Pep Anton Muñoz: "No me habría pasado por la cabeza que un día podría casarme con un hombre"
Actor
Pep Anton Muñoz (Barcelona, 1956) construyó durante 10 años el personaje televisivo de ficción más popular de Cataluña: el Peris de El cor de la ciutat. Desde el 2021 está oficialmente jubilado y sólo trabaja en lo que le apetece, como en la película El rei Peret, que TV3 estrena este próximo miércoles. Su camino, en la vida, era otro: trabajaba en un banco y tenía novia. Ahora lleva 35 años viviendo con Julià, su pareja. Cuando se aprobó el matrimonio homosexual, decidieron casarse en una ceremonia íntima, pero se equivocaron de día.
¿Cuál es la última vez que te han llamado José Antonio?
— Uy, si no es por algo oficial, hace mucho tiempo. Es lo que pone en mi DNI. Coloquialmente, me llamaba así mi abuela, y a veces, José Antonio venía seguido de un cachete. Mi madre y toda la familia me llamaban Jose.
Y tú, ¿hay un día que decides llamarte Pep Anton?
— Es que, a ver, yo vengo del sector de la banca y allí me llamaban Papitu, porque empecé con 14 años de botones. Papitu arriba, Papitu abajo. Trabajaba en lo que fue el Deutsche Bank, que en ese momento era el Banco Comercial Transátlantico. Ahora es un edificio de apartamentos carísimo, en Passeig de Gràcia con Diagonal. Cuando entré en el Institut del Teatre o con las primeras cosas que hice de profesional, yo era Pep Muñoz. Pero estaba Pep Munné, y con Pep Munné y Pep Muñoz a menudo nos confundían. Un día Pep, con quien había muy buen rollo, me cogió y me dijo: “Te lo tendrás que pensar un poco, eso del nombre. Busca alguna forma con la que nos diferencien”. Y entonces fue cuando adopté Pep Anton.
¿Y cuál es la última vez que alguien por la calle te ha llamado Peris?
— No sé si fue anteayer...
Pero si hace 15 años que acabó El cor de la ciutat.
— Da igual. Peris, Peris, Peris. De vez en cuando me encuentro a alguien que me dice: “Usted es Pep Anton Muñoz”. Y yo les abrazo y se lo agradezco mucho. El 95% de la gente que me para por la calle me llama Peris.
Es el personaje de ficción más popular de Cataluña.
— Esto no lo sé, pero sí es cierto que la gente guarda un recuerdo bonito y agradable. Peris es omnipresente. Primero me hacía mucha gracia, después empecé a aburrirlo y ahora ya está, lo he adoptado como algo mío. Peris me ha aportado muchas satisfacciones, muchísimas. La parte no tan buena es que a nivel de trabajo Peris ha sido la excusa para no poder acceder a determinados papeles.
El cor de la ciutat duró 10 temporadas, del 2000 al 2009. El último día pensaste: “¿De la manera que lo he petado con Peris, ahora me van a llover las ofertas”?
— A ratos, sí, pero no del todo. Porque ya llevábamos varios años en esta profesión y porque ya había vivido con otros actores o actrices que después de un trabajo exitoso y celebrado, de repente, no llueve ni agua. Que es lo que me pasó a mí. Después de Peris, estuve dos años de sequía total y absoluta. Ningún trabajo, cero. Sí, hice de tertuliano en el programa Divendres, de Espartac Peran y Xavi Coral, hablando de la nueva serie de TV3, de La Riera, como persona experimentada en culebrones. Es el único vínculo con la profesión que tuve. Dos años. Un descalabro. Y esto es un golpe para tu amor propio y te hace pensar si ya se ha terminado todo realmente. Afortunadamente, dos años después pasó el tren de Madrid. Yo nunca he ido a buscar trabajo a Madrid. Me estrené con 52 o 53 años con la serie Gran Hotel.
O sea, ¿Madrid te salva?
— No sólo me salva, sino que me celebra y me devuelve la confianza en mí mismo. Es cierto que yo tengo otra faceta, que es el doblaje, y aquí siempre he ido tirando.
¿Cuál es el último rasgo del Peris que tú conservas 15 años después?
— Je, je... yo diría que esa mezcla de bondad, la suya, y ese tipo de brotes de mala leche y de mecagüendiez que soltaba. Creo que Pep Anton esto todavía lo arrastra del Peris. Quizás es algo que ya era mío y lo aporté al personaje.
Vamos a tu último trabajo: El rei Peret, esta película para televisión donde Pep Anton Muñoz es Peret de mayor. Te he visto con peluquín y me he dicho: "Calla, no sé si le habrá gustado y lo incorporará a su vida".
— Ja ja ja, no, no, no. Con peluquín, no. Estoy muy bien así, calbete, con cuatro pelos en la cabeza, me gusta, ningún problema.
¿Qué Peret has descubierto en esta última película tuya?
— Es que yo toda la información que tenía de Peret era muy externa. Los conciertos que daba, el festival de Eurovisión, que si estaba enrollado con no sé quién, que si era un mujeriego, esas historias. Pero no vi qué gran artista era hasta que no fue mayor. En la película, el Peret que he trabajado es el más humano, el más contradictorio, el más desconocido, el más débil, el Peret que se hace pastor de la Iglesia Evangélica porque ha tenido una visión y se dedica en cuerpo y alma a predicar la palabra de Dios y a dilapidar toda su fortuna. Todo el mundo le pedía dinero: la propia Iglesia, los fieles, y él, a golpe de talonario, ayudaba a todo el mundo y se arruinó. Todo esto le ocasionó grandes problemas con la familia y con su mujer, Santa, que era una santa.
¿Qué últimos recuerdos conservas de tus padres?
— Todos buenos. Los perdí con bastante diferencia de edad. Mi padre murió muy joven, con 63 años. De él recuerdo su entrega, su capacidad de trabajo, sus horas extras, sus ausencias. Ni siquiera el domingo, a veces, podíamos verlo. Éramos cuatro hermanos, familia numerosa, y sólo trabajaba él. En las industrias gráficas. Empezó muy jovencito y acabó siendo jefe de taller. Notar cómo te quería, aquellos abrazos... Era un hombre muy corpulento, pero los abrazos eran muy escasos. Yo eché de menos mucho la figura de mi padre. Mi madre lo suplía con creces, yo diría que incluso con demasiadas creces. Es el reparto de papeles que había antes. Cuando empecé a entender todo lo que mi padre había luchado por nosotros, se nos fue. Y esto es una pena que llevo dentro. Mamá era un culo de mal asiento, acostumbrada a hacerlo todo, absolutamente todo. Tenía una manía: “Yo nunca me compraré ni dinero ni abrigos de piel. A mí lo que me gusta es cambiar de piso”, decía. Cuando venías del colegio y llegabas a casa, lo primero que pensabas era: “Por favor que no esté mirando La Vanguardia”. Y ya veías que miraba los anuncios de pisos, con los círculos hechos, las marcas. Hasta que me emancipé, viví en la calle de El Cairo, en la calle Mallorca, en la calle Lepant y en la calle Verdi. Éste fue el primer piso de compra y ya se paró la búsqueda de pisos. Entonces, empezó con las casitas fuera: primero en el Penedès, después Maçanet de la Selva, Cunit y la última, en Olesa de Montserrat.
Con un par de detalles, qué retrato tan bonito de sus padres...
— Y, sobre todo, nos querían mucho. Mi madre tuvo un descalabro, que fue la muerte de mi padre, pero el gran descalabro fue tres años después, cuando murió mi hermano pequeño de un accidente de tráfico. Tenía 20 años, mi hermano. Y esto la llevó a los infiernos. Cogió una gran depresión, que ya no se la quitó nunca más. Procuramos darle el mismo apoyo que ella nos había dado siempre a nosotros. Yo no puedo imaginarme lo que debe ser para una madre o para un padre perder a un hijo y, además, en unas circunstancias trágicas e inesperadas. Pero fue tirando.
Me imagino que lo último que pensarías es que, habiendo nacido en 1956, en pleno franquismo, un día podrías casarte con un hombre.
— En absoluto, no me habría pasado por la cabeza. Yo recuerdo mi despertar en la homosexualidad, el día que tuve mi primer novio tenía 18 años. 1974, Franco vive. Yo bailaba en un grupo de sardanas con unos valores familiares, morales, superestrictos. Me acuerdo que cuando íbamos a bailar a la catedral, entre sardana y sardana, Àlex y yo nos íbamos a la plaza de Sant Felip Neri, a escondernos en un rincón, a darnos un beso, a cogernos de las manos, a decirnos que nos queríamos y volvíamos a bajar cuando ya oíamos el flautín que anunciaba la siguiente sardana, aquí no ha pasado nada. En casa lo dije enseguida, porque estábamos acostumbrados a decirnos las cosas.
¿Y la reacción en casa fue buena?
— Muy buena. Mi padre me dijo: "Sí, yo también a tu edad nos habíamos hecho alguna pajita, pero ya te pasará, no te preocupes". Yo salía con una chica y tuve que darle explicaciones a ella y a sus padres. Yo era de los que había subido a su casa a pedir permiso a sus padres para salir con ella. Mi madre dijo: “Rey, no te preocupes, que aquí en casa te queremos igual”. Lo mismo ocurrió cuando me hice actor. Trabajando en un banco, con un sueldo estupendo, teniendo las tardes libres, y lo dejo por el teatro. “Aquí siempre tendrás un plato en la mesa”, me dijo mi madre.
¿No haber seguido el camino que tenías marcado, dejar el banco, dejar a la novia, y elegir tú qué vida querías es uno de los orgullos que tienes ahora?
— Sí, sí. ¡Qué cojones! ¡Qué cojones! Porque nada me era favorable. En el banco también lo dije, de inmediato. Lo asumieron perfectamente, aún conservo amistades del banco. Creo que celebraron que yo tuviera ese punto de honestidad. Y cuando entré en el Institut del Teatre, allí encontré mi corral. Me sentí perfectamente comprendido. Era como haber atravesado un desierto y encontrarme, de repente, con un oasis. Y allí también me formé en conciencia social, en conciencia política y conocí a gente muy importante que me abrió los ojos, me abrió el camino y me enseñó a ir por la vida.
Has dicho conciencia política. Este domingo hay elecciones: ¿ya tienes el voto decidido o lo harás a última hora?
— Es un drama. No sé hacia dónde girarme, te lo digo muy sinceramente. Veo oscuridad por todas partes. Cosas escondidas por todas partes, pensamientos y palabras gastadas, que ya las he escuchado en otras ocasiones, siempre hay excusas. Entonces es muy, muy, muy difícil.
¿Podría ser que no fueras a votar?
— No, sí que iré a votar. Estoy muy decepcionado. He vivido la política de otra forma y ahora veo que esto es un teatro en el peor sentido de la palabra.
¿Cuál es la última ilusión que tienes ahora mismo?
— Pues mira, aprender a quererme más y a mirar un poquito más por mí. Estoy muy bien, hace 35 años que convivo con la misma persona, nos casamos justo después deEl cor de la ciutat. Yo le dije a Julià: esperemos a que se acabe El cor, porque si no esto será... El Semana, el Lecturas, el Teletodo, no no. Esperamos que bajase el suflé.
Esperásteis a que acabara El cor de la ciutat para casaros de forma discreta.
— Tan discreta, que sólo éramos los novios y los testigos. Tengo un recuerdo muy bueno de esa ceremonia. Primero, nos equivocamos de día, porque era el día 12 a las 11 y fuimos el día 11 a las 12. Todos estupendamente vestidos, entramos: “Hola, venimos a casarnos”. “Es raro, porque hoy la juez no está”, nos dijo la funcionaria. Lo miró y vio que era al día siguiente. "¿Y ahora qué hacemos?". Nos vio tan atolondrados, que dijo: “La juez es muy buena persona y vive aquí al lado. Voy a decírselo, a ver qué pasa”. Y a los 20 minutos, apareció la funcionaria con la juez. Nos casó y nos hizo un panegírico tan precioso, que creo que no he llorado tanto ni tan a gusto en mi vida.
Las dos últimas son iguales para todos. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?
— No, no les he seguido.
Las últimas palabras son las tuyas. Termina la entrevista como quieras.
— Sé que mis palabras en tus manos serán mis palabras.
En los pasillos del Hotel Palace, Pep Anton Muñoz se reencuentra con la actriz Llum Barrera, con la que habían sido pareja en la serie Seis Hermanas , de Televisión Española. Ella está en Barcelona porque esa noche actúa en la gala People in Red, del doctor Bonaventura Clotet. Se dan dos besos, se abrazan y lamentan la incertidumbre y la precariedad de la profesión.
Pep Anton se quita la chaqueta para las fotos. Dice que ahora puede lucir tipito porque ha adelgazado ocho kilos involuntariamente, por una gripe que le derivó en un problema digestivo. Ahora se recupera haciendo Pilates en un centro que su amiga Nina tiene en Sant Cugat. Cuenta, satisfecho, que cuando acabemos la conversación se irá a ver cómo su hermano Òscar –también actor de doblaje– debuta doblando a Hugh Grant, en una de las películas de Bridget Jones.