Crítica de teatro

Historia de una obsesión con Joan Carreras en la Sala Beckett

Un aire de misterio rodea la obra 'Al final, les visions', del dramaturgo Llàtzer Garcia

Una imagen de la obra 'Al final, las visiones'
2 min
  • Sala Beckett
  • Hasta el 31 de julio
  • Autoría y dirección: Llàtzer Garcia
  • Con Joan Carreras, Laia Manzanares, Joan Marmaneu y Xavi Sáez

El cartel de la película Vertigen (D'entre els morts) colgado en una de las paredes del local donde ensayaba un desconocido grupo de rock nos hace pensar que Llàtzer Garcia ha estado tentado a trabajar Al final, les visions con las atmósferas del maestro del suspense, Alfred Hitchcock. Y, ciertamente, en la propuesta hay un aire de misterio, de intriga, que quiere planear sobre toda la pieza y que en principio nos atrapa. No obstante, no tardamos mucho en averiguar cuál ha sido el hecho traumático que ha condicionado la vida de Àlex y descubrir que lo que realmente explora el autor es el sentimiento de culpa en la relación entre un grupo de amigos jóvenes. Aquella culpa que provoca un accidente del cual nos podemos sentir responsables a pesar de que no haya un motivo y que se arraiga en el alma hasta hipotecar toda la vida. Es el caso de Àlex (Joan Carreras), el protagonista de la historia. Un hombre solitario que vive en una casa frente a otra donde pasó una desgracia y que acaban de alquilar una simpática y animosa pareja de jóvenes.

Dice el autor de éxitos como La pols i Els nens desagraïts que la obra podría tener otros títulos como La catàstrofeL’home marcatRetorn al passat o Història de dues cases, que en todo caso hubieran sido a nuestro entender más entendedoras que la elección de Al final, les visions. Pero lo que le iría bien de verdad es Obsesión, puesto que solo una patología clínica alejada de cualquier racionalidad podría explicar el perfil psicológico de Àlex. Esto daría pie a una intriga bastante más interesante que la que al fin nos propone el autor, que pretende que sea el espectador quien llene de contenido el notable vacío dramático que rodea a los personajes. Entiendo que había que vestir al protagonista con más detalles, con más sorpresas que dieran credibilidad a su trastorno y que abrieran la puerta a un posible devenir trágico. Pero Garcia prefiere repicar en el tema de la culpabilidad, reforzada por la aparición del antiguo compañero Marcus, hasta una oración final que acerca el difícilmente explicable remordimiento a la culpa de aires religiosos. La dirección, del autor, es tan etérea como el título de la propuesta y no da muchas herramientas a Joan Carreras para construir un buen personaje.

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