La Última

Eduard Fernández: "No haré un Vinícius, está bien ir a los premios"

Actor

BarcelonaEduard Fernández (Barcelona, 1964) es el favorito para ganar el Gaudí, el Goya y todos los premios que distinguen al mejor actor del año. En poco tiempo se le han juntado las interpretaciones espléndidas de dos personajes muy golosos: Manolo Vital, en El 47, el hombre que secuestró un autobús y lo hizo subir hasta Torre Baró, y Enric Marco, el impostor que se inventó que había estado en un campo de concentración nazi. Marco se estrena el próximo viernes y, aunque ya han pasado varios meses del rodaje, Eduard Fernández aún vive poseído por la voz y la personalidad de Enric Marco.

Este último verano has cumplido 60 años. ¿Qué significa?

— Sesenta significa que es mi año, el año del dragón. “Este será tu año”, me dijeron, y, ahí es nada, me va bien.

¿La cifra asusta?

— Lo estoy recibiendo muy a gusto, el 60 me gusta. Vas haciendo cosas, te acuerdas de tus padres y dices frases directamente de mi padre: “Esto ya no lo entiendo ni tengo ningún interés”. Hay cosas que no las entiendo, pero no me interesa investigarlas, como por ejemplo las redes. A veces he pedido que me lo enseñaran y he pensado: "Yo diría que no me pierdo nada". Las informaciones las tengo igual y todo esto de me gusta, no me gusta, es un lío y, tal como estoy, tengo más tiempo libre.

¿Hubo una gran celebración por los 60?

— No, no. Soy algo tímido, introvertido. A mí me gusta la intimidad. Lo celebro con cinco, seis, siete personas, vamos a cenar y ya está.

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¿2024, pues, es tu mejor año?

— Puede. También me pilla muy bien a mí y coincide que tengo trabajos que están muy bien. Hubiera sido mejor tener las películas más separadas en el tiempo, pero bueno.

Los dos últimos personajes tuyos son Manolo Vital, deEl 47, el héroe de barrio, y Enric Marco, el impostor nacional. ¿La tentación es santificar a uno y lapidar al otro?

— Sí. Manolo Vital es un héroe, una persona muy humilde, emigrante, nadie emigra porque quiere, y es alguien que mantuvo una dignidad social y personal, nada impostada, basada en ideas políticas. Enric Marco es un personaje. [Lo imita]. Empiezo con Enric Marco y ya me iría hacia allí. Tiene algo de Pujol, je, je. Marco era muy manipulador, un personaje interminable, muy complejo, muy controvertido, muy contradictorio. Él estuvo treinta años mintiendo, diciendo que había estado en un campo de concentración y no había estado, pero sin embargo es el hombre que mejor habló de lo que ocurría en un campo de concentración, precisamente porque no había estado.

Esto es lo que decía él.

— No, esto te lo digo yo, porque la gente que había estado tiene tal trauma, que no pueden explicarlo, y también hay un cierto pudor y una cierta intimidad.

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Pero el trabajo del actor es sacar algo más de Enric Marco, que no sea sólo lapidarle, porque digamos que ya viene lapidado de casa.

— Sí. En este sentido, para interpretar a Enric Marco es mejor un actor que el propio Enric Marco. Yo tenía que buscarle el alma. Encontré que Enric Marco había nacido en un psiquiátrico, que le arrancaron de los brazos de su madre, le llevaron con su padre, pero también lo apartaron de su padre porque no lo cuidaba. Visto lo visto, me imagino a un niño de 2 años buscando su lugar en el mundo. Marco no hizo más en toda su vida que pedir un lugar en el mundo, mezclado con un narcisismo brutal. Al final de la película me da cierta pena ese hombre, con todo el daño que pueda haber hecho. ¿Sabes lo que me pasa por la calle? Que me imagino a todo el mundo con 2 o 3 años. Entonces, claro, ves a Rajoy o Aznar de pequeños y te despiertan cierta ternura.

¿Qué diría Enric Marco de esa película?

— [Le imita] “Debemos hacer otra, estos no lo han hecho bien”. Nunca tenía suficiente. Aunque le gustara, siempre estaría buscando defectos. Durante el rodaje me volví un poco loco, me engordé 15 kilos, no podía ni andar, había quedado con un amigo en San Sebastián y le llamé para decirle que llegaría tarde porque me tenía que ir sentando en los bancos, como un viejo. Estaba siempre con el personaje y llegaba ya al rodaje hablando como Enric Marco. [Le imita]. "El actor este que habéis cogido, ¿cómo se llama? ¿Eduard Fernández? No lo conoce nadie. ¿Y qué edad tiene? 60 años y no lo conoce nadie, tiene que ser malo. Javier Bardem, hombre por favor. Bardem mataría por hacer de mí."

Le habría parecido poco que Eduard Fernández hiciera de él...

— Sí, le hubiera parecido poco. Javier Bardem le gustaría.

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Con estos dos últimos personajes, Manolo Vital y Enric Marco, todo el mundo te da como favorito para ganar todos los premios. El riesgo, ahora, es hacer como Vinícius con el Balón de Oro.

— No toquemos el tema, no toquemos el tema, je, je. El problema real es que si me votan por un personaje y por el otro puedes no salir escogido entre los cuatro o cinco finalistas. A los Gaudí sólo irá El 47 y no competirá una con otra. En los Goya sí y ya se verá. En fin, son premios.

¿Por qué no podíamos tocar el tema, cuando te he dicho si te daba miedo hacer un Vinícius?

— Yo iré, yo iré. A los premios está bien ir, he, he.

¿Cuál es el sentido último de hacer de actor?

— Pueden ser muchas cosas. Puede ser una manera de conocer a la humanidad, de traspasar ese conocimiento a la gente y, en medio de eso, el filtro soy yo. De alguna forma, me muestro a través de todos los personajes. Ahora no tanto, pero yo era muy tímido y muy inseguro. Antes decía que yo era más yo con un personaje que en la vida, porque siendo tan tímido no sabía muy bien cómo manejar la vida, pero con un personaje era muy capaz de estar en el escenario o frente a una cámara mucho más desnudo, mucho más expuesto. Esto ahora ya no lo digo, puedo ser yo de cualquier modo. ¡Qué alegría!

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¿Qué últimos trabajos habías hecho antes de ser actor?

— No muchos. Hice de canguro, cuando era muy jovencito, de dos niños, Ignasi y Josep, hacía pasteles de zanahoria o de limón para la tienda de mi madre, de saltimbanqui por la calle y estas cosas. Recuerdo una vez que hice de mimo en una discoteca de Fraga, con la gente allí bebiendo y bailando y tú haciendo de mimo para ganarte unos dineritos. Me resultaba bastante vergonzoso. Hasta que se me acercaron unas chicas muy pijas: “Ay, mimo, mimo”. Y se me ocurrió decir: “Sor-do-mu-do”. “Ay, claro, qué ideal para hacer de mimo”. Hemos hecho de todo.

Tu hija es también actriz. La tentación es preguntarte cuál es el último consejo que le has dado, pero ¿acaso debería decirte qué es lo último que has aprendido?

— Ella me ha enseñado muchas cosas, por ejemplo, de feminismo. Ahora ya tenemos nuestras diferencias, pero es muy bonito poder hablar con ella de tú a tú, de hombre a mujer, de hombre mayor a mujer más joven. Me ha enseñado muchas cosas. Hay mucho machismo en la sociedad, tanto en los hombres como en las mujeres: en los hombres mucho más, y pienso que se tarda un tiempo en tomar conciencia de que uno es machista, qué actitudes lo son, qué comentarios. Ahora hace poco vi a un tío que decía que no era para nada machista y pensé que todavía no lo sabía, que estaba muy atrás. Recuerdo chistes que explicábamos hace quince años y que ya no hacen gracia.

O actitudes nuestras.

— O nuestras actitudes, muchas. Todo esto, para que sea real y no sea una pose social, y cambiemos de verdad todos juntos, necesita un tiempo. En este sentido, Greta me ha enseñado mucho.

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Estamos en días de visitas a los cementerios. ¿La última muerte en tu familia es la de tu madre?

— Sí, fue duro. Nos pilló confinados, yo estaba en Madrid, ella estaba aquí en una residencia y no poder tocarla... Soy mucho de tocar, yo. La habría tocado, le habría dado un besito, aunque estuviera fría, pero después hice la obra de teatro, que fue algo como el funeral que no tuvo. Mi madre y yo teníamos una relación muy simbiótica, muy enganchada, que no es precisamente muy sana ni muy buena para el hijo, aunque después te lo trabajas. La mayoría de padres hacen lo que creen que es mejor para los hijos.

La última entrevista que he hecho antes de ésta es con la escritora Carlota Gurt, que tiene a su madre con Alzheimer en una residencia. Me decía que, cuando iba a verla, le cogían ganas de matarla. ¿A ti te había pasado alguna vez?

— No tanto, pero sí desear la muerte. Ella quería morir, eh. Había cierto humor en la familia. Un día, estábamos comiendo y le dije: "Mamá, una posibilidad es dejar de comer". Pero ella, por su modo de ser, decía: “Yo quiero que se me lleve el Señor”. Ella tuvo un final muy triste. La vida, a veces, es tremenda. Una mujer tan maravillosa como era mi madre, tan habladora, tan de izquierdas de verdad, cristiana de verdad, de la escuela Casaldàliga, tan luchadora, tan humilde, la última enseñanza grande que me hizo es llevar con dignidad este deterioro profundo. Esto es muy bestia.

Cambiamos de historia. Te he visto estas últimas semanas en la Moncloa, cuando el presidente Pedro Sánchez os recibió a todo el equipo de la película El 47. ¿Qué le dijiste o qué te dijo él?

— Fue muy amable. Estuvo una hora con nosotros, sin estar obligado: para cumplir el expediente podía haber estado veinte minutos y ya habría quedado bien. Hombre, mira, esto lo he descubierto hace poco: soy defensor de la sanidad y de la enseñanza públicas, pero me costaba un poco poner la cultura al mismo nivel. Pensaba: “No sé si es un poquito de pijos”. Pero cuando he visto que lo primero que pide Vox cuando entra en un gobierno es Cultura he pensado que realmente tiene mucha importancia. Yo le agradecí mucho al presidente que nos invitara y pusiera a ese nivel a alguien que ha hecho una película.

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También últimamente has ido a La Revuelta y en El Hormiguero. ¿Qué diferencia hay entre ir a un sitio ya otro?

— Sí, he ido a ambos programas. Los dos son un poco show.

Es que tienes que ser de uno u otro, Eduard.

— No, no, el dinero se lo llevan ellos, yo no me llevo ni un duro, no tengo que decir ni de éste ni del otro. Esto no va conmigo. Ambos son programas donde nunca iría de público. En La Revuelta hace mucho calor. Creo que tienen suficiente dinero para poner refrigeración, llevan muchos años en ese local. Son programas muy festivos que parece que vayas ahí a cortar el rollo. Porque, claro, vas a hacer promoción, cuando haces promoción estás muchos días y no ganas ni un duro, y parece que tengas que cortar el rollo a esos señores hablando en serio de una película. No es fácil. Lo que se pide es cierto retorno de quien te está escuchando, como tú haces. A veces no se hace tanto y entonces cuesta mucho hablar delante de una hoja en blanco.

Te decía que parece que tienes que ser de uno de los dos porque son, de nuevo, las dos Españas. Si eres progre y de izquierdas, como eres tú Eduard, deberías ser de La Revuelta y no deEl Hormiguero.

— Eso dicen, ocurre que siempre doy muchas vueltas a las cosas. Está por ver hasta qué punto esto es así o no, no lo tengo tan claro. Yo me baso en la humanidad. Y la humanidad es estar aquí y escucharte y si te invitan a un programa de estos, me gusta que tengan interés por lo que cuento. Lo primero que pido es: qué quieres saber de mí y por qué me has invitado al programa.

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¿Cuál es la última canción a la que te has enganchado?

— Ahora hay una, Turnedo, como se llama éste, buscadlo, que no me viene a la cabeza [Iván Ferreiro]. Y, si no, alguna de Radio Futura o de El Último de la Fila.

Acabamos, las últimas palabras son tuyas.

— Id a ver la película. Estaré allí con otra cara, otro cuerpo, pero siempre pienso que detrás de cada personaje, también de Enric Marco, hay un niño pequeño.

Hojas de afeitar en la americana

Miércoles, cuatro de la tarde, Hotel Seventy de Barcelona. Llego un cuarto de hora antes y veo a Eduard Fernández acabando de comer allí mismo, con cuatro personas de producción y prensa de la película Marco. El día antes, para ir de Zaragoza a Barcelona, sufrieron retrasos por culpa del temporal, que les han descuadrado el horario de todas las entrevistas de hoy.

El fotógrafo Pere Virgili quiere retratar a Eduard Fernández en la terraza del hotel. Eduard se vacía los bolsillos de la americana y, todo lo que sale, lo deja en una mesita baja. Me llama la atención que lleve consigo un paquete de hojas de afeitar. "He ido a comprar tabaco con un billete de cincuenta euros, no tenían cambio y he cogido unas hojas de afeitar también". Nunca sabes dónde te afeitarás, si eres actor y estás de promoción de aquí para allá.