"Los niños jugaban a fútbol con la munición que minutos antes hubiese podido matarlos"
El periodista y cooperante Ric Fernández ha publicado el libro 'Distrito pachanga' para mostrar el poder del balón a la hora de unir culturas
BarcelonaPuestos a buscar actividades que rompan el hielo entre personas, por muy alejadas culturalmente que estén, Ric Fernández (Santander, 1982) escogió las pachangas. "El fútbol puede ser un desahogo, pero también un arte, y es muy inclusivo. No hace falta ni una pelota, puedes jugar con una botella de Fanta entre dos sudaderas. ¿Quién te lo da esto? ¿El baile? ¿Necesitas la música. ¿La bebida? Necesitas el bar, el dinero, la consumición, la conexión", considera este periodista y cooperante en una conversación mediante una videollamada entre la comarca cántabra de los Valles Pasiegos y Barcelona que tuvo que hacerse dos veces porque el entrevistador no grabó correctamente el audio en el primer intento.
Fernández, que coordina la organización No Name Kitchen, especializada en investigaciones sobre violencia fronteriza que han sido portada en medios como The Guardian o Al Jazeera, llevó su objetivo hasta las últimas consecuencias: viajar por medio mundo, de Vietnam hasta su casa, con el propósito de jugar pachangas en todos los lugares por donde pasara, aunque fueran la definición de peligro que aparece en el diccionario. Las vivencias de este viaje las ha publicado ahora en el libro Distrito pachanga (Libros del K.O.). Uno de los lugares donde hizo una pachanga fue en Bil'in, un pequeño pueblo de Cisjordania situado en la frontera entre Palestina e Israel, donde cada viernes hay una manifestación contra la construcción de un muro de ocho metros de altura, el establecimiento de colonias judías y la violación de derechos fundamentales.
El viernes en el que Fernández participó en la manifestación, acabó, como es recurrente, con soldados israelíes disparando pelotas de goma (que tienen un núcleo de acero) y lanzando botes de gases lacrimógenos. Cuando el caos se evaporó, Fernández vio a dos niños palestinos jugando a fútbol con una de las pelotas de goma y se unió. "Los niños estaban jugando con la misma munición que unos minutos antes podría haberlos matado. La sensación cuando fui a Cisjordania [antes del inicio del genocidio israelí posterior al 9 de octubre del 2023] era de impotencia y, en cierto modo, de resignación por parte de la población local. Hasta el punto de jugar con la munición que te acaban de disparar –dice Fernández–. Es algo insólito que no te encuentras en ningún otro lugar. Que esté tan naturalizado, que forme parte tanto del día a día", añade. La escena terminó con una pachanga entre ocho personas.
Las tres cárceles
También en Cisjordania, Fernández siguió la aventura del Beit Sahour, un equipo de fútbol femenino, para jugar la final de la Copa de Palestina frente al Ramallah United. En su viaje de 28 km en autobús hacia el estadio de Ramala, donde se disputó la final, el obstáculo fue un punto de control del ejército israelí. Naela y Nadeer, dos de las jugadoras del Beit Sahour, le explicaron a Fernández que "jugar en Palestina es como escapar de las cárceles". Preguntadas por cuáles son estas cárceles, las concretaron en tres puntos: ser mujer, ser musulmana y la ocupación israelí.
Previamente, en Cracovia, Kata, una futbolista que jugaba en el campo de la fábrica de Nowa Huta, desmontó la hipótesis inicial de Fernández de que el fútbol es universal con una simple pregunta: "¿Cuántas veces has jugado un partido con mujeres durante este viaje?". Fernández tuvo que admitir que, hasta entonces, desde Vietnam hasta Polonia, había jugado con cero mujeres adultas locales. "Empecé con la idea de que el fútbol es el más universal desde un punto de vista que se puede jugar en todas partes, pero eso no es lo mismo que todo el mundo pueda jugarlo en todas partes. La hipótesis estaba mal de salida", admite Fernández.
Un secuestro y una detención
"El punto de partida era intentar jugar en lugares donde no se espera que se juegue", dice cuando se le pregunta por si algunas veces llevó demasiado lejos su valentía, sobre todo teniendo en cuenta que una de las pachangas, jugada en el barrio de Dahieh de Beirut, acabó con un secuestro por parte de Hezbollah. "Nos cuesta verlo desde un punto de vista occidental, pero hay tantos lugares con una presencia naturalizada de armas y violencia institucional que, si tú haces un itinerario desde Vietnam hasta España, vas pasando por un cúmulo de situaciones que provocan que, cuando llegas al Líbano y te encuentras a un hombre que te pone una pistola en la cabeza para que le digas si eres del Mosad o no, tampoco te sorprenda tanto".
Dos meses después del secuestro de Hezbollah, la pérdida del pasaporte cuando se dirigía al campo de refugiados de Shatila volvió a llevar a Fernández a ser retenido contra su voluntad, porque sospecharon que era un terrorista sirio. En este caso, fue detenido por el ejército de Líbano. La delicada situación se solucionó gracias a la casualidad de que el general que estaba en la base militar era el mismo que se había encontrado después de ser liberado por Hezbollah y lo reconoció. "Todo el estrés postraumático me salió posteriormente. Las cosas que me habían pasado se fueron sedimentando y me salieron más tarde", dice Fernández. Pero, durante las horas que estuvo detenido, Fernández tuvo tiempo de jugar una pachanga con los soldados que lo custodiaban con una botella haciendo la función de pelota.