Quique Cárcel: “Los éxitos también son una condena”
Director deportivo del Girona
GIRONA“Hemos sufrido un trauma y los traumas son complicados de curar”, reflexionaba Quique Cárcel (Barcelona, 1974) al ARA meses después del descenso a Segunda del Girona. La herida ya no tiene la profundidad de antes, porque tienen razón los que aseguran que el tiempo todo lo cura, pero todavía existe. Afortunadamente, el club late con fuerza y está dispuesto, una vez más, a curarla del todo. El director deportivo rojiblanco vuelve a atender al ARA horas antes de la ida de la final del play-off contra el Tenerife (21 horas, #Vamos).
La ilusión que se vive estos días es impagable, ¿no?
— Me hace estar muy orgulloso, la verdad. Está todo vendido, no quedan entradas. Porque no tiene nada que ver el club que me encontré cuando llegué en 2014 que el que existe en la actualidad. Los niños gerundenses se sienten del Girona, es su equipo preferido, y esto es gracias a muchos años de trabajo. Hoy existe un sentimiento muy fuerte hacia estos colores.
¿Este factor emocional será la clave de la final?
— Un play-off significa dificultad y tensión, pero tenemos mucha experiencia y nos tenemos que dedicar a disfrutar del momento. La gente puede pensar en los batacazos fortísimos que hemos sufrido en los últimos instantes de los últimos años y resulta que ha aparecido una nueva oportunidad. El hecho de perseguirlo siempre nos dará más opciones a hacerlo realidad. Tenemos que estar satisfechos, alegres y creer, con muchas ganas. ¿Habrá tensión e incertidumbre? Segurísimo. Ahora, tiene que prevalecer el deseo y es en lo que nos centramos.
¿Ha ido bien estar a punto de no entrar en las eliminatorias para valorarlas más?
— Es lógico que las cosas, con el paso del tiempo, no se vivan del mismo modo. Recuerdo como era el primer año, había una pasión extrema. Quizás el hecho de habernos estabilizado consiguiendo cosas grandes ha creado el efecto de que son normales. Pero algún día se darán cuenta de que no lo es. Se le tiene que dar importancia, porque es la tercera final en tres años.
El camino ha sido complicado.
— Sí, porque nos ha tocado renovarnos, banquillo incluido. Cambiamos muchas cosas y hemos tenido una clara fase de crecimiento. Al principio los resultados no eran favorables y había nervios y desazón, pero yo no dudaba, porque lo que veían mis ojos era motivo suficiente para ser consciente de que aquello se revertiría. Lo hacíamos bien en el campo. No es fácil encajar todas las piezas, siempre se necesita un margen. Pero es cierto que nos puede haber beneficiado haber tenido miedo de perder el play-off después de haber perdido el ascenso directo, porque hace que se valore más lo que tenemos.
Por curiosidad, ¿antes de ir al estadio pasarás por algún lugar diferente o llevarás otra ropa? ¿Buscarás nuevos hábitos?
— Lo que tengo es una sensación de déjà vu bestial, porque este momento ya lo he vivido. He hecho tantas cosas diferentes a lo largo del tiempo y nunca me han salido bien... [ríe] Tengo mis rutinas, pero no por el hecho de jugar una final, sino que las tengo en cada jornada. Lo hago para sentirme más seguro y cómodo a pesar de que en el fondo soy consciente de que será lo que tenga que ser. Me queda llevarlo con naturalidad, ser optimista y positivo.
¿Mezclar los sentimientos en el trabajo ayuda o lo complica?
— Implicarse te da un factor diferencial, es evidente. Creo mucho en el orgullo gerundense, porque te aporta un punto de fuerza en momentos duros. Ocho años en el club me permiten decir que me siento un gerundense más. Mis hijos y mi mujer son del Girona y esta sensación es preciosa. Porque quiere decir que hace muchas temporadas que estamos aquí, que esto es parte de nuestra vida y que me siento respetado y afortunado.
En toda relación hay diferentes fases. ¿Cómo se gestiona el hecho de decirle a alguien que pierde su puesto de trabajo porque no se han conseguido los objetivos y se tiene que recortar el presupuesto?
— Es jodido y hace daño. Personas que aprecio y me habían dado mucho, que posiblemente merecían continuar, han tenido que marcharse a pesar de no ser culpables. Les hemos dicho que no seguían no porque no hicieran bien su trabajo, sino porque no se han logrado unas metas concretas y aquella ha sido una de las consecuencias. Trabajadores del club que han hecho inmensamente bien lo que se les ha pedido y los despide un descenso. O jugadores que nos habían llevado al éxito y el corazón me pedía una cosa, pero me tocaba tomar las decisiones con la cabeza.
Se nos olvida que esta parte también existe.
— Los sentimientos son complicados, porque por más que tú quieras dar explicaciones la otra parte no lo ve como tú. He intentado ser siempre empático, honesto y ponerme en la piel de los otros, pero no ha sido fácil. Aun así, sé qué rol tengo, soy un líder y es parte de las obligaciones.
¿Piensas en el día siguiente?
— El recorrido que me acompaña hace que me lo tome de otro modo, porque tengo que encontrar el equilibrio entre la responsabilidad que tengo y las emociones que se generan. Día a día, este cargo te obliga a resistir mentalmente. Pero es evidente que sobrevuela, que tengo en la cabeza qué pasará cuando la final acabe, que pienso si pasará una cosa o pasará la otra. Esto no es agradable, porque nada es seguro. Antes me preguntabas sobre los puestos de trabajo. ¿Crees que no pienso en la gente que dejará el club consigamos o no el ascenso? Ya lo he visualizado, porque me ha tocado hacerlo antes. ¿Cómo lo remontas cuando pasa? Es cierto que, si subimos a Primera, el sentimiento que predominará es de felicidad, pero no todo será bonito.
Has renovado hasta 2025. ¿Cuándo lo decidiste?
— Para contestarte a esto es fundamental echar atrás. La situación del club en 2014 era frágil y yo me sentía muy fuerte. El hecho de enfocarlo así contribuyó a superar muchas de las cosas que pasaban. Los resultados también, claro. Siempre he dicho que todo lo que sube, baja; que después del éxito vendría el fracaso. Porque era inviable mantener aquella energía. Hemos vivido unos años maravillosos que recordaremos siempre, con un precioso ascenso a Primera, pero también fue una condena, porque no mantenerlo no se perdona.
El maldito descenso.
— Hacemos dos cursos fantásticos a pesar de que acabamos muy mal. Aquellos diez últimos partidos, donde caímos... Personalmente fue extremamente duro. Ahora, ¿sabes qué? No me arrepiento de nada. Tampoco de apostar por la continuidad de Eusebio, que es lo que se me reprocha. Yo creía en la idea y estuvo a punto de salir bien. Pero a partir de allí sí que para mí ha sido todo más difícil, porque hemos perdido un poco el norte. Nos creemos que el Girona es una cosa diferente de lo que es, parece que no se entienda que no esté en la élite.
¿Qué error te reprochas?
— El primer mercado posdescenso, que curiosamente es donde más apoyo sentí que tenía. Me decían que era lo mejor, porque traje a los jugadores que querían que trajera. Y ahí aprendí que no me tengo que dejar llevar por lo que la gente quiere. ¿Por qué razón digo todo esto? Porque fue mi peor instante como profesional y cuando he vuelto a la raíz, a hacer las cosas que verdaderamente siento, dejando de lado fichajes comerciales, hemos cambiado el dibujo.
Y entonces, aparece Míchel.
— Me ha devuelto la fuerza, porque entiende el fútbol como lo entiendo yo. Es muy importante que los valores de los dos coincidan: la apuesta por los jóvenes, practicar un buen fútbol, intentar crear un proyecto... Ahora siento que estoy bien y contento para continuar. Por eso he renovado. También quiero decir que, si no fuera porque internamente me he sentido muy valorado, no estaría aquí. Es la clave de la historia. Todos los trabajadores del Girona, desde el primero hasta el último, pasando por la propiedad, me quieren a su lado. Y con la suma de todos, es increíble la brillante capacidad de levantarnos que estamos eternizando en el tiempo.