BarcelonaDe pequeña Mireia Aixalà quería serlo todo: médica, profesora, bombera, cualquier profesión que se le plantara delante. La solución ha pasado por los escenarios y las pantallas, donde ha encarnado desde el Eva de La memoria de los caracoles (1999) y la Tilda de Lo Cartanyà (2005) hasta la madre frívola y alcohólica deAmérica (2022) y la dulce e inteligente criada que gobernó Coralina, la sirvienta amorosa en La Perla 29 el verano del año pasado. Las ganas de seguir descubriendo nuevos territorios interpretativos le han llevado ahora hasta el Teatre Lliure, donde protagoniza junto a Pol López El misántropo, dirigida por David Selvas, del 4 de diciembre al 4 de enero.
Ha trasladado la historia deEl misántropo de Molière en la actualidad. ¿Cómo encaja con el siglo XXI?
— El texto original de Molière pasa a la corte, donde los cortesanos carecen de oficio ni beneficio. David Selvas y Sergi Pompermayer, que han hecho su adaptación, le han situado en una discográfica. Es un contexto en el que hay fiestas y mucha interacción social y, al mismo tiempo, gente que tiene trabajo y objetivos. En el original la gente se critica en grupitos, aquí también ocurre mediante las redes sociales.
¿Tu personaje es la gran defensora de este estilo de vida?
— Es el centro de la fiesta, le gusta y además utiliza esa habilidad social para el trabajo. Sabe que esta forma de ser es banal y superflua, pero no le supone ningún remordimiento. Si necesita ser hipócrita para la discográfica, lo hace y no pasa nada. No es una cuestión de exhibicionismo ni de egocentrismo, es adicta a su trabajo y por eso actúa así.
¿Es más fácil hacer un personaje que se parezca a ti o hacer uno que no tenga nada que ver?
— Este personaje no se me parece demasiado. Tiene cosas de mí, porque todos tienen, pero se viste de forma extremada y va por el mundo muy segura de sí misma. Me gusta hacer papeles que sean muy diferentes a mí, yo ya me conozco y me aburro. Lo difícil es cuando me piden ser yo misma, me da vergüenza que la gente sepa como soy. Sin embargo, si es un personaje que no se me parece, puedo contar cosas de mí y me siento tranquila y protegida.
Estos últimos años no has parado, te hemos visto tanto en televisión como en los escenarios. En verano estrenóEl misántropo en el festival Grec, ahora lo lleva al Lliure y en mayo volverás a este mismo teatro con otro proyecto, Una especie de Alaska, de Harold Pinter dirigido por Ivan Benet. ¿En qué momento profesional te encuentras?
— Soy mejor actriz ahora que hace 20 años. Cuanto más trabajas, más aprendes, y yo además he tenido la suerte de rodearme de gente con mucho talento, con la que hemos crecido juntos de forma muy enriquecedora. Cuando era más joven, tenía ansias de no parar. Me daba mucho miedo quedarme sin trabajo, y me pasó. Como todo el mundo, he estado tiempo sin trabajar y esto me ha creado mucha angustia. Pensaba que con los años sería peor, porque hay menos papeles para mujeres a medida que nos hacemos mayores, pero ahora llevo una temporada con mucho trabajo.
En 2021 te dieron el premio Max a mejor actriz por Las tres hermanas y lo dedicaste, justamente, a las intérpretes sin trabajo.
— En ese momento tenía a mi alrededor muchas compañeras, muy buenas actrices, que estaban sin trabajo y me dieron ganas de compartirlo con ellas. Es un oficio que amamos mucho ya veces cuesta encontrar un espacio. Esa inestabilidad laboral y la precariedad son lo peor de todo. Después de Max estuve seis meses sin trabajar, y también he tenido otras épocas que he tenido que parar. Por eso admiro mucho a la gente que es generadora de proyectos, que se pone a escribir, llama a puertas y levanta sus espectáculos.
¿Max fue un antes y un después para tu carrera?
— Mentiría si te dijera que no me hizo ilusión, lo que pasa es que lo de los premios debe relativizarse. La experiencia fue muy bonita, fuimos un grupo de catalanes y terminamos bailando en un bar sin mascarilla porque justo salíamos de la pandemia. Pero en la alfombra roja me preguntaron: ¿quiénes son tus competidoras? Y me supo mal. El otro día también lo decía Núria Prims en el Calella Film Festival, donde le dieron un premio a mejor actriz: ¿por qué no dejamos de hablar de competencia entre nosotros y hablamos sólo de reconocimientos?
Tu trabajo implica tener una cierta responsabilidad para que el espectáculo funcione y cada vez que sales al escenario tienes el foco encima. ¿Cómo llevas la presión?
— Con los años he aprendido a relativizarla. Quiero que la gente venga y que salga interpelada del teatro, si lo hacemos mal y se aburren no volverán. Pero antes para mí debía ser todo perfecto, las críticas debían ser todas buenas. Ahora lo hago lo mejor que puedo y si no lo salgo tampoco me culpabilizaré. No siempre acierta y no siempre se puede agradar a todo el mundo. Vivo más tranquila y, a la vez, estoy más segura del trabajo que hago. Trabajo más que antes, intento ir al fondo de los personajes. La vida me ha enseñado y ahora puedo llegar más lejos.
¿Qué le dirías a Mireia de hace 20 años?
— Que no se preocupe. Hay esa sensación generalizada, en el mundo en el que vivimos, que si tienes 30 años y no has triunfado ya has llegado tarde. Existe una presión de fuera muy fuerte, cuando lo importante es persistir. No tengo la solución a nada, yo, pero ésta ha sido mi experiencia y me ha dado buenos resultados. Y existe un componente de suerte. Cuando me preguntan qué consejo daría a la gente que empieza siempre respondo: no tengo consejos, sólo que todo el mundo se llene de vida. Que vayan al cine, al teatro, que escuchen música, que viajen. Aparte de estudiar teatro, es importante ver qué te gusta y qué no te gusta, porque si no sólo sabes hablar de ti y de tus cosas, y porque todo lo nuevo después te puede servir a la hora de subir a un escenario.