Najat El Hachmi: “Con el sentimiento de culpa de las mujeres podríamos asfaltar carreteras”
Najat El Hachmi es una escritora catalana nacida en Beni Sidel, en una familia musulmana marroquí. Su última novela es la galardonada Najat El Hachmi es una escritora catalana nacida en Beni Sidel, en una familia musulmana marroquí. Su última novela es la galardonada El lunes nos querrán, premio Nadal 2021. Su mirada observa la transformación de dos mundos que son uno solo.
Dedicas el libro “a las mujeres que salieron del camino recto para ser libres”. ¿Quién son estas mujeres?
— Intento rescatar de la invisibilidad muchas mujeres de origen marroquí, que nacen en familias musulmanas, en unos barrios que también las condicionan mucho, y que tienen unas historias de heroicidad cotidiana que no se explican mucho y que han hecho un camino tremendamente doloroso para llegar a conquistar una parcela de libertad.
Naïma, que es la protagonista del libro, no tiene nombre casi hasta el final.
— No es una decisión muy consciente, pero permite una sensación de intimidad y de protección como si estuviera compartiendo secretos con el lector. También hay un trasfondo muy lejano, que es que cuando yo era pequeña, en el pueblo, en Nador, los hombres fuera de casa no decían nunca el nombre de las mujeres. Cuando el nombre de una mujer estaba en boca de todo el mundo es que no era bueno. Nos lo explicaban como para preservar su intimidad, pero al final acaba siendo una manera de invisibilizar a aquellas mujeres. Es que, claro, yo empecé a escribir pensando que según quien no me leería.
¿Quién es “según quién”?
— Los que no estarían de acuerdo con lo que yo estaba expresando, porque iba en contra de sus valores.
¿Que habría un prejuicio?
— Que habría un castigo, incluso, por el hecho de decir que no estaba de acuerdo con este legado patriarcal y machista, o que aspiraba a una libertad sexual que estaba absolutamente censurada. Sexual y afectiva, y ¡mucho más básica, eh! Poder hablar con un chico sin tener que estar vigilando...
Si te ve la autoridad, el padre...
— Empecé a escribir cosas que tardé mucho más en poder decir en voz alta. Las publicas y ganas premios, y dejan de ser secreto.
Romper tabúes debe de dar miedo...
— Sí, eres muy consciente del riesgo que supone romper la ley del silencio. Romper la ley del silencio supone tenerte que sobreponer al miedo. Porque el miedo está, está siempre. Quiero decir que yo he tenido muchísimo miedo, porque no quería pagar el precio que se tiene que pagar para dar este paso, que tiene sus consecuencias, pero no hacerlo también tiene consecuencias muy graves.
¿Y el precio que se tiene que pagar es el precio de la soledad, es el precio del rechazo?
— Es, sobre todo, el precio de la soledad y el precio que se te niegue una parte que es parte tuya, también, toda una serie de elementos con los que has crecido y que también los tienes inscritos, que emocionalmente los quieres mucho. ¡Es que eres tú! O sea, el hecho que te obliguen a renunciar a este origen, porque te ponen delante este chantaje de la identidad, de decir: “Si quieres continuar perteneciendo a este nosotros, lo que tienes que hacer es renunciar a todo esto que estás pidiendo”.
¿Y este nosotros es difícilmente transformable?
— La idea de creer que una persona, por el simple hecho de nacer en un país o de tener una determinada religión, está determinada me parece una idea tremenda y, incluso, muy racista. Y, después, es difícil entender que esta transformación de según qué valores que no nos gustan no quiere decir, necesariamente, tener que renunciar a toda una serie de cosas que sí que son positivas y que no suponen ningún conflicto. Esto es lo que, a veces, cuesta de entender tanto por parte de los que forman parte de este nosotros como desde fuera. No es un todo, sino que se puede elegir qué quieres conservar y que no.
¿Este nosotros del que habla la novela es hoy más o menos asfixiante para una chica?
— Hace unos años era muy optimista y pensaba que los cambios llegarían por si solos. En los últimos años he tenido la oportunidad de visitar muchos de estos barrios, de ir a muchos centros educativos, de estar en contacto con muchas chicas que están viviendo situaciones como las que viven las protagonistas, y creo que en muchas cuestiones hemos ido para atrás. Por ejemplo, la segregación a nivel urbanístico o a nivel escolar es mucho más grande que hace veinte años. Evidentemente, la crisis en la que estamos desde el 2008 va en contra, también, de esta posibilidad de progresar socialmente; y la precarización del mercado laboral va en contra de la libertad de estas chicas. Sin embargo, también hay un fenómeno que ahora tiene mucha más fuerza y mucha más capacidad de penetración, que es el fenómeno del fundamentalismo islamista, y esta propuesta, que es ideológica, religiosa y política, está transmitiendo unos mensajes absolutamente reaccionarios, en contra de la libertad de las mujeres, porque, bien, primero está negando el machismo que contiene el islam, que está en los textos, que está en los contextos, que está en las interpretaciones y por todas partes.
¿Niegas la realidad y así no hay que cambiarla?
— Si difunden la idea que el islam no es machista, sino que, en realidad, es una mala interpretación, ya no tenemos nada a cambiar porque el problema no está. Y, entonces, además, están articulando unos discursos por las vías que pueden resultar más atractivas para la juventud, a través de redes sociales, a través de internet, vídeos de predicadores y de chicas y de chicos cada vez más jóvenes que no necesitan ni siquiera tener una formación religiosa, simplemente hacen sus vídeos, sus directos y sus TikTok y explican que no, que no, que toda la carga machista y patriarcal que nosotros hemos vivido es mentira, negando la causa principal de nuestro sufrimiento.
¿Y qué referentes les quedan?
— Imagínate una niña que a los doce años le baja la regla por primera vez, que en sí mismo ya es un momento bastante traumático, pues de repente todo cambia alrededor suyo por este simple hecho biológico. Le dicen que es una mujer (no es una mujer, es una niña de doce años por mucha regla que tenga) y le dicen que como es una mujer tiene que obedecer todas estas normas, entre las cuales, también, está la de la indumentaria, la de tenerse que tapar. Imagínate que esta niña no quiere aceptar estas normas, pues hoy en día lo tiene más complicado, porque tendrá el discurso que le llegará por redes que le dirá que taparse es liberador porque así no se convierte en objeto sexual, lo que es una idea mucho machista que se está difundiendo con toda la normalidad del mundo. Y tendrá referentes externos de personas en lugares de mucha visibilidad que también le dirán que está bien, le harán creer que ha elegido libremente.
¿Es una sensación de libertad falsa?
— No tenemos un contexto en el que podamos elegir, no podemos elegir nada. La cuestión del pañuelo, por ejemplo, nos lo están imponiendo por todos lados. Antes, nos lo podían imponer desde casa y nos lo podían imponer los predicadores y los imams que estaban siempre obsesionados con el cuerpo de la mujer, pero, claro, es que ahora también tenemos... Por ejemplo, en el último anuncio del Carnet Jove sale una chica que lleva pañuelo y en vez de hacer todas las cosas que hacen las otras que salen en el anuncio, ella está en la cocina, pero cocinando. Imagínate qué estereotipo.
¿Es importante el pañuelo?
— No es inofensivo, no se puede afirmar que es un simple trozo de tela, es un símbolo de dominación patriarcal. Y lo sabemos porque así nos lo han explicado, porque nos han dicho que si no lo llevamos no somos mujeres decentes, y que si no lo llevamos es que estamos perdidas y somos unas tal, ¿sabes? Entonces, ¿qué libertad de elección hay, aquí? No es que sea solo el pañuelo, es que detrás hay todas las normas sobre el cuerpo de las mujeres, sobre su sexualidad, sobre su libertad. Si no decimos claramente que esta libertad no existe, será muy difícil que podamos apoyar a niñas en su lucha particular para hacer cosas básicas que a las otras ni siquiera les pasa por la cabeza que se les puedan negar.
¿El libro es una historia de amistad?
— Sí, la novela es, básicamente, una historia sobre la amistad entre las dos protagonistas y una de ellas es muy diferente a la narradora, porque es capaz de vivir sin ni siquiera plantearse que aquello que hace no lo puede hacer, que yo creo que es la mejor transgresión posible. Hay una forma de feminismo al que quizás ni siquiera se le pone nombre, que es este feminismo que se ejerce directamente, espontáneo, sin....
¿...pedir permiso?
— Sin pedir permiso y, además, surge de la necesidad de las mismas mujeres de hacer con su vida lo que quieren. Hay como un instinto que nos surge cuando observamos la discriminación y la opresión, cuando la vemos con nuestros propios ojos, y es después la educación lo que se encarga de domesticar este espíritu de revuelta. Cuando era pequeña veía que las mujeres no podían salir del mismo modo que salían los hombres, yo no tenía ni idea de feminismo, pero aquello era muy extraño. Es como que te domestican un sentido común, de hecho.
El título de la novela, El lunes nos querrán, responde a la idea de hacerse el propósito de ser como tenemos que ser y no como somos. Pero esto no solo le pasa a aquella niña que tú dices que es “una niña mora”, sino a muchas personas, sobre todo mujeres que viven con el deber de perfección, de excelencia, con aquel cansancio....
— El modelo que tenemos de ser mujer, ahora mismo, es que tienes que hacerlo todo, tienes que cumplir con todo, te tienes que estar mejorando continuamente, te tienes que estar esforzando continuamente. No basta con el hecho de tener una carrera, no basta con el hecho de estar delgada, sino que tienes que estar más delgada, la piel te la tienes que cuidar, ¡como madre ya ni te cuento! Hay infinidad de cargas a la hora de cumplir con esta función. O sea, realmente, hay una construcción que define qué es ser mujer, y este qué es ser mujer, hoy en día, aquí, pues está resultando imposible e, incluso, yo diría que un poco alienante, porque acabamos explotadas de mil maneras diferentes.
¿Autoexplotadas?
— Sí. Esto tiene una raíz muy profunda, y es que hace dos días que hemos accedido a muchos espacios y que somos cuestionadas y puestas en entredicho sistemáticamente. Esto es lo que no se ve. O sea, ¿por qué yo no puedo fallar ni una coma? Yo no puedo fallar una coma, porque si yo fallo una coma se dirá que es porque soy mujer, que es porque soy de origen inmigrante y porque vengo del barrio del que vengo, ¿sabes? Y esta carga es muy grande y es invisible, pero está y tiene que ver con esta sensación que en cualquier momento nos pueden hacer volver atrás. Nos autoexigimos porque nos cuesta mucho ir más allá de lo que nos han dicho que podíamos ir.
¿En la novela las chicas no quieren ser como sus madres y caen en otra trampa?
— Se incorporan en el modelo de superwoman, que ya nos explicó Montserrat Roig que era una estafa. Ella decía en un artículo “Somos un chollo”, porque, de repente, haces lo mismo que hacía tu madre, pero trabajas, te tienes que cuidar, tienes que cuidar las amistades, tienes que ser una amante fantástica, o sea, te tienes que entrenar para todo. Como si todas las cosas que haces se puntuaran. Y ellas, huyendo de aquel modelo, se incorporan a este, que, desde el otro modelo, creen que será muy liberador, y lo es en algunos aspectos y en otros es un proceso de alienación.
¿Y estas dos amigas son mejores madres que sus madres?
— La raíz del malestar como madres se encuentra en el hecho que es imposible conciliar la vida familiar y la vida laboral. El malestar no viene dado solo porque no sabes qué modelo de crianza tienes que tener, sino porque, realmente, el tiempo y la precariedad hacen casi incompatible el trabajo con ser madre. No somos conscientes del nivel de angustia que genera.
¿Una sociedad de mujeres agotadas?
— Agotadas y permanentemente angustiadas, porque no llegan a todo. Y mujeres, sobre todo, siempre culpabilizadas. Con la culpa de las mujeres propongo que asfaltemos carreteras, porque, además, tiene como esta consistencia tan...
¿De alquitrán?
— De alquitrán. Lo que es ser madre está construido de una manera que se hace muy difícil cumplir. Hay una cosa que yo envidio de las mujeres con las que crecí allá en el pueblo, y es que no tenían noción de qué manera podían traumatizar a sus hijos, ni les pasaba por la cabeza. Ahora parece que cualquier cosa que haces como madre puede traumatizar a tus hijos, como si fuera una cosa tan fácil, traumatizar, ¿verdad? Con unos hijos que están viviendo, en la mayoría de casos, un auténtico privilegio.
La protagonista del libro aprende que las cosas pueden ser diferentes en los libros...
— La buena literatura siempre tiene algo que ver contigo, porque te están interpelando desde elementos universales y, además, nos ayuda a construir imaginario, que es una función absolutamente esencial. Se ha impuesto, a veces, la idea que la literatura no sirve para nada y, en realidad es absolutamente útil. Poder pensar que hay otra vida diferente de la que estás viviendo es una cosa a la que te puedes aferrar en momentos en los que hay pocas esperanzas.