Crónica musical

Laurie Anderson despliega un hechizo (y algo de taichí) en L'Auditori

La artista norteamericana pone de pie al público barcelonés en un magnífico concierto de perfil autobiográfico

BarcelonaHay gestos que valen todo un concierto. Laurie Anderson tiene el público de L'Auditori sometido a un hechizo cuando empieza a sonar Junior dad, la canción de Lou Reed y Metallica. De repente, se oye la voz de Reed, el difunto compañero de Anderson. La pantalla del fondo muestra una imagen de él, no muy nítida pero sí inequívoca. Ella coge el violín y camina hacia la pantalla, como si quisiera fundirse con el recuerdo. Hay que ser mal alma para no emocionarse. Es sólo uno de los muchos momentos memorables del concierto que ofreció Laurie Anderson el pasado lunes en Barcelona dentro de la programación del Festival de Jazz. Desconstructora por naturaleza, la artista estadounidense, de 78 años, está inmersa en una gira con Sexmob, el grupo de Steven Bernstein, un músico acostumbrado en la vanguardia jazzística de Nueva York ligada a la Knitting Factory. Todo ello son ocho músicos en el escenario, con recursos tímbricos para parar un tren y, sobre todo, para presentar diferentes lecturas de temas de Anderson y de versiones, como la que hicieron deEn hard rain's a-gonna fall, de Bob Dylan, a partir del arreglo del Kronos Quartet, y la maravillosa It is a lovely day de Arthur Rusell

La actuación, pues, tuvo un carácter más musical que de spoken word. En cualquier caso, no faltó ni el aliento poético ni el comentario político. Por ejemplo, celebró la victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York (y el público respondió con una ovación). También confrontó el cristianismo sin compasión del vicepresidente estadounidense JD Vance con el catolicismo humanista del papa León XIV, nacido en Illinois como Anderson. Ella, entregada a la serenidad budista desde hace tiempo, admitió que incluso había considerado la posibilidad de convertirse al catolicismo. Deunidó, lo que provoca Donald Trump... En términos más generales, hizo proselitismo de las ciudades como baluartes del progresismo en un discurso que seguramente reconforta a la izquierda ilustrada de Manhattan pero que puede ser recibido con suspicacia en otros contextos.

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El concierto, magnífico, se construyó como un hechizo con vanguardia del pasado y desconstrucciones más elegantes que desgarradas de piezas como Big science. Cautivó con el mantra rítmico de Language es a virus e inyectó perfume jamaicano en It's not the bullet that kills you, it's the hole. Todo ello con un tono elegíaco, como si Anderson hubiera planteado la gira como un ejercicio de memoria artística y poética. En la misma pantalla donde se vio a Lou Reed aparecieron William S. Burroughs, Cornel West, John Cage, Allen Ginsberg, Jorge Luis Borges, Gertrude Stein, George WS Trow, Bob Dylan y Pema Chodron, referentes musicales, literarios, políticos y espirituales, en su mayoría muertos. Asimismo, supo incluir el humor, como cuando explicó la historia del abuelo sueco Axel Anderson que emigró a Estados Unidos, o cuando, al final del concierto, explicó que Lou Reed era un maestro del taichí pero un torpe con los nombres chinos de las posturas, que él rebautizaba, en inglés, de la pica de la pica de la pica de la pica de la postura de la pica de la postura de la pica de la postura de la pica A continuación, Anderson improvisó una clase de taichí, como hizo hace unos meses en el Festival de Poesía de Barcelona. El público, feliz en el hechizo, participó.

[Esta crónica no incluye ninguna fotografía del concierto porque el artista exigió revisar las fotografías antes de autorizar su publicación. El ARA no aceptó estas condiciones]

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