BarcelonaEntre melodías tarareables y la luz del pop, Joan Colomo (Sant Celoni, 1981) va retratando indignaciones diversas con una sonrisa en la cara. Fiel a esta forma de asumir la vida, está construyendo una discografía ejemplar, cuyo nuevo capítulo es Tecno realista, un disco que ha hecho solo y que publica con Montgrí, el sello del grupo ampurdanés Cala Vento. Colomo habla, con sentido del humor y una brutal honestidad, como de un disco que grabó con "un megatap en la oreja".
"Todo es muy difícil", dices en la primera canción del disco, pero sigues teniendo ganas de hacer canciones.
— Sí, a ver si algún día hago alguna buena. Hay momentos que parece que no tiene ningún sentido, eso de hacer canciones, que piensas que no interesa a nadie, y que es mejor buscarte un trabajo como Dios manda. Pero de momento aguantamos.
¿Qué es lo que te mantiene con ese espíritu?
— Supongo que, como todo el mundo, voy pasando por altibajos. Por ejemplo, con el disco anterior, mi momento vital era aún más desesperanzador, sin ganas de intentar luchar por nada, porque no veía salidas. Ahora estoy en un momento algo más optimista. Creo que esta sensación de desesperanza inamovible es un mensaje que el propio sistema nos quiere introducir, y debemos superar ese mensaje, cogernos a algo y tener algo de esperanza. Por tanto, tengo un poco más de optimismo y ganas de hacer cosas.
La oferta y la demanda (2018) sí que era un disco algo más indignado, y Disco triste (2021) más desesperanzado. El nuevo nada entre ambas cosas.
— El principal motor de este disco es un sentimiento de rabia y un mensaje en contra del tecnooptimismo ese que defiende el sistema con la promesa de algún hallazgo tecnológico que nos salvará. Este motor de rabia me da fuerzas para hacer cosas.
Te mueves entre la crónica y el diario personal. ¿La parte del diario personal son las referencias a tus hijas?
— Por ejemplo. O la canción Todo es muy difícil, que no estaba pensada para el disco; la tenía de hacía tiempo y era la típica cantinela que vas cantando cuando te encuentras situaciones complicadas en la vida, que nos encontramos cada vez más.
¿El tecnooptimismo va de la mano de la angustia tecnológica, tal y como explicas en Hijas de internet?
— Habla un poco de los niños, pero en realidad habla de todos. También los abuelos están totalmente enganchados a las nuevas tecnologías, y no sólo a las redes sociales. Existe toda una dependencia de ciertas tecnologías que nos las introducen, básicamente, porque hay empresas que se dedican a vender estas tecnologías y deben hacer negocio. Y sí, hay algo de angustia, y sobre todo está el tipo este, Elon Musk, que es mi anticristo. De repente este señor empieza a poner satélites orbitando en el planeta. ¿Quién le permite, llenar el espacio de chatarra? ¿Y por qué va a los países como si fuera un jefe de estado a hacer tratos para expoliar el litio? Esa rabia es el motor que me ha movido a intentar crear estas canciones.
Todo el mundo tiene un pasado, y tú tienes un atado al hardcore. Este tipo de temáticas podías haberlas expresado a través de cierta contundencia eléctrica. En cambio, eliges un pulpo bastante más alegre. ¿Te gusta este contraste, verdad?
— Sí. Aunque añoro la música más dura, porque es lo que me ha nutrido, hace años que no me llama demasiado a la hora de interpretar; estoy bastante aburrido del rock, aunque al final lo que hago termina siendo pop-rock porque no sé salir de una batería de verdad y de una guitarra. Pero sí, siempre he jugado con el contraste, y acabo buscando elementos musicales que puedan dar algo de alegría.
Y con una ironía subterránea, como en Basura nueva espacial, un título muy bien encontrado.
— Tenía un órgano Farfisa que incorpora el ritmo de la bolsa nueva, y ya me rondaba la idea ésta de la basura espacial. Entonces se enciende la bombilla y fusiones dos conceptos. Cuando lo hice dije: hostia, eso no tiene sentido, es ridículo, ¿la peña qué pensará? Pero también me sirve para, de repente, decir: tengo una canción, tengo algo.
Hay un verso en Mi jefe que ilustra mucho tu forma de transitar por la vida, cuando hablas de barricadas dibujadas por Pilarín Bayés.
— Pues sí. El cerebro de cada uno es algo que sólo conoce uno mismo, e imagino que todo el mundo tiene en mente paranoias, pero en mi caso es bastante así. Por un lado, me gustaría ser un anarquista combativo que quemara contenedores, y, por otro, soy como un dibujo de Pilarín Bayés en muchos sentidos. Tengo un punto naíf.
En tus canciones y en tu actitud con la música no escondes nunca las contradicciones.
— Cuando estás escribiendo una canción, a veces utilizas un recurso simplemente porque te cuadra o queda bien, y entonces las contradicciones todavía se acentúan más. A veces hasta que no tienes toda la canción hecha o pasa un tiempo no te das cuenta de que estás dando mensajes contradictorios. Una de las claves de todo es vivir en una eterna contradicción. De hecho, todo lo que parece una crítica a la sociedad, en el fondo es una crítica a uno mismo. O sea, soy adicto a las redes sociales; puede parecer que sea tecnófobo, pero en realidad soy todo lo contrario. Al principio de hacer Tecno realista pensaba más en el concepto de tecnooptimista, porque este disco lo he grabado en casa y lo he mezclado con un ordenador que se cuelga todo el rato y con cuatro micrófonos de mierda. El concepto de tecnooptimista era: puedo realizar un disco guay con unos medios muy limitados. Y fui viendo que realmente no soy capaz de hacerlo. De hecho, este disco suena bastante mal. Cuando el disco ya estaba en fábrica me di cuenta de que tenía un megatapón de cera en la oreja. Suena bastante mal, y es uno de los discos míos que menos me gustan. Es verdad que siempre me ocurre que odio el disco cuando se publica, pero éste aún más porque no he trabajado con otra gente. Realmente te das cuenta de que el trabajo cooperativo es lo que hace enriquecer a las cosas. Éste, en cambio, ha sido mucho algo mío, y entonces todavía le odio con más fuerza.
¿Empezarás a quererlo cuando lo toques en directo?
— Esto es lo que me está pasando. Además, tocar con sus compañeros hace que esto coja otra dimensión.
En los últimos años has producido los discos de Feto. ¿Qué más has producido?
— Justo ahora hemos terminado un disco nuevo de Feto. También he grabado un par de temas de Chaqueta de Chándal y de un chico de Sant Celoni que se llama Pol Purgimon, y ahora estoy con Les Creuet. La verdad es que no es algo que quiera hacer, porque realmente no sé. No soy un técnico de sonido, no soy ingeniero, y me cuesta bastante, pero tengo amigos que insisten en que los grabe, y todo esto todavía me hace crecer más este síndrome del impostor. Por ejemplo, con los Fetus siempre pienso que quizás para el siguiente disco quieren ir con alguien que sepa.
Pero siguen contigo.
— Sí, supongo que es por el trato. Sí creo que puedo hacer cosas como productor artístico, lo que ocurre es que el último disco de los Fetus lo he grabado de arriba abajo y lo estoy mezclando yo, cuando realmente se me escapa bastante como se ecualiza un saco de gemidos irlandés, con aquella una frecuencia insoportable...
¿Y cómo ha ido reactivar el grupo Zeidun?
— Zeidun nunca lo hemos reactivado. Cada año hay algún colgado que nos llama para que vayamos a cantar. Pero hace un mes dimos un concierto y por primera vez en muchos años fue bastante bien. Es una excusa para encontrarnos con la banda. Ha habido partes del grupo que siempre han dicho: "Dejamos el grupo". Pero es que no es necesario dejarlo. Lo mantenemos y cuando alguien nos llama, nos juntamos y nos acordamos de eso, que si no sólo viviríamos de la nostalgia, de pensar que guay que era cuando tocábamos con Zeidun. En cambio, así vamos sumando anécdotas.
¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes relacionado con la música?
— Recuerdo toda la etapa de 2000 a 2005, que tocaba con Zeidun, Moksha, The Red Sexy Band. Éramos jóvenes, tomamos muchos estupefacientes, lo pasábamos muy bien y los conciertos eran algo mágico, aunque no hubiera público. Aunque fuéramos a tocar en Arnedo, en La Rioja, para un perro y un punk, todo era mágico. Luego la vida te va ensuciando, de alguna forma, y las cosas ya no son tan intensas y tan emocionantes.
¿Y el recuerdo que te gustaría olvidar?
— Realmente no hay ninguna experiencia muy negativa en el mundo de la música por no mantener su recuerdo. No puedo quejarme. En la vida, como en la música, creo que he tenido demasiada suerte y no puedo quejarme de nada, la verdad.
Siempre te han interesado mucho las divas del pulpo. ¿Cómo ves esa hegemonía tan bestia de Taylor Swift?
— Sí que es verdad que me interesa mucho, el mundo de las divas del pop, pero lo que ocurre es que me interesan algunos productos concretos. He intentado introducirme en el mundo de Taylor Swift y no me entra. En cambio, con la Dua Lipa ha salido el nuevo disco y ya lo he escuchado 10.000 veces. Por ejemplo, era mucho de Destiny's Child y de Beyoncé, pero hace años que Beyoncé no me interesa en absoluto. Me gusta el concepto de canción pop, que llega al grosor de la gente. Beyoncé, cuando se pone demasiado rebuscada, demasiado virtuosa, no me interesa tanto. Y con Taylor Swift podría pasarme, pero no me dice nada.