BarcelonaÉrase una vez... el contrabajista Horacio Fumero (Cañada Rosquín, 1949) viajó de Argentina a Barcelona en un barco de carga. Más adelante volvió, y se quedó. Fue uno de los músicos de confianza de Tete Montoliu, ha sido fundamental su trabajo como docente en la Esmuc y es uno de los imprescindibles del jazz catalán. Ahora, el Festival de Jazz de Barcelona le dedica un retrato de artista muy especial. Serán un concierto en Luz de Gas (23 de noviembre) con su hija Lucia, y tres en el Jamboree: uno de dúos con Bill McHenry y Pedro Javier González (16 de diciembre), otro con Rita Payés y Xavi Torres (23 de diciembre), y un solo (30 de diciembre).
¿El retrato que te hace el Festival de Jazz es un buen retrato del Horacio Fumero de hoy en día?
— Espero que lo sea, y espero corresponder a las expectativas. Estoy muy contento, de verdad.
En estos conciertos combinas a la familia, a los alumnos, a los compañeros... Y finalmente haces una actuación solo. Empecemos por el primero: el de Los Fumeros con tu hija Lucia. ¿Lo importante de trabajar con ella es que no se note que sois familia?
— Correcto. Si no, tenemos un problema. No sé si en otros trabajos ocurre igual, pero en la música, si en el escenario somos padre e hija, mal. Somos músicos, como si fuéramos un chino y una neoyorquina. Tenemos cosas en común, claro, y quizás un chino y una neoyorquina no tienen tantas. La música que he escuchado siempre en casa más o menos es la que ha escuchado ella. Bueno, después tuvo su reacción cuando era adolescente, que decía que ni de coña, eso de hacer la misma música que yo, que el jazz era odioso. Pero es normal, era jovencita. En lo que sí me hizo caso fue en la importancia de estudiar de una buena manera el piano para tener una buena base instrumentista. Tuvo la suerte de tener una muy buena profesora en el Conservatorio del Bruc, y después perfeccionó estudios en Rotterdam y finalmente en la Esmuc, en Barcelona, donde la tuve de alumna.
¿Qué es lo que más te gusta de ella como músico?
— Existe una cuestión rítmica. Es como que yo mismo estoy tocando conmigo mismo de alguna forma. Rítmicamente existe una conexión muy potente. Y, además, me gusta mucho la calma que tiene tocando. Ahora quizás estoy un poco más calmado, pero yo siempre sentí que tiraba hacia delante y que echaba muy fuerte. Y eso a Tete me consta que le gustaba.
A propósito de Tete Montoliu, es muy emocionante el capítulo que has escrito en el libroRound about Tete, de Pere Pons. El texto funciona también como pequeña autobiografía. Por ejemplo, hablas de la llegada a Barcelona en 1973 y de que compartiste escenario con Eugenio y Conchita, que entonces se hacían llamar Los Dos.
— ¡Llegué a Barcelona en un carguero yugoslavo! Tenía un compromiso muy importante, quizás el más importante de mi vida, porque me cambió la vida para siempre. Había grabado dos discos con Gato Barbieri en Buenos Aires, y el Gato me había llamado para tocar en el Festival de Montreux, en Suiza, que hoy es un festival importante, pero que entonces era EL festival. Llegué a Barcelona en abril, y el Festival de Montreux era en julio. No sé demasiado cómo, de repente estaba tocando en el pub KM, que todavía existe la calle Alcolea, y que precisamente es la calle donde vivo. Una de las exigencias del dueño del pub era que la gente que tocara allí también tenía que contar chistes. Eugenio y Conchita, que tenían el dúo Los Dos, hacían tres pases. A Eugenio lo que le gustaba era cantar y tocar la guitarra, no sé si lo de los chistes le hacía mucha gracia, aunque después hizo un estilo. Como yo tenía un acento argentino muy fuerte porque acababa de llegar, simplemente tocaba y hablaba, y cuando hablaba la gente ya se reían como locos.
En el Jamboree, en el concierto solo, ¿contarás chistes?
— Chistes no sé si voy a contar. La mayoría de canciones que tocaré serán canciones de cuando yo era muy jovencito, del folclore argentino, y contaré un poco lo que tocaré y las vivencias de esos años.
Otra de las facetas que muestras en este retrato de artista tiene que ver con tu carrera como profesor. Tocarás con Rita Payés y Xavi Torres, dos músicos que han sido alumnos tuyos.
— Sí, ambos los tuve en Esmuc.
El grandísimo nivel de los músicos catalanes es también mérito de profesores como tú.
— Con perdón por la falta de humildad, pero las escuelas superiores de música, el Esmuc pero también el Conservatori del Liceu, han hecho un trabajo muy importante en Cataluña. Y esto es algo de lo que mucha gente no se da cuenta. Si piensas solo en los cantantes que han salido de allí, como Sílvia [Pérez Cruz], Rita [Payés], etcétera... la formación musical de estos cantantes es una novedad que quizás la gente no ve. Que un cantante de aquí pueda escribir para una orquesta de cuerda, realizar los arreglos y dirigir es increíble. Que un cantante popular, porque Sílvia y Rita son populares, pueda hacer un arreglo para big band, para orquesta de cuerda y dirigir es nuevo y es gracias a las escuelas, sin lugar a dudas.
Continuando con tus facetas: el concierto de dúos con Bill McHenry y Pedro Javier González representa el universo de las colaboraciones y el acompañamiento. Con Pedro Javier acompañó a Toti Soler, por ejemplo.
— Correcto, con Toti, sí, pero hace muchos años de eso, fue a principios de los ochenta.
¿Ser contrabajista hace que sea más fácil acompañar a otros músicos que si tocases un instrumento más identificado con un solista?
— La batería tiene un rol rítmico. Y el piano, armónico. Nosotros con el contrabajo tenemos ambos, lo rítmico y lo armónico. Somos un poco como el poder en la sombra. La luz nunca está sobre nosotros, porque no es necesario, pero sí marcamos por dónde va la música. Un grupo en el que el contrabajista no sea el que debe ser suena fatal. Si el contrabajista está bien, el grupo ya tira, ya hay alegría. Tienes que tener una flexibilidad, debes entender lo que tocan los demás, debes adaptarte a él, ya la vez debes tener una mano de hierro en guante de seda: de acuerdo, me adapto a ti, pero te llevo hacia allí. A veces, de los cantantes, que pobrecitos están desnudos porque todo lo que tienen es un micro, se dice que tienen un ego extraordinario, pero la gente que dice eso no se da cuenta de que si los cantantes no tienen ese ego no pueden hacer su trabajo. Es importantísimo. Cualquier solista, y especialmente un cantante, si no tiene ego es mejor que no suba al escenario. El carácter tiene que ver con el instrumento.
Hablando de Tete, tú decías que era mucho más humilde de lo que la gente pensaba, que probablemente la ceguera le hacía actuar a la defensiva, y que por eso podía parecer arrogante o agresivo.
— Un ejemplo de algo que puede interpretarse muy mal: cuando le preguntaban cómo tocaba, Tete respondía: «Pues estoy tocando mucho mejor». Pero añadía: "Porque es mi obligación". Si tú te quedas con la primera parte, dices, qué cara tiene este tipo, porque dice estar tocando la hostia de bien, pero la frase entera es «porque es mi obligación». Y esto es humildad. Otra cosa que podía malinterpretarse es cuando decía: «Siempre se aprende. De uno se aprende lo que debes hacer, y de otros se aprende lo que no debes hacer». Pero la lectura que yo hago es que siempre se aprende. Y esto requiere humildad.
¿Es Tete quien te convence para instalarte definitivamente en Barcelona?
— Bien, él no me convenció porque yo ya estaba convencido. Pero es verdad que el hecho de tocar con él me arraigó aquí. A mí me gusta mucho este país, y me siento muy a gusto. Viví en muchas ciudades, en Ginebra, en Madrid, en Valencia, pero siempre llegaba el momento de irme, que es algo que en Barcelona nunca me ha pasado. Y no creo que me suceda.
¿Y la conexión con Argentina cómo la has mantenido?
— Mira, yo viajaba cada año mientras mi madre estaba viva. Soy de un pueblo del interior, Cañada Rosquín, muy lejos de Buenos Aires, y pasaba allí una semana, diez días, lo que podía, y me quedaba en casa de mi madre, prácticamente no salía. La conexión musical no la tenía con el país. Desde de la muerte de mi madre, que murió el mismo año que Tete, en 1997, la relación es diferente. En 1998 o 1999 me llamaron para hacer un homenaje al Tete, al Teatro San Martín, y me reencontré con los músicos de allí, y desde entonces he ido a menudo, pero como músico, muy cerca. También mantengo conexión con la familia, claro, tanto en Argentina como en Suiza, porque mi esposa era suiza.