Barça

El Barça silencia el infierno con la poesía de Pedri (1-2)

El equipo de Xavi levanta el partido en el campo del Galatasaray con una exhibición del canario y ya está en los cuartos de final de la Europa League

Enviat especial en Estambul (Turquía)A veces, los poetas tienen que bajar al infierno. Cuando Pedri juega, la manera que tiene de cuidar la pelota suena a poesía. Es un poeta capaz de no perder la cabeza cuando las llamas ya te queman la piel. Bien poco le importaron los gritos y las bengalas, en Turquía. No hizo caso ni de los petardos ni de los rivales que, vestidos de rojo y amarillo, como si fueran demonios, le mordían los tobillos con cara de pocos amigos, torturándolo. La magia del canario salvó al Barça cuando más complicado parecía todo, en Estambul. La aventura europea continúa en una competición que parecía una condena y ahora anima después de un triunfo muy trabajado en el campo del Galatasaray (1-2). El torneo ahora ilusiona, no tanto por el valor de la copa que se entregará en el campo del Sevilla, sino porque no deja de ser un símbolo del renacimiento de un Barça que sabe que las mejores cosas no llegarán esta temporada. Vendrán más adelante.

El partido era una trampa. Estambul, ciudad que te puede seducir y hacerte perder la cabeza, es un lugar poco agradable cuando no te reciben con una alfombra roja. Dos horas de atasco, miles de aficionados esperándote con un cuchillo entre los dientes y un ambiente de los que asusta a más de uno. Para el equipo de Domènec Torrent, era el partido de la década. Para el Barça, una etapa más. Pero perder estaba prohibido. No se podía salir relajado al césped del moderno estadio que se levanta donde antes tenía los fundamentos el temible Ali Sami Yen, donde el mismo Dream Team hizo aguas hace veinte años. No, no existía el día siguiente, no se podía pensar en el partido del domingo en Madrid. Y Xavi salió con el equipo de gala, con Eric Garcia en lugar de Araujo para cuidar la salida del balón. Las cartas estaban encima de la mesa, los papeles de cada equipo no eran un secreto: el Barça atacaría y el Galatasaray buscaría los balones largos en Gomis y la calidad de Kerem Aktürkoğlu, el genio local. Uno de aquellos jugadores de calle que ama el balón.

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La magia de Pedri

Pero Kerem quedó eclipsado por Pedri. El faro de un Barça que tuvo el control del juego, pero poca pólvora. Tocó sufrir con las contras locales, porque Busquets y De Jong perdían más balones de lo que suele ser habitual, en parte porque el árbitro Orsato consideraba que con un ambiente tan hostil no había que señalar todas las faltas del Galatasaray. Ya se sabía, que sería un partido tan incómodo como llevar todo un día unos zapatos que te van pequeños. Pero cuando Marcao marcó a la salida de un córner, el Barça cayó directo al averno, entre bengalas y petardos. Fue Pedri, como si fuera Dante descendiendo al infierno, quién sacó al equipo de la hoguera y empató antes del descanso con una jugada en la que dejó tendidos en el césped a dos rivales engañados solo con un golpe de cintura. Un instante de luz, el triunfo de la técnica sobre la fuerza.

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Xavi, consciente de que había que rematar el trabajo, apostó por Dembélé. Nunca sabes qué esperar del francés, pero evidentemente no es una persona que se deje impresionar por 60.000 turcos gritando. Y ya de salida, después del descanso, el Barça marcó el segundo después de dos prodigiosas paradas de Iñaki Peña. A la tercera, Auba no perdonó. Dos golpes en la línea de flotación del Galatasaray, uno antes del descanso y el otro justo a la salida de la segunda parte. De los que hacen daño. Los aficionados locales ya no cantaban para asustar el Barça, ahora cantaban para animarse ellos, conscientes que los tocaba ver en directo una lección de fútbol, con un Pedri omnipresente cuidando la pelota, como si la quisiera proteger de tantos insultos que llegaban de la grada. A pesar de perder a Dest por lesión y no sentenciar, el Barça ofreció minutos de gran fútbol, con todo el equipo muy situado, recuperando la pelota una y otra vez. Sin dejar respirar al Galatasaray, que sacaba agua como podía del barco a la deriva. Parecía que fuera el Barça, el equipo que iba por detrás en la eliminatoria, tal como jugaba, enloquecido en busca del tercero. Al equipo azulgrana solo le faltaba marcar el tercero para cerrar el expediente y evitar sustos de última hora, a medida que el fútbol iba desapareciendo del terreno de juego, entre faltas y peleas. De la poesía se pasó a la fiesta, al final.

De hecho, el Galatasaray revivió con los cambios de Domènec Torrent, pero el destino estaba escrito. Y conscientes de que les tocaba arrodillarse, los turcos demostraron mal perder, con una lluvia de objetos sobre Gerard Piqué y un Jordi Alba que acabó tan nervioso, que chutó la pelota a la grada y provocó un pequeño rifirrafe que no dejaba de restar tiempo a los turcos para intentar empatar. No podían. No tenían ni la pelota, ni las herramientas para parar un Barça que continúa creciendo y conquistando estadios complicados. Una buena manera, ahora sí, de pensar en el Real Madrid. Y de ilusionarse por ganar una copa.