Mariàngela Vilallonga: “Primero tuve el ictus político y después el ictus físico”
Exconsellera de Cultura y catedrática emérita de filología latina
BarcelonaMariàngela Vilallonga (Girona, 1952) se ha pasado casi cincuenta años enseñando latín y los clásicos a varias generaciones de universitarios. Vivió en la casa de Mercè Rodoreda, en Romanyà de la Selva, y preside la Fundació Prudenci Bertrana. Culta, libre y heterodoxa, nunca ha militado en ningún partido político. Fue consellera de Cultura entre marzo del 2019 y septiembre del 2020. El presidente Quim Torra la cesó y ese mismo mes tuvo un ictus. Dos golpes seguidos, matizados por la llegada al cabo de unos días de su primera nieta.
Completa la frase: “Últimamente...”
— Estoy en casa tranquila, voy a la universidad a hacer de catedrática emérita y directora de la Càtedra de Patrimoni Literari, asisto a las reuniones de la Secció Filològica del Institut d'Estudis Catalans, bailo sardanas en la Festa Major de Llagostera ...
Me ha gustado que destacaras que bailas sardanas en la Festa Major de Llagostera.
— Sí, sí, porque esto es el ritual de mi tierra y lo llevo interiorizado desde hace muchos años.
Eres bailadora.
— Soy bailadora de todo, y ahora bailo sardanas con mi nieta que tiene 3 años, y eso es una gran alegría. Poder transmitir a tu nieta esa pasión y amor por la tierra, por la mediterraneidad.
¿Cuál es la última vez que has bailado, que no sean sardanas?
— El 27 de abril, que es el día que mi marido hace años. Organizamos una fiesta con los amigos y al final bailamos él y yo la versión de Jamie Cullum de What a difference a day made.
¿A tu nieta ya le enseñas latín?
— Ya le digo algo en latín, sí. Y su padre, también, no te pienses, porque eso es hacer de eslabón. Le enseñé a mi hijo, él es un entusiasta del latín y también colabora en enseñarle cositas. A veces le digo: "Mira, ahora la abuela te recitará las declinaciones". Y entonces le digo: “Rosa, rosa, rosam...” Y ella me escucha, contenta, y no le desagrada. Si la tratas con amor y le dices algo modulando la voz, ella lo entiende.
¿Últimamente hay alguna frase de los clásicos que te sirva para este tramo de la vida?
— Sí, siempre, pero justamente esta mañana he vuelto a coger las Odas de Horacio. Ya sabes que soy horaciana, yo. Horacio murió cuando tenía 57 años, por tanto mucho más joven que yo, que tengo unos cuantos más.
A mi edad, murió.
— Pues fíjate que a tu edad de ahora, Horacio ya se consideraba una persona mayor y decía: “Tengo pocas necesidades en estos momentos de la vida, disfruto de poca cosa, pero sobre todo lo que pido a la divinidad –y aquella oda estaba dedicada a Apolo– es que me deje disfrutar de lo que tengo, de la salud y, sobre todo, de una mente íntegra, y que después venga lo que venga”. Claro, él tenía 57 años y se consideraba ya viejo. Nosotros, después de dos mil años, ¿nos consideramos viejos cuando tenemos 80? No lo sé, porque yo todavía no me considero vieja. Y hago muchas actividades como si todavía estuviera en activo. En algún momento debes detenerte y pensar que ya no tienes tantos años de vida de antemano.
Te jubilaste de la universidad en 2022, después de cuarenta y ocho años dando clases. ¿Qué diferencias existen entre los universitarios de los años 70 y los que tenías en los últimos años?
— Sí, hay diferencia. He pensado en ello algunas veces. En resumen, ellos eran los mismos, tenían 18, 19 o 20 años, con todas las inquietudes y sorpresas que la vida les tenía reservadas y que ellos querían ambicionar. Pero, claro, los estudiantes de hace cincuenta años no tenían el acceso a la tecnología que tienen los de ahora y, por tanto, el trato de tú a tú seguramente era más cercano, no había una máquina en medio como estos últimos años. Pero creo que el ser humano es muy igual. Le puede cambiar el escenario, le pueden cambiar las circunstancias, pero su pensamiento se asemeja al que tenía Horacio hace dos mil años.
Quizás era una pregunta con respuesta inducida la que te he hecho, como si esperara que me dijeras que ahora tienen más tecnología, pero son menos cultos.
— Hay de todo. Hay estudiantes que tienen mucho interés, que lo aman y que se cultivan, y otros que van a calentar la silla o no van. Lo que reivindico es que ahora también hay estudiantes que tienen interés por la literatura, por los clásicos, que es lo que yo me he dedicado a enseñarles.
¿A ti te hubiera gustado vivir en ese mundo de hace dos mil años?
— No, porque ahora tengo unas comodidades que no tendría. En clase les decía que si nos trasplantaran a hace dos mil años, primero quedaríamos muy alocados, porque no tendríamos nada de lo que tenemos ahora, pero al final nos enamoraríamos de alguien, al igual que ahora, cocinaríamos, al igual que ahora, iríamos a pasear , veríamos los árboles, de los que somos dueños breves a lo largo de nuestra vida. Por tanto, las cosas esenciales son las mismas ahora que hace dos mil años.
¿Con qué frase de los clásicos comentarías el resultado de las últimas elecciones al Parlament?
— Uy, difícil esta pregunta... Lo que me viene, no te lo diré. En mi casa me enseñaron que debía ser una señora discreta.
Te hago otra pregunta, que quizá sea más fácil de responder: ¿a quién votaste en las últimas elecciones?
— Ésta, de plano. No te lo diré. Más vale lo que se calla que lo que se dice, me decían en mi casa.
Sin frase de los clásicos, ¿quieres comentar las elecciones?
— Mira, da un poco de pena, todo. Que hayamos tenido unas elecciones anticipadas, que no fueron al final de la legislatura, y que la mayoría independentista que había se haya perdido. Pero creo que todo es cíclico y que todo lo que sube, baja. Ya volverá a subir, el independentismo. No debemos preocuparnos demasiado, pero sí que hay que aprender de los errores y ver qué se ha hecho mal.
¿Cuál es el último día que has echado de menos ser consellera de Cultura?
— Algunas veces, al igual que he echado de menos ser profesora de universidad. ¿Qué día? En la inauguración de algún equipamiento que nosotros habíamos puesto en marcha. Tú, cuando eres consellera, haces mucho trabajo que puedes ver materializado si tienes un tiempo largo en la conselleria, pero si acabas pronto –como fue mi caso– dejas muchos proyectos por terminar.
En cuatro años, hubo cuatro conselleres. La última, Natàlia Garriga, ha podido estar tres años. ¿Crees que ha sido una buena consellera?
— Sí, ha continuado el trabajo que habíamos realizado las anteriores. Yo creo que sí. No ha dejado de lado prácticamente nada de lo que habíamos empezado y lo que ha hecho ha sido darle impulso. Todas hemos intentado tener más dinero para la cultura y Natàlia Garriga también.
¿Qué recuerdo te ha quedado del último día tuyo como consellera?
— Era el 3 de septiembre de 2020, había ido a inaugurar el Forum Edita e hice mi discurso en catalán. Luego, saliendo de allí, me dijeron que debía ir al Palau de la Generalitat a hablar con el presidente. Era a principios de septiembre y estaba preparada para mostrar todo lo que habíamos preparado en la conselleria para otoño. Quedó cortado en seco. Por tanto, es un día agridulce.
A los pocos días tuviste un ictus.
— Sí, tres semanas después. Primero, el 3 de septiembre tuve el ictus político y el 28 de septiembre tuve un ictus físico, que me causó un trastorno muy grande. Al día siguiente debía volver a la universidad y tuve que tomarme la primera baja laboral de mi vida. No pude volver a dar clases hasta enero. Lo curioso es que el día que tengo el ictus inhabilitan al presidente Torra y, por tanto, no lo sé, no quiero encontrar ningún tipo de relación...
Pronto hará cuatro años de aquello: ¿el ictus físico fue consecuencia del ictus político?
— En mi casa dicen que sí, que es causa-efecto, pero yo tenía el colesterol alto, la presión también alta, y eso venía de la mala vida que tenía siendo consellera, que le dedicaba todas las horas del día y de la noche. ¿Qué fue un golpe cesar de esta manera tan brusca? Sí, fue un golpe. ¿Que los trastornos estos te pueden llevar a tener un trastorno físico de esta magnitud? Quizás también. El médico me dijo que me había ido de tres milímetros.
¿Cuál es la última vez que has pensado que tuviste un ictus hace cuatro años?
— Tengo un lado derecho que es como corcho, y esto hace que en mi día a día siempre tenga presente que ocurrió. Es una secuela que no me duele y que nadie me ve, pero sé que tengo. También me sirve para decir: “Mariàngela, no hagas excesos, que no son buenos”.
¿Te cuidas más ahora?
— Ahora no. Estuve un par de años que sí, un régimen estricto, sin sal, todo a la brasa, al vapor, pero me gusta comer y qué vas a hacer.
¿Has rehecho las relaciones con el presidente Torra?
— Hablamos por WhatsApp y nos hemos llamado un par de veces, sí.
¿Cuál es la última definición que se te ocurre de una persona culta?
— Una persona culta en el siglo XXI es alguien conocedor de la condición humana a través de sí mismo, y de los que nos han precedido, que cada vez tenemos más que nos han precedido. Por eso encuentro tanto consuelo y tanta enseñanza de vida en los clásicos.
Tú ahora haces hablar a Mercè Rodoreda en una cuenta de la red social X. ¿Qué es lo último que le has hecho decir?
— La frase de anteayer era: “Les històries dels altres cansen”, que es de Jardí vora el mar.
¿Puedo pedirte por qué escogiste esta frase?
— ¿Tengo que contártelo? Porque a veces hay gente que te cuenta muchas cosas, hace monólogos y entonces piensas: "Hombre, yo también querría decir algo". En fin.
Tuviste durante treinta años la casa en la que había vivido Mercè Rodoreda en Romanyà de la Selva. Ahora ya te la has vendido, pero ¿cuáles son los últimos objetos de Mercè Rodoreda que conservas como tesoros?
— Tengo la silla de hierro del jardín de la Rodoreda junto a la silla que tenía mi madre, están dialogando. La mesa de jardín también es la de ella, el cristal azul que había en una salita de la casa, un pimentero y algo que nunca he contado a nadie: un jabón en forma de corazón que está puesto en un recipiente también en forma de corazón. Es el jabón-corazón que sale en Mirall trencat. ¡Ah! Y todas las facturas del restaurante el Refugi, de Romanyà, donde iban ella y Carme Manrúbia a comer. Por tanto, sé qué comía Mercè Rodoreda. Era frugal, carne a la brasa, verduras...
Las dos últimas preguntas son iguales para todos. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?
— Sí, he visto que lo preguntabas. Resulta que cuando vamos en coche con mi marido, tenemos la radio puesta y a veces suena una canción y yo le digo: “Esta es aquella que no puedo quitar, ¿verdad?” Y es Pájaros de barro, de Manolo García.
Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.
— Pensé que te regalaría ultima latet. Es una frase latina que significa que la última se esconde, la última hora. A veces puedes ver esa frase en un reloj de sol. Cosechamos las rosas de la vida, antes de que se marchiten y mientras nosotros podamos tenemos que cogerlas, porque la última hora se esconde, ultima latet, no sabemos cuándo llegará. Todas las rosas tienen espinas, nos pincharemos, pero debemos cogera las rosas de la vida.
Nos ha citado en la sede del Institut d'Estudis Catalans, en la calle del Carme de Barcelona. Es miembro de la Secció Filològica, junto con colegas como Joaquim Maria Puyal, Xavier Bosch, Màrius Serra y Magí Camps. Cae un chubasco que deja empapados a los turistas, mientras yo llego con paraguas, impoluto y orgulloso. A la salida hará un sol radiante y serán los forasteros los que me mirarán con compasión, mientras cargo con el paraguas convertido ahora en un artefacto extemporáneo.
Cuando acaba la sesión fotográfica con Pere Tordera, me cuenta que ayer escuchó la entrevista que le hice en la radio en 2022, justo cuando acababa de jubilarse de la universidad. “¿Por qué me entrevistas, ahora? No he hecho nada esta vez”. "No has hecho nada, que se sepa". Y nos sentamos en la misma sala, donde me cuenta que vino a grabar un equipo de la RAI para hablar de Aurora Bertrana.