El centenario del artista

Tàpies, el artista espiritual que no quería dioses

La Fundació Tàpies abre el centenario con una exposición que explora el rastro zen en su obra

Barcelona“Qué gran sorpresa al saber posteriormente que la obra de Bodhidharma, fundador del zen, se dijo Contemplación del muro en el mahayana. Que los templos del zen tenían jardines de arena formando estrías o franjas parecidas a los surcos de algunos de mis cuadros. Que los orientales habían definido ya determinados elementos o sentimientos en la obra de arte que inconscientemente afloraban entonces en mi espíritu”. En 1970, cuando Antoni Tàpies escribió esto en Comunicación sobre el muro, era un artista reconocido precisamente por estas pinturas matéricas que se parecían a muros o paredes llenas de grafitis y que se leían más bien como un reflejo de la tristeza de la posguerra.

Ahora, con perspectiva, se pueden realizar muchas otras lecturas. Hace once años de la muerte del artista que este miércoles, día 13, habría cumplido cien años. Los actos del centenario, el Any Tàpies, empezarán entonces con toda una serie de actividades que tienen como principal objetivo realizar estas relecturas de su obra para llevarla de nuevo al presente. Y si algo forma parte de nuestro ahora es la constatación de que el mundo ha dejado de ser eurocéntrico. El foco cultural hay que buscarlo en Oriente más que en Occidente. Sin embargo, sabemos poco de esas culturas, y por eso será interesante adentrarse de la mano de un artista tan cercano como Tàpies, que conoció a fondo estas culturas y las destiló y hizo suyas en muchas de sus obras.

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“Todos conocíamos el interés de Tàpies por las culturas denominada orientales, pero curiosamente todavía no se había hecho ninguna exposición que abordara este tema”, comenta Núria Homs, comisaria de La huella del zen, con la que ha querido concentrar el tema en una sola de las diversas culturas no europeas ni estadounidenses que tanto interesaron a Tàpies: se ha centrado en el budismo.

Coincidirá en el tiempo y el espacio con otra muestra del artista y científico Pep Vidal que aborda la relación de Tàpies con la ciencia a través del trabajo de jóvenes artistas nacidos en los ochenta y que, por tanto, tienen la mirada limpia para enfrentarse al legado del maestro porque no coincidieron con él.

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La relación entre ciencia y budismo tiene todo el sentido porque, explica Homs, precisamente “el budismo intenta encontrar un punto de conexión entre lo material y lo espiritual”. Esto es, añade, lo que tanto interesó a los artistas e intelectuales, desde Tolstói hasta Wagner, que a mediados del siglo XIX buscaban una alternativa o contrapeso espiritual al positivismo científico de la época. Y también a los creadores que, después de la Segunda Guerra Mundial, tratan de encontrar consuelo al sentimiento de ruina y desencanto con el saber humano que supuso la bomba atómica. Son estos los dos momentos en los que más influencia tuvo el budismo en la cultura occidental y, de hecho, para Homs no cabe duda de que “el budismo forma parte del fermento intelectual de la modernidad y, por tanto, configura una forma de entender el acto creativo”.

Tàpies fue totalmente receptivo a esta influencia desde muy joven. En la biblioteca del padre leyó primero El libro del té, de Kakuzō Okakura, que ya se había publicado en catalán durante la República –en 1932 en traducción de Carles Soldevila–, y otros libros sobre hinduismo y budismo que le marcaron. Sin embargo, de mayor continuó las lecturas de autores como D.T. Suzuki o Alan W. Watts, y este pensamiento está siempre detrás de su filosofía del arte y la vida. “Para el intelectual de hoy, para quienes son insuperables los preámbulos de la fe religiosa, pero que, en cambio, parece necesitado de preservación o de creación de tantos y tantos valores espirituales, de una comprensión unitaria del Universo, tan necesaria para nuestro equilibrio psíquico, encontrarse con el zen es como el suspiro aliviado de quien reposa después de un largo camino”, escribe en Memoria personal. “Encontrarme de repente con las profundidades tan terriblemente sencillas de ese pensamiento, sin necesidad de dioses, ni dogmas, ni ritos, ni escrituras, fue una revelación que, por su increíble modernidad, me causó una gran atracción”.

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Aunque cuesta averiguar si fue primero el huevo o la gallina, es decir, si fueron aquellas lecturas de juventud las que le hicieron como era o si fue su talante lo que le llevó a buscar confirmación en las lecturas budistas, lo cierto es que es una corriente de fondo que atraviesa toda su obra, no solo la que hizo a partir de los años ochenta, claramente referenciada en el gesto, la caligrafía y los mitos budistas, sino también en la anterior. .

Por una parte, porque la vena mística espiritual ya aparece en sus primeras obras de la etapa magicista, y, por otra, porque ya se ha visto que también hay mucho de esa filosofía en las pinturas matéricas .

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La influencia del 'zenga'

Sin embargo, la exposición comienza el recorrido a finales de los años 70, que es cuando él vuelve al lienzo y al gesto, también a los barnices, en gran parte motivado por esta inspiración oriental. No fue el único que se reflejó. La forma en que los monjes budistas japoneses, que desde el siglo XVII vivían desterrado de la cultura oficial, transmitían sus conocimientos a través del arte, el conocido como zenga, marcó también toda la Generación Beat, los expresionistas abstractos, el propio Joan Miró y otros muchos creadores experimentales como John Cage.

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El arte de estos monjes como Hakuin Ekaku o Sengai Gibon interesó especialmente a Tàpies, que también coleccionó algunas obras. “Es una manera de hacer en la que la mente debe desaparecer, el gesto debe ser muy rápido, debe hacerse muy concentrado porque no admite correcciones”, explica Homs, que recuerda que aunque no hay constancia de que Tàpies practicara yoga o meditación clásica, sí que a la hora de pintar hacía antes unos ejercicios de meditación consistentes en caminar por el taller ayudándose de un sonido repetitivo haciendo chasquear los dedos para entrar en un estado de concentración.

Hay todavía muchos más elementos extraídos o coincidentes con aspectos de la filosofía oriental que aparecen en la obra de Tàpies, aunque parezcan camuflados. Tienen que ver también con la frase que le gustaba citar de Teresa de Ávila, lo de “Entre los pucheros anda Dios ”. Es esta idea de dar valor y relevancia a las cosas pobres y sencillas, a unos zapatos, un calcetín, un trozo de ropa vieja, un bote medio oxidado... O mostrar el dolor de los cuerpos mutilados, envejecidos, enfermos. En su obra les daba dignidad, les elevaba, como quería hacer con la famosa escultura del Calcetín, en la categoría de monumento, eran el cobijo para reflexionar sobre la condición humana. Cómo podría serlo la sala de reflexión de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, donde todo el simbolismo de la campana, la serpiente o las sillas buscan también llevar al espectador a un estado de meditación más allá de las religiones.

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Pero, aunque parezca contradictorio, en la obra de Tàpies también había, como en la de los monjes budistas, mucho humor. La risa también es una manera de llegar al conocimiento, como también lo son el sexo y el amor, que a veces mostraba de manera totalmente explícita en sus trabajos.

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El Año Tàpies, pues, empieza con una invitación a descubrir nuevos horizontes y culturas. Los iremos descubriendo, de su mano, paso a paso.