Laporta y el caso Negreira: cuando salvar el club y a la vez el culo deja de ser compatible
BarcelonaJoan Laporta tiene mucha razón en una cosa: el Barça es la víctima principal del caso Negreira. Ni el Madrid, ni Florentino, ni la Liga, ni la Federación, ni ninguna de las partes que se han personado en la causa judicial por corrupción continuada en el ámbito del deporte han sufrido, sufren o sufrirán más intensamente que el club azulgrana las consecuencias de esta oscura trama arbitral. Ovación cerrada para esta arista del discurso institucional que el mandatario escenificó este lunes, rodeado de los directivos de confianza y también de cuatro carpetas llenas de informes técnicos, para romper un silencio atronador.
Había que defender públicamente a la institución de los ataques injustos –y en plena instrucción judicial– que nacen de intereses concretos, y Laporta cumplió con nota la expectativa hacia esta necesidad. Pero le faltó una cosa muy importante, incluso evidente: visibilizar que si el Barça es el perjudicado número uno de todo este circo es, de origen, porque hasta cuatro presidentes escogidos por los socios culés —sí, él también— creyeron que era una fantástica idea mantener empresas tuteladas por un cargo arbitral entre la nómina de proveedores. Sin este visto bueno institucional compartido por las tres familias (o ismos) que han gobernado en el Camp Nou durante los últimos 22 años, el entorno no haría más de dos meses que estaría aguantando los comentarios hirientes y mojadores de pan del madridismo mediático. Si el Barça está en la diana es también debido a una decisión sostenida en los lustros por parte de sus gobernantes.
Por eso es tan triste que, en más de dos horas de comparecencia, Laporta fuera incapaz de echarse para atrás, aunque fuera un poco, con relación a la naturaleza de los pagos a los Negreira, tanto al amo de las empresas (el padre) como al prestamista de los supuestos servicios (el hijo). Dejando de lado la compra del estamento arbitral —una hipótesis poco creíble considerando lo que los colegiados cobran cada año y el inexistente historial de favores en el césped—, el presidente del Barça desaprovechó una oportunidad de oro para reconocer el error y pedir disculpas como mínimo en nombre de lo que autorizó durante su primer mandato. Defender al club no solo depende de denunciar las fobias de Tebas o el "cinismo" del Madrid. También se puede hacer enseñando el culo desde la humildad. Te puedes equivocar por muy Laporta que seas. La autocrítica nunca estorba. Al contrario.
Y no, no basta con decir que como el Barça no tuvo departamento de compliance hasta el 2016 los pagos de los cursos anteriores no se pudieron estudiar desde una perspectiva ética. Como si el concepto fuera de nuevo cuño. Como si fuera imprescindible incorporar un penalista a la ejecutiva para darse cuenta del enorme conflicto de intereses que implica tener a un ex árbitro a sueldo y con empresas que dependen exclusivamente de este sueldo. Como si Negreira hijo, del que solo se conservan informes hasta el 2013 (los de antes están "destruidos" y, hay que ver, él tampoco los guarda en ninguna parte), fuera una especie de oligarca del scouting que se zampaba la competencia como si fuera un Mercadona del análisis técnico. Por no hablar del sobreprecio escalado en el tiempo de sus trabajos. Ni, por otro lado, de los méritos de Sergi Atienza (el compliance actual) antes de convertirse, según palabras de Laporta, en el garante del buen gobierno de su Barça.
En definitiva, la rueda de prensa sirvió para repetir los eslóganes que necesitaban oír los socios que están cómodos en el victimismo. Los que querían algo más de elaboración argumental también tenían claro que el club no compró árbitros, pero se merecían saber que al menos a uno de los presidentes relacionados con Negreira le sabe mal todo lo que se ha montado por un convenio fuera de mercado, sin ninguna prueba documental previa al 2013 y muy reprobable éticamente. El tufo de chiringuito es lo que hace daño. No la sospecha, de momento infundada, de sobornar a un estamento para recibir un trato de favor en el césped.