BarcelonaFrancesc Ribera Tito (Berga, 1967), que hace unas semanas participó en el concierto de regreso del grupo Mesclat al Barnasants, recupera un proyecto al que dedicó un disco en el 2003: la obra del trovador Guillem de Berguedà (1138-1198), el poeta de los versos provocadores y hachas contra rivales políticos. Este sábado, 6 de abril, revive la poesía del trovador en un concierto en el Teatro Municipal de Berga (19 h).
¿Cómo ha ido el regreso de Mezclado?
— Bien, muy bien. Teníamos una clientela muy histórica. Era un concierto de nostalgia, para recordar cuándo éramos jóvenes. Fue muy emotivo y muy bonito.
Con el espectáculo sobre Guillem de Berguedà, ¿la nostalgia no tiene tanta importancia, o sí?
— No, porque es otra cosa. Con Mesclat este año haremos dos o tres conciertos, pero la nostalgia tiene su recorrido. Por tanto, intentaremos gestionarla bien. El espectáculo de Guillem de Berguedà es algo que hice hace veinte años, pero la historia tiene 800 años, y para mí no va a pasar de moda. Hice el disco, que fue un trabajo de cojones, porque primero había que traducir toda la obra del provenzal al catalán y musicarla con 32 compositores diferentes. Estaban los arreglos de Marcel Casellas y una banda de dieciséis músicos. Y hicimos cinco o seis presentaciones en teatros. Sabíamos que era muy difícil hacer rodar, y pensamos: "Bueno, eso tendremos que hacerlo con un formato más ligero". Pero en esos momentos estaba con Brams y Mesclat y no tenía mucha disponibilidad. Y hace un par de años volví a pensar en ello.
¿Y cómo lo hizo?
— Es un formato mucho más reducido que pretende huir de los combos clásicos, por percusión, contrabajo, mandolina y tenora. También me obliga a huir de mis espacios de confort con un camino armónico muy bien marcado. Evidentemente, no son instrumentos medievales, pero sí huye de los estándares del siglo XX.
También es cierto que en el disco no todo era música medieval, porque incluso había...
— Sí, porque había bajo, batería y guitarra, pero también una sección de vientos, de cuerda mediterránea... pasaba un poco por doquier. Esto ahora hemos tenido que filtrarlo para un formato de cuatro músicos y cantante, pero las canciones siguen siendo lo que son: si una tenía un aire de reggae o de habanera, lo sigue teniendo, pero la sonoridad es diferente.
En estos veinte años, ¿has descubierto algo de Guillermo de Berguedà que no supieras?
— Hombre, descubrir no mucho nada, porque todos los estudios de referencia ya estaban allí hace veinte años. Lo que sí he descubierto es dos o tres errores de interpretación, de traducción, que, si tuviera la ocasión de volver a grabarlo, los cambiaría.
¿En directo las modificas?
— Sí, porque como ya lo sé... Son aquellas que cada vez que pasas, piensas: "Mierda, aquí te equivocaste". Pero son cosas muy sutiles, en ocasiones es una palabra.
Cuando hablabas de los libros de referencia, estaban los de Martí de Riquer...
— Básicamente, sí.
Después, en 2016, Jordi Cussà (1961-2021) publicó El trovador Cuadeferro. ¿Con Jordi había hablado de Guillem de Berguedà?
— Sí. De hecho, el último repaso de la traducción lo instalé en su casa. Con Jordi éramos muy amigos. Y le agradezco mucho un detalle que tuvo a mí. Él era muy rápido escribiendo, no como yo, que soy lento de cojones, y sabía que yo llevaba cuatro o cinco años con la novela El asesinato de Guillem de Berguedà [Ahora Libros, 2015]. Jordi tenía medio hilvanado El trovador Cuadeferro [L'Albi, 2016] desde hacía un tiempo, pero esperó a que yo publicara El asesinato de Guillem de Berguedà. Se lo guardó en el cajón, porque sabía que yo llevaba tiempo batallando allí. No me dijo: "Haré esto". Simplemente me lo encontré. Si estuviera vivo, para trabajar este nuevo espectáculo le habría ido a ver. Reíamos mucho con las poesías de Guillem. Lo recuerdo con mucho cariño.
¿Qué es lo que más te atrae de Guillem de Berguedà?
— Sobre todo que utiliza la poesía para hacer política, de forma más descarada hacia el final de su obra. Cuando ataca a los enemigos, de algún modo es para provocarlos, porque él ya tiene conflictos de intereses económicos o de disputas de tierras. Y en vez de utilizar la espada, que también lo hace si conviene, porque acaba pelando a traición a Ramon Folc III de Cardona, utiliza la poesía como arma. Estamos acostumbrados a un estándar de trovador muy lírico, de amor cortés, que es una imagen bastante más pusilánime que la de Guillem de Berguedà, que es más hacha. Esto no quiere decir que no haga sus canciones de amor, pero sobre todo hacia el final, algunos de sus sirventesos son llamadas al combate y manifiestos contra el rey. Estos últimos son muy políticos, más descarados, más panfletarios, si conviene, que los primeros, que se dedican simplemente a hurgar y provocar a los enemigos.
¿La condición de proscrito y el contenido político de algunos sirventeses lo conectan con raperos como Pablo Hasél y Valtònyc?
— De hecho, él está siete años fuera, se le pierde un poco la pista. Se sabe que estuvo en la corte de Ricardo Corazón de León. Estuvo alrededor, pero, como ocurre siempre con los nobles, hace un poco el loco y después vuelve y aquí no ha pasado nada. Está el componente de clase, que es importante: Guillem de Berguedà es hijo del vizconde, es un noble, y hace lo que hace porque sabe escribir; si fuera un campesino no sabría hacerlo. Sabe escribir, aprende a rimar, y esto es un conocimiento que sólo estaba a disposición de gente acomodada.
¿Ahora mismo tienes algún otro proyecto en mente?
— Estoy todavía presentando la novela sobre el siglo XVII mallorquín, El silencio que debe temer (Serraclara, 2023), y se me ha solapado con lo de Guillem de Berguedà, y mientras tanto estábamos terminando el regreso de Mezclado. Con el espectáculo sobre Guillem de Berguedà la idea es estrenarlo ahora y hacer algo más de cara al otoño-invierno.
¿Hay alguna puesta en escena especial?
— Sí. Hay una contextualización de las canciones para que una vez las cante la gente las entienda. Contextualizarlas del todo es imposible, porque deberíamos entrar a realizar un análisis ultrapsicópato de cada canción, pero se trata de explicar a qué quita ninguna que ataque según quien, cuál es la motivación.
¿Es este proyecto uno de los que te ha dado mayor gratificación artística?
— Seguramente sí. Es difícil de medir, porque hay algunos proyectos que son de larga duración, como Brams y Mesclat. Pero con éste, aunque haya estado durmiendo veinte años, siempre más me ha acompañado, la satisfacción aquélla. De hecho, fue una ruina, porque económicamente es una ruina hacer algo así. Cualquier cosa artística puede ser una ruina, pero esto es especialmente ir a agarrarse los dedos. Es una temeridad absoluta, pero estoy contento, porque te lo pasas muy bien.
¿Tus ingresos de dónde provienen?
— Trabajo en cosas que no tienen que ver con el ámbito artístico, porque si tuviéramos que fiarnos del ámbito artístico... No tenemos industria, y la industria que hay permite que viva todo el mundo menos el autor. Puede ir bien un año, dos, puedes tener un proyecto que lo petes, pero no tenemos una industria preparada para que los creadores sean profesionales. Por eso la mayoría de escritores o son profesores o tienen otros trabajos, y la mayoría de músicos tienen otros trabajos para sobrevivir, porque no se entiende que esto sea una profesión. Se acaba disimulando por no ir haciendo el lloriqueo, pero la verdad es ésta. Lo pasas como puedes, explicas la mejor versión de la mierda general y que parezca que todo es cojonudo. Pero en realidad no tenemos industria preparada para que los autores y creadores vivan. Esto conduce a la desprofesionalización absoluta ya que todo el mundo sea amateur, porque no puedes dedicarte a ello. Y un día la gente se cabrea y dice "A la mierda!" y desaparece, pero no desaparece por falta de capacidad creativa, sino porque es que es inviable para vivir.