Javier Pérez Andújar: "Veo España como un país cansado, fracasado y atávico"

BarcelonaEn la última novela de Javier Pérez Andújar, cuatro artistas conviven en un garaje y reciben la visita de un ser monstruoso con quien intentarán comunicarse. Ganadora del premio Herralde, El año del Búfalo (Anagrama) es uno de los viajes literarios y mentales más radicales de la temporada. El escritor combina la narración del confinamiento artístico de los protagonistas –uno de los cuales, el escritor finlandés Folke Ingo, explica la historia que leemos– con una lluvia de biografías de dictadores, asesinos y golpistas y la marea ascendente de notas al pie de página, que modifican y cuestionan el relato principal.

Mientras leía este libro no dejaba de preguntarme qué te llevó a escribirlo.

— Es el primer libro que quise escribir. Lo empecé a pensar hace 20 años, en un momento en el que trabajaba en una enciclopedia. Me pasaba el día redactando entradas y pies de foto, y se me ocurrió que haría un libro en el que las notas al pie de página dieran un golpe de estado contra el texto.

El año del Búfalo es la novela con más golpes de estado que he leído.

— Es un homenaje a lo que veía en la tele cuando era pequeño. Eran años de guerras en Vietnam, en Angola y Mozambique, pero también de secuestros como el de Aldo Moro, o del terrorismo de Baader Meinhof... Siempre me han fascinado las guerrillas y la cultura armada en todos sus contextos.

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El año chino del búfalo sobre el cual orbita el libro es 1973. Tenías 8 años, entonces.

— Sí, pero ya era muy consciente de la realidad que me rodeaba. El 1973 es un año aleph, en el que confluyeron muchos acontecimientos de la época. Hubo la gran crisis del petróleo, pero también varias revueltas civiles. El optimismo que había llevado a la Europa progresista se había empezado a desmoronar después de mayo del 68. El desencanto desembocó en los años de plomo. Las cuatro caras de Mont Rushmore del conservadurismo de la época fueron Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Karol Wojtyla y Jordi Pujol.

Los cuatro personajes principales de la novela viven confinados en un garaje de Suburbia. Escribes que a pesar de que en el mundo sea 1973, en España se continúa viviendo en el 1939: "En España siempre ha sido 1939, y si no 1492. Lo de 1992 fue un espejismo".

— Tengo ocurrencias de estas, cuando escribo. Se me ocurren en el momento, y esto no quiere decir que no comparta estas palabras, pero si las volviera a escribir ahora lo haría de otro modo, con otros matices.

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Pero hay una visión de España bastante negra, en El año del Búfalo.

— Sí. Veo España como un país cansado, fracasado y atávico. No puedo impedir que este pensamiento aparezca de vez en cuando, pero esto no quiere decir que las alternativas me parezcan mejores. De hecho, pienso que son mucho peores. Hay un poema de Ángel González que dice: "Nada es lo mismo, nada / permanece. / Menos / la historia y la morcilla de mi tierra: / se hacen las dos con sangre, se repiten". Tengo esta misma visión pesimista. Esto mismo me hace escritor español.

Cuando leía algunos pasajes de este libro me venía a la cabeza Camilo José Cela.

— La España negra y tremendista de Cela me ha influido desde siempre. Y Cela, a su vez, estaba muy impregnado del pintor –y escritor– José Gutiérrez Solana. Un heredero de Cela que también ha sido importante para mí es Francisco Umbral. En El año del Búfalo diría que también hay mucho Gómez de la Serna, de Quevedo y de la soberbia de Valle Inclán. ¡Un escritor no va a ninguna parte, sin soberbia!

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¿De Gómez de la Serna heredas el espíritu vanguardista?

— Lo intento. Este libro es un acto de escritura permanente. Me dejaba llevar por el flujo de hechos y personajes, como si estuviera escribiendo una novela experimental. Quería que El año del Búfalo se leyera como un objeto vivo.

¿Lo escribiste durante el confinamiento?

— Lo empecé entonces. Al principio del confinamiento no me concentraba para hacer nada. Después fue al revés, pude volver a leer seguido, como cuando era un adolescente. También escuchaba discos de principio a fin. El día a día cotidiano nos lo pone difícil, para dedicarnos a todo esto en cuerpo y alma. Me di cuenta que aquella situación me permitía volver a mis orígenes. Fue así que recordé este proyecto, que refleja mucho mi mundo y que, si se puede comparar con algo de lo que he hecho antes, sería Los príncipes valientes [Tusquets, 2007], una novela que tampoco seguía ningún patrón.

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Los personajes reciben la visita de un monstruo que podría ser el coronavirus.

— Ahora que hablamos tanto de variantes, diría que mi monstruo es una variante –o variación– del trol de Peer Gynt. Encerrado en la montaña, el trol le propone a Gynt la libertad a cambio de que le entregue la condición humana.

¿Tus personajes eligen humanidad o libertad?

— Deciden enfrentarse al monstruo... y no diré como acaban. Pero quizás la única manera de ser libre sea ser humano.

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Aun así, muchas de las biografías que explicas en los capítulos de los dictadores nos hacen pensar que te has propuesto escribir, citando a Borges, una especie de historia universal de la infamia.

— Compartimos la descripción de escenas y vidas que abocan a la infamia, sí. Empecé leyendo vidas de santos y he acabado escribiendo El año del Búfalo. Lo que hay que hacer es enfrentarse, sin miedo, con lo que quieres hacer. La finalidad de escribir es la misma escritura. Lo que es peligroso es sacar conclusiones.

Es una novela donde la política está muy presente.

— La política me fascina, siempre que se explique desde la experiencia humana. ¡Me encantaría llegar a comprender la maquinaria del reloj que mueve la política! Es casi tan fascinante como la literatura.

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¿Por qué? ¿Por cómo se gestiona el poder?

— Por el ejercicio del poder, pero sobre todo porque arrastra la condición humana a sus extremos, a lo mejor y a lo peor de cada uno. La política está rodeada de misterio e intriga. Intuyo que uno de los secretos de ser un buen político es decir lo que piensas, pero esto es más difícil de lo que parece, y acabas metido en un laberinto. Igual que cuando escribes literatura.

Hay tantos políticos que incluso aparece Puigdemont metido en un maletero.

— Lo hago salir en un capítulo en el que hablo de política y coches. No lo podía excluir de esta categoría.

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El año del Búfalo es un libro provocativo, no por la mención, sino porque rehúye la trama y contradice constantemente la coherencia narrativa.

— Esta es la parte rebelde de la novela. Reivindico el acto paranoico, delirante e intelectual de buscar a través de la escritura. Ahora se lee mucho para buscar información, pero en literatura lo importante no es el contenido, sino la experiencia de leer. No leemos literatura para aprender nada, sino para aprender a leer. Mucha literatura de ahora se dedica a denunciar injusticias. No se hace ni de forma política, sino académica. La literatura que a mí me gusta puede, en base al gesto de ir añadiendo una palabra detrás de otra, descubrirte el sentido de la vida.

¿Aunque la vida no tenga sentido?

— ¡Claro! La ausencia de sentido hace más necesaria que nunca la literatura.

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