El síndrome Lamine Yamal

BarcelonaEl Barça se ha abonado a un relato fantasioso y la tozuda realidad le resbala. Da igual que estemos ya en un nuevo año o que se haya disputado la primera vuelta de la Liga. Laporta y Xavi han anunciado tantas veces que todo está a punto de cambiar milagrosamente, han apelado tanto a la fe, al pensamiento mágico, a las palancas, a los enemigos externos, a la épica de superar una herencia venenosa y a la nostalgia de un brillante pasado que empiezan a sonar hueco, a disco rayado.

No hay argumentos que sostengan su optimismo patológico ni suficientes conejos en la chistera. Había que esperar a que volviera Pedri o a que reapareciera De Jong, porque entonces sí, el equipo funcionaría como un reloj. Era necesario empezar a negociar el traspaso de João Félix después de que marcara el gol del triunfo ante el Atlético de Madrid, y Balde era mil veces mejor que Jordi Alba justo antes de que Cancelo ocupara su puesto en la banda izquierda. Se fabrican héroes con prisa que acaparan portadas y llenan páginas con reportajes en los que se escarba en sus inicios y hablan sus descubridores para después desaparecer de las alineaciones sin tiempo a digerir ni su fulgurante llegada ni su repentino ocaso. El caso de Lamine Yamal es paradigmático porque corre el peligro de acabar convirtiéndose en síndrome. El debutante más joven, el goleador más precoz, el bautizado como "el nuevo Messi" ha pasado en nada el testigo de los focos, la celebridad y las ilusiones a Vitor Roque, que bastante tendrá con no sufrir jet lag.

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Lamine Yamal, sin duda, no tiene ninguna culpa ni responsabilidad en las expectativas que se depositaron en él. A sus 16 años no podía cargar con el peso de un equipo que no sabe a qué juega dos años después de la llegada de Xavi y de un club que vive al límite flirteando con la ruina a base de golpes de efecto. No hay un solo jugador, ni uno, que sea fiable esta temporada. Todos, desde Araujo hasta Lewandowski, están por debajo del nivel esperado. El problema es estructural, global y las soluciones son perecederas porque sigue sin existir un diagnóstico claro. Un día se apunta a la prensa, el otro al madridismo sociológico, el siguiente a Libero o al último pase que no llegó para justificar no chutar a portería durante toda la primera parte ante el Las Palmas. Y así, se pongan como se pongan, es imposible.