Inesperada carta de amor en el Mallorca

[Introit: me propongo exponer mi decantamiento claro por el Mallorca en la final de Copa sin caer en reproches, rencores ni insultos hacia el Athletic. También me propongo exponerlo sin planteamientos de Super Risk y alejado de la cosmovisión de Jaime I. Sería un motivo de satisfacción llegar al final del artículo sin engañar a los lectores, sin decepcionarme a mí mismo. La cosa del Bilbao costará, pero vamos.]

Quiero que el Mallorca gane esta Copa del Rey y lo quiero a pesar de que Cataluña, el catalán y los catalanes no vivimos tiempo de alta popularidad en aquellas islas. Quiero que el Mallorca gane porque tiene un entrenador con el que quisiera ir a cenar. Qué risa, el amigo Aguirre, qué poca sofisticación, qué sabiduría popular alejada de los triángulos, los bloques y el imperio del humo.

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También quiero que gane el Mallorca porque su estrella, Muriqi, lo tiene todo por ser el antihéroe perfecto. Kosovar, feal descarnada, hacen de Enrique Iglesias, celebración de pirata, fenotipo de delantero británico de cuando Carlos y Diana aún no se conocían.

Quiero que gane el Mallorca porque nunca nos hemos peleado demasiado y porque de allí llegaron dos futbolistas que marcaron nuestra educación sentimental. Hace cuatro días, Eto'o, con ese hambre, esa velocidad de relámpago. Sin él todos aquellos brasileños no habrían llegado a la cima de la segunda Champions. Hace algo más, Miquel Àngel Nadal, con ese pecho donde aterrizaban los helicópteros, ese vigor para entrar desde la segunda línea. En esa época, leía las puntuaciones de los jugadores dejándole a él para el final con deleite, porque gozaba furiosamente del adjetivo del que se hacía merecedor a menudo: pletórico, qué sonoridad, qué perfecta fusión entre el hombre y la palabra.

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Quiero que gane el Mallorca, sobre todo, porque siento que estamos en deuda: era en el 98, nos los cruzamos en una final idéntica y la cosa fue a los penaltis. Y en esa época ganábamos a menudo y no nos venía de aquí. Y, sin embargo, celebramos locamente cuando remontamos a la tanda definitiva gracias a un error de Stankovic y al acierto de Ruud Hesp. Secretamente, me sentí sucio: el Mallorca quería mucho más, habría disfrutado mucho más del título. Nosotros, en fin... De todo, nuestro portero acabaría haciendo un nefasto anuncio publicitario de Caprabo. Sucio y culpable, sí. Creo que fue con el Mallorca, esa noche calurosa, que descubrí la empatía en el terreno de fútbol.

Y sí, quiero que gane el Mallorca porque es o ellos o el Bilbao, y no querría romper la inicial promesa, así que, simplemente, "Siempre arriba".

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