cuando tu público viene con ganas de fiesta y baile. Pero Beyoncé se lo puede permitir, sobre todo cuando a la media hora llega el primer cambio de vestuario y empieza a desgranar los temas de Renaissance y a movilizar a un grupo de baile exuberante con hits como Cozy y Aliensuperstar, que por fin han sacado provecho de la impresionante pantalla que recorría todo el escenario (exceptuando un semicírculo móvil en medio).
Un club de house en el Estadi Olímpic
Si el primer segmento servía para mantener el vínculo con los orígenes en Destiny's Child, el segundo ha puesto las bases de la fiesta abrasiva que tenía que ser la noche, una fiesta que ha estallado definitivamente cuando los ritmos profundos se han apoderado del estadio con Cuff it y, sobre todo, con un Break your soul superlativo que ha roto en dos el concierto invocando el espíritu del house de Chicago. Daba gusto ver a Beyoncé y sus bailarines moverse por la pasarela, reproducir en el escenario el ambiente, la libertad y el fervor de un club nocturno.
Pero con Beyoncé el hedonismo siempre va de la mano de la reivindicación, y por eso el house extático ha dejado paso al hip hop y a la afirmación de raza de Formation y el clamor feminista de un Who run the girls coreado a todo corazón por el público. Nadie le tiene que explicar a Beyoncé aquello de hacer la revolución bailando. Ella baila siempre, incluso encima de un coche blindado que ha aparecido en el escenario ve a saber por qué, y también con su hija, Blue Ivy, que se ha unido al grupo de bailarines –bastante desenvuelta– para reclamar su momento de gloria. ¿Cómo se tiene que interpretar el gesto de sacar al escenario a la nepobaby número 1 del pop? Pues con naturalidad y complicidad. Si reivindicas la tradición y el legado de tu comunidad, cómo no vas a hacer lo mismo con su futuro? Beyoncé, la madre que empodera también a su hija de once años, ¿por qué no?
La recta final ha sido una marcha imperial con momentos reivindicativos (brutal America has a problem), emocionantes (Love on top cantada por todo el estadio) y mucha comunión rítmica en la pista y las gradas a golpe de funk, pop y soul. Pero vale la pena centrarse en dos momentos casi fantásticos: el primero, la cantante despidiéndose del público mientras unos cables le hacían volar por encima del escenario y la pista; y el segundo, ya sin efectos especiales, cuando Beyoncé ha empezado a cantar Crazy in love y ha andado por la pasarela central como una fuerza de la naturaleza, imparable, haciéndose más grande a cada paso. Una gigante de la música y la cultura popular que ha pasado por Barcelona como un huracán.