Activismo social

Arcadi Oliveres: "Son mis últimos días, pero son felices"

Sant CugatArcadi Oliveres (Barcelona, 1945) pasa sus últimos días en la casa de veraneo que su abuelo construyó en Sant Cugat, donde vive desde hace quince años. Cuando nos sentamos a hablar nos muestra los dibujos de dos de sus nietos. Uno ha dibujado la casa y el otro a su abuelo a punto de hablar en público. Y es que Oliveres, a lo largo de los años, ha hecho miles de charlas sobre democracia, refugiados, capitalismo, cultura de la paz, cambio climático, desarme, consumo responsable... Jueves de la semana pasada le diagnosticaron un cáncer de páncreas que no le dará mucho tiempo de descuento y, desde entonces, por su casa no para de pasar gente. Atrás han quedado las noches en el hospital, donde no podía recibir visitas. “Estos días son días felices, me siento muy querido”, dice. Siempre tiene cerca a su mujer, Janine.

Expresidente de Justicia y Paz, presidente de la Fundación Universitaria Internacional de la Paz y miembro de la Sociedad Catalana de Economía, Oliveres ha dado voz y ha participado en muchos movimientos sociales. Ha recibido premios como la Medalla de Oro al Mérito Cultural. Ha dejado escritas sus ideas políticas en unos cuántos libros de Angle Editorial. El último, justamente se ha publicado esta semana: Paraules d’Arcadi. Què hem après del món i com podem actuar. Cuando se jubiló como profesor de economía aplicada en la UAB, calculó que por sus clases habían pasado 17.000 alumnos. No fue nunca un profesor convencional. Entre otras cosas, enseñaba a los estudiantes a hacer la declaración de la renta evitando pagar el 6% que se dedica a Defensa. Esta semana son muchos los que le han dejado mensajes a la web que ha abierto la familia para que todo el mundo que quiera se pueda despedir.

Cuando alguien le pide mirar atrás, dice que simplemente se ha limitado a leer mucho, digerirlo bien, y explicarlo. Que ha tenido una vida llena de privilegios. Continua defendiendo que las utopías son necesarias, que el mundo se tiene que cambiar y que hacerlo no es solo posible, sino también necesario y urgente. Tan solo lamenta que quizás la última utopía no será posible: conocer a su nieta, Aila, que nacerá en mayo.

Cargando
No hay anuncios

Continúa teniendo la agenda muy llena, estos días va recibiendo gente.

— Recibiendo no, queriendo. Tengo la suerte que la gente me conoce y me quiere. Esta mañana le decía a Janine: son mis últimos días, pero son felices. En la vida he tenido momentos de todo, algunos felices y otros no tanto, como cuando se murió mi hijo, Marcel. Pero aparte de esta pérdida, me considero un afortunado, no me puedo quejar. El médico me dijo que me quedaban entre dos días y dos meses. Y los tengo que aprovechar. Estoy disfrutando de todas las conversaciones.

Cargando
No hay anuncios

Su último libro empieza con una conversación con sus nietos. Dicen que siempre habla mucho y les explica a menudo que el mundo está muy sublevado.

— Sí, esto fue idea de Mar [Mar Valldeoriola, la editora con quien ha hecho el libro]. Pol y Marc pasan aquí algunos fines de semana. Marc, que es el mayor, es muy tempranero y cuando se levanta lee el diario de pies a cabeza. Y después hablamos. Esto de leer el diario sí que debe de ser herencia del abuelo.

En muchos de sus libros hay una frase que repite a menudo: dice que se tienen que perseguir las utopías.

— Sí, se tienen que perseguir las utopías. A mí se me han ido presentando a lo largo de la vida. Participé en luchas durante el franquismo, después durante la Transición, en democracia con el 15-M... He podido vivir mil aventuras, no políticas, sino sociales. Nunca he querido formar parte de la política institucional, no he tenido nunca ningún carné de partido político. He hecho vida política en la periferia. En parte, han sido determinantes la familia y la escuela. Mi padre era un pacifista y un catalanista radical. Y la madre era una militante de las asociaciones de vecinos. Tuve, además, la suerte de estudiar en los Escolapios, que ahora puede parecer una escuela carca pero cuando yo fui no lo era. Entre otros profesores tuve a Lluís Maria Xirinacs. En 1959 recibí clases de marxismo y de lucha de clases. He tenido siempre mucha suerte.

Cargando
No hay anuncios

Cómo decía antes, siempre ha trabajado desde la otra política, nunca desde un partido político.

— Sí, es el camino que he elegido. No me gusta la vida de los partidos políticos, de las elecciones, de los pactos de partidos...

Habla a menudo de la libertad, un concepto complejo. A veces, ni siquiera somos conscientes que no somos libres. Usted ha elegido su propio camino.

— Tengo dos hermanas y dos hermanos. Y mis hermanas siempre me dicen que en la vida he hecho siempre lo que he querido y que nunca nadie me ha obligado a nada. Soy el mayor de cinco hermanos y mi padre murió joven. Me tuve que hacer cargo de la familia. Y esto me dio una libertad absoluta.

Cargando
No hay anuncios

¿Qué le ha aportado esta libertad?

— Libre, libre, no lo es nadie al 100% y menos en este mundo actual, pero he podido hacer lo que me gusta. Como no he seguido nunca ninguna militancia ni he tenido vínculos con partidos políticos ni con grupos religiosos, nunca he sido censurado. Nunca nadie me ha dicho "esto no lo tienes que decir" o esto "no lo tienes que hacer".

No se ha mordido nunca la lengua. Defiende que el capitalismo se tiene que destruir, afirma que la monarquía es una manzana podrida que no tendría que haber existido nunca, anima a la desobediencia civil, dice que vivimos una democracia más aparente que real...

— Siempre he dicho lo que he querido. Hace más de veinte años hicimos una campaña contra la deuda externa. Hicimos un referéndum y la Junta Electoral dijo que era un referéndum ilegal. Me llamó el secretario de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Juan José Asenjo. Me prohibió que participara como presidente de Justicia y Pau. No le hice caso. He tenido algunos problemas jurídicos por la objeción fiscal, pero han sido multas. Durant el franquismo, claro, también me detuvieron en alguna ocasión y el Tribunal de Orden Público me juzgó en 1968 por haber organizado una manifestación ilegal, pero me absolvieron.

Cargando
No hay anuncios

Recuerdo que una vez explicó que cada 26 de septiembre dormía mal. Fue la noche que fusilaron a Txiki.

— Sí, los que formábamos parte de la campaña contra la pena de muerte nos reunimos en la sede de Justicia y Pau. Estuvimos hasta las tres de la noche. Incluso llamamos al Vaticano, en un último intento. El día siguiente por la mañana nos encontramos con sus abogados, Marc Palmés y Magda Oranich. Llegaron con la cara desencajada y unas cuántas balas en la mano. El día del funeral la policía cargó contra todo el mundo. Desde aquella noche, cada 26 de septiembre he dormido mal.

Ha participado en muchos movimientos sociales. Uno de los últimos fue el 15-M. ¿Cree que continúa vivo?

— No como movimiento pero sí en los objetivos. Después han venido aquello que han llamado mareas. Las mareas de los pensionistas, educativas, solidarias. Las reivindicaciones continúan.

Cargando
No hay anuncios

¿Continúa pensando que el capitalismo se tiene que destruir y que esto es posible?

— Sí, se tiene que hacer y es urgente porque es un sistema perverso que mata vidas. Hay que ir cambiando la actitud cada día. Como consumidores podemos producir cambios.

Durante muchos años fue profesor universitario. No es muy habitual que los profesores universitarios participen en las luchas sociales.

— Siempre ha habido profesores que han participado en las luchas sociales pero es una lucha minoritaria. Durante la dictadura, quien hacía la revolución o pretendía hacerla era un 10%. Y ahora creo que es igual. Por ejemplo, ahora hace diez años se puso en marcha el plan Bolonia. Si éramos cien profesores, solo tres nos manifestamos en contra. Supongo que se mezclan muchos intereses pero no me hice profesor ni estudié económicas para hacer más ricos los que ya lo son, sino para sacar de la pobreza a los más pobres. La universidad tendría que ser un motor de cambio, una institución pagada con dinero público no puede repetir un sistema socioeconómico tan injusto. La universidad tendría que ser crítica, transformadora.