Carme Elias: “Cuando trabajé con Almodóvar estaba cagada todo el rato”
BarcelonaEste domingo al atardecer, Carme Elias (Barcelona, 1951) subirá al escenario del Auditori del Fòrum para recoger el Gaudí de Honor que le ha concedido la Acadèmia del Cine Català. Es un premio que reconoce la selecta carrera cinematográfica de una actriz fantástica más conocida por sus trabajos en teatro pero que en el cine ha aportado siempre elegancia y atrevimiento. Ella se toma el reconocimiento como una oportunidad para mirar atrás. "Hay premios que son un empujón hacia adelante, pero este es más bien una oportunidad para sentarme y contemplar todo lo que he hecho –dice–. Y también es un motivo de alegría, porque si me lo dan es que algo buena debo de haber hecho".
Algunos actores que como usted han hecho más teatro que cine usan aquella analogía que dice que el teatro es la pareja y el cine el amante. ¿Ha sido su caso? Y si es así, ¿ha sido un buen amante el cine?
— Ui, sí. Extraordinario. Es que los amantes, normalmente, los tienes bien escogidos. En cambio, la pareja la tienes que cuidar más para que funcione. Foix decía “me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo”, y a mí me exalta el cine y me enamora el teatro. El teatro es lo que yo he trabajado más y también mi vocación: de pequeña me gustaba subir a la silla para recitar las poesías de Navidad y empecé a hacer teatro con un grupo de aficionados del barrio. No sé ni cómo me dejaban ir, porque los ensayos eran por la noche y yo era una chica joven.
¿Cómo llegó al Institut del Teatre?
— Un día, sin decírselo a nadie de la familia, busqué la dirección porque tenía muchas ganas de saber qué pasaba ahí. Y tuve la suerte de tropezar con el cambio de dirección que hubo con la entrada de Hermann Bonnín y conocer a gente como Fabià Puigserver, Montanyès y Boadella, que hacían el teatro más moderno de Catalunya y que me educaron.
En su época, ¿vivió o vio situaciones de abuso como las que se han denunciado recientemente?
— Nunca. Éramos una generación muy unida y no viví nada parecido. Y mira que hacíamos cosas extrañas y ejercicios con el cuerpo, pero no hubo ninguna historia de este tipo. Cuando leí las historias me quedé estupefacta. Había tenido muy poca relación con el personaje y había oído a hablar de su carácter exaltado, pero aun así no me lo habría imaginado nunca. Y me extraña que una cosa así haya podido durar tantos años sin salir a la luz. Tendremos que ver qué es lo que se ha estado haciendo mal.
Llega al cine con La orgía de Francesc Bellmunt, en la que participaban muchos compañeros de la escuela.
— Primero me dicen “va, tú también haces la película”, y después que me toca un papel que, básicamente, consiste en llegar y desnudarme. De acuerdo que era la época del destape y que estábamos hartos de hacer expresión corporal, pero yo era muy tímida. Por otro lado, ¿qué tenía que hacer, decir que no? Hice de tripas corazón y al final hice la escena, pasando una vergüenza horrorosa. Pero mira, es una de las mejores escenas de la película. Estoy orgullosa.
Ha tenido muchos grandes protagonistas en el teatro, pero en el cine no tanto. ¿Ha echado de menos hacer más?
— Cuando era más joven, quizás sí. Pero es que entonces el cine se hacía sobre todo en Madrid. Aquí sobre todo hacíamos televisión, donde me introdujo uno de mis profesores, Antoni Chics, que me dio un pequeño papel con frase en un Estudio 1. Y después empezaron a llegar protagonistas y también series importantes como Turno de oficio. El cine se me ha resistido algo más. No he tenido mucha producción pero al menos ha sido bastante exquisita. A ver, también he hecho sandeces, pero sobre todo cosas que he sentido más profundas.
Ahora se habla de una era dorada de las series, pero en las series que hacíais en los 80 no os faltaban medios ni repercusión.
— Yo creo que era incluso más dorada que la de ahora. En esa época las serie se hacían como si fueran cine, se rodaba igual pero con un ritmo más ágil y secuencias más largas. Se hicieron cosas estupendas que, además, funcionaron muy bien entre el público. Fue entonces cuando a mí me empezaron a conocer también fuera de Catalunya.
Fuera del teatro, ¿de qué papel está más satisfecha?
— Soy poco objetiva porque siempre veo la imperfección, siempre pienso que lo podría hacer mejor. Es mi gran defecto como actriz y a veces me ha hecho un poco de daño. Pero estoy contenta con el trabajo que hice en Camino. Fue muy intenso y Fesser me acompañó en todo momento, tiene una sensibilidad emocional tremenda que te ayuda a encontrar el punto que te desmonta en el momento preciso. Hicimos muy buen equipo y nos entendimos muy bien en ese rodaje.
Esa madre fanática religiosa que sacrifica a la hija debe de ser uno de los personajes más alejados a usted que ha hecho.
— Sí, absolutamente. Pero a la vez yo había sido alumna de los escolapios y esa experiencia me ayudó mucho. Caminome sirvió para pasar cuentas con los escolapios, fue mi oportunidad y la aproveché.
Todo el mundo quiere trabajar con Almodóvar pero no todo el mundo puede. Usted sí, en La flor de mi secreto. ¿Cómo fue la experiencia?
— Estaba cagada todo el rato. Y mira que tenía buenos amigos como Marisa Paredes en esa película y que conocía a Almodóvar porque era del grupo de gente que yo frecuentaba cuando estaba en Madrid. Pero lo admiraba tanto que me sentía intimidada por él. En realidad, esa sensación mía ayudó mucho a hacer salir el personaje que hacía en la película, pero el recuerdo que tengo es el de estar continuamente impresionada por Almodóvar.
Alguna vez le ha tocado hacer el papel de madre en una obra en la que antes había hecho de hija. ¿Cómo ha vivido el paso del tiempo en la profesión?
— Hay un momento en el que no estás para hacer ni a las jóvenes ni a las mayores y todos los actores y las actrices pasamos por eso. Pero estamos en una época en la que ha cambiado mucho la manera de ver a la mujer y he tenido la posibilidad de interpretar a grandes personajes, sobre todo en teatro. En el cine es más difícil engañar y hasta que no tienes una edad no puedes hacer según qué papeles.
¿Es cierto que en los 80 estudió en la mítica escuela de interpretación de Lee Strasberg?
— No exactamente. Hubo una época en la que ganaba dinero y, entre película y serie, me iba a Nueva York porque ahí tenía unos amigos que estaban becados en esta escuela donde daban clase los maestros de los grandes actores que vemos en el cine de Hollywood. Pero yo lo único que hacía era asistir como oyente a los talleres para ver cómo se trabajaban en los Estados Unidos, nada más.
Ha hecho todos los papeles en la interpretación, incluso el de actriz de doblaje.
— Para mi generación, el doblaje fue un trabajo que te permitía ganar dinero cuando no había trabajo o mientras hacías teatro, que siempre te deja las mañanas libres. Yo empecé con una palabra, después tres y acabé acabando haciendo protagonistas. Me iba muy bien pero me asusté y lo dejé.
¿Por qué?
— Porque me habría acabaría chupando la vida. Era un trabajo más o menos seguro, me permitía ganarme la vida y me gustaba mucho. Me podría haber quedado haciéndolo, era una buena vida. Pero yo quería arriesgarme y no quedarme encerrada por siempre jamás en un estudio. Soy muy insegura y a veces cobarde, pero también he sido valiente y he dicho que no a productos de esa época del destape. Y no es que no me haya desnudado nunca, pero no es lo mismo hacerlo en una película de Bellmunt que de Iquino. Y yo no quería ser considerada una actriz de este tipo, yo quería ser una actriz que algún día pudiera recoger un premio como este Gaudí. Y he hecho muchas sandeces, pero tenía un sentido de la ética del actor que aprendí en el Institut del Teatre.
Ha hablado del Gaudí de Honor como el colofón a una carrera. ¿Significa esto que está pensando en la retirada?
— ¡Es que esto del premio es horroroso! [Ríe]. Te pone ante un espejo y te enfrenta a la edad innumerable que tienes. Y evidentemente, hay muchas cosas que me interesan ahora que no son solo estar arriba de un escenario. Estoy muy vital y muy estupenda y mi cuerpo me pide otras cosas.