Música

Yo, Madonna: crónica de una gran historia del pop en el Palau Sant Jordi

La artista norteamericana despliega todo su potencial icónico en el primero de los dos conciertos en Barcelona

BarcelonaEsto no es un concierto, sino una autobiografía de Madonna pensada para bailar y celebrada con entusiasmo por el público que llenó el Palau Sant Jordi este miércoles. Mucho deberían cambiar las cosas para que no ocurriera lo mismo jueves, en la segunda actuación en Barcelona, ambas incluidas en una gira titulada The celebration. “Me encanta esta ciudad. ¡Bienvenidos a la historia de mi vida!”, exclamó después de cantar Into the groove. Y efectivamente, Madonna utiliza repertorio, puesta en escena e interpretación para trenzar un relato que cuenta cuatro décadas de trayectoria musical y estética y para reivindica su legado.

Es Pablo Picasso diciéndole a Francis Bacon: todo eso que pintas lo inventé yo. Es Mercè Rodoreda sonriendo desde el más allá mientras constata su influencia en la literatura catalana actual. Es Madonna colocando hacia el final de la actuación una suerte de dúo virtual con Michael Jackson que enlaza Billie Jean y Like a virgin y que transmite una idea bastante clara: si él fue el rey del pop, ella fue la reina. Tampoco faltó un pequeño detalle, al final de Like a prayer, para recordar a Prince, el otro amo de los ochenta.

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El despliegue es abrumador y Madonna lo hace pagar, porque las entradas de pista salieron a la venta a 226,50 euros las de la zona más alejada del escenario y 283,50 euros en la más cercana. En las gradas, las más económicas a 85 y 136 euros. En cualquier caso, dos horas celebrando lo que Madonna ha significado y todavía significa en la vida de 18.000 personas que no quisieron perderse el show, no vaya a ser que sea la última gira. Como siempre, un 10 para la paciencia del público, que aguantó un retraso de más de hora y cuarto: el inicio estaba anunciado a las 20.30 h, pero no empezó hasta las 21.49 h, cuando Christopher Caldwell, alias Bob The Drag Queen, gritó: “¿Estáis preparados para la fiesta?”

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Madonna apareció a las 21.54 h vestida de negro para cantar sola Nothing really matters, entre reverberaciones vocales y la almohada de un bombo disco, estética de club que es estructural en este show. Recuperada de la infección bacteriana que la mantuvo hospitalizada unas semanas, la Madonna del 2023 administra movimientos y contorsiones, aprovecha el movimiento de una plataforma circular, anda más que baila y procura no maltratar la rodilla izquierda, protegida con una rodillera elástica. Pero a los 65 años se resiste a la dictadura de las convenciones y expresa la sexualidad del cuerpo sin reparos. El despliegue físico y coreográfico lo pone el cuerpo de baile, que en muchos momentos parece un espejo de lo que ella hacía años atrás.

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En este espectáculo prácticamente sin músicos ni coristas en el escenario, Madonna no propone exactamente una narración cronológica, aunque un bloque inicial con canciones de los primeros discos como Everybody, Into the groove y Burning up podía hacer pensar en ello. En realidad, se mueve entre distintos pasados, a veces utilizando un marco iluminado para desplazarse como si viajara con una máquina del tiempo por encima de un escenario inspirado en el mapa de Manhattan. Y en vez de organizar el repertorio de acuerdo con las dinámicas de los grandes éxitos, reúne las canciones en segmentos más o menos temáticos. Esto le permite mostrar distintas facetas del icono: la descarada ingenuidad de la chica que revolucionó el pop en los años 80, el recuerdo de las víctimas del sida en una emocionante Live to tell, el erotismo sofisticado de Justify my love y Erotica (con una recreación del número masturbatorio de la gira Blonde ambition de 1990), los encontronazos con las autoridades religiosas, el apoyo al colectivo LGTBIQ+, la maternidad (hace participar a los hijos en el show), el cataclismo romántico de Bad girl (con su hija Mercy al piano) y la espiritualidad de pista de discoteca de Ray of light. También se asoma el mundo de la moda en Vogue, el gesto indulgente ("aprended a perdonaros", dijo), la llamada a la paz, el homenaje a los referentes (versión con guitarra acústica deY will survive, de Gloria Gaynor) y la conexión con las herederas mediante la colaboración (en vídeo) de Tokischa en Hung up, con el Sant Jordi llevando el entusiasmo al nivel de una fiesta de Fin de Año...

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Todo ello, con una veintena de bailarines, incontables cambios escénicos y de vestuario y media docena de pantallas que muestran imágenes que refuerzan el relato, como pinturas de Tamara Lempicka (Madonna es coleccionista) en Open your heart, fotografías del Lower East Side en Burning up, cruces negras y la propia Madonna con capa negra en Like a prayer, boxeadores en Erotica y retratos de Angela Davis, Nina Simone, Frida Khalo, Sinéad O'Connor, Marlon Brando y Martin Luther King, entre otros, en el mix de La isla hermosa y Don't cry for me Argentina. También existe un gran aprovechamiento del escenario, con soluciones bastante sencillas como del tema Die another day, con Madonna invocando las fuerzas oscuras sobre una estrella pentagonal y los bailarines repartidos en grupos pequeños cada uno iluminado con una luz cenital.

Hay un momento especialmente significativo hacia el final: antes de Bedtime story, que canta sobre un cubo enorme, por las pantallas van desfilando momentos icónicos de su trayectoria. Es un recorrido de un minuto, a lo sumo, pero bastante elocuente sobre el legado de esta artista. Madonna, toda una vida de indiscutible diva. Como dijo ella misma al final del concierto, “bitch, I'm Madonna”. Quede claro.

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[Las fotografías que acompañan a esta crónica son del concierto de Madonna en Londres del 14 de octubre. La artista estadounidense no ha autorizado a fotoperiodistas a las actuaciones de Barcelona]