La media sonrisa de Beethoven en el Palau de la Música
Philippe Herreweghe y la sólida Orchestre des Champs-Élysées interpretan dos sinfonías del maestro de Bonn: la 'Quinta' y la 'Sexta'
Orchestre des Champs-Élysées
- Palacio de la Música. 23 de octubre de 2025
Creo que nunca he confesado la estrategia que utilizo para escribir mis críticas de conciertos en el Palau de la Música. Muy sencillo: basta con contemplar el busto de Beethoven parapetado en el muro derecho del escenario y observar su rictus. Si se mantiene serio (o directamente cabreado), significa que las cosas no han ido bien. Si, por el contrario, sonríe, se impone una buena crítica porque eso significa que al maestro de Bonn el concierto le ha gustado. La cosa se complica si la velada incluye su música, y ese fue el caso del concierto del jueves.
La veteranía de Philippe Herreweghe es un hecho y, a estas alturas, el músico flamenco no debe demostrar nada a nadie. Y el Orchestre des Champs-Élysées es una formación sólida, que va sola, bien engrasada en sus secciones y con una feliz conjunción viento-madera, por no hablar de una cuerda robusta y de gran solvencia.
Sobre el papel, por tanto, y ante un programa no por más popular menos interesante, las cosas debían ir bien y se esperaba una sonrisa abrumada de Beethoven dibujada en su rostro de yeso. Pero, observándolo de reojo, se vislumbró tan sólo una media sonrisa.
Evidentemente, le gustaría que, como en su época, un grupo de espectadores –provenientes del fondo del segundo piso– se empeñaran en aplaudir en medio de todos los movimientos de la Quinta y Sexta sinfonías. Quizá alguien debería explicarle que ahora estas cosas ya no se llevan, y que seguramente esa parte de público no asistió al Palau por el interés intrínseco de las partituras, sino por escuchar un concierto en el recinto modernista.
Pero esto está. Lo que seguramente impidió una sonrisa de oreja a oreja sería el contraste excesivo de unas interpretaciones muy correctas, técnicamente impolutas en la sinfonía Pastoral (y con algunas entradas en falso en la Quinta), pero carentes de espíritu y de discurso romántico.
Desde las alturas de yeso y de ladrillo, Beethoven debió de ver con cierta compasión (y, por tanto, con mucha comprensión) el gesto anciano del director, poco preciso en las indicaciones, y apoyado en Alessandro Moccia, el concertino de la orquesta. Herreweghe está más que amortizado en el contexto de las lecturas "filológicas" y ya ha dicho todo lo que tenía que decir, aunque actúe con semejante orquesta.