Deportes

Los grandes gestos de deportividad que emocionan a todo el mundo

El gesto deportivo de Vingegaard con Pogacar en este Tour ha recordado otros momentos similares del pasado

BarcelonaEn un deporte profesional cada vez más competitivo, un gesto de deportividad acaba convertido en un instante de luz. Reflejo de una sociedad agresiva donde parece que todo esté permitido para triunfar, el deporte de vez en cuando nos recuerda que no todo vale. Y que puedes hacer tu camino hasta arriba del podio con la cabeza alta. La rivalidad entre el ciclista danés Jonas Vingegaard, que a sus 25 años ganará este domingo por primera vez el Tour de Francia, y el joven campeón esloveno Tadej Pogacar, de 23, ha animado a los seguidores del ciclismo, ilusionándoles con la posibilidad de que estemos entrando en una nueva época dorada de un deporte de equipo donde al final, los ciclistas siempre acaban solo enfrentándose con la carretera y sus miedos. Los dos han mantenido una rivalidad muy dura, pero siempre, al final de cada etapa, se han elogiado el uno al otro. Pogacar, en ocasiones altivo puesto que siempre considera que ganará él, ha ido a felicitar al danés cada vez que ha perdido un duelo con una risa. Con respeto.

El gesto de Vingegaard en la 18.ª etapa, cuando decidió esperar a un Pogacar que había rodado por el suelo en el descenso del Coll de Spandelles, se ha convertido en una de las imágenes deportivas de la temporada. Pogacar, campeón los dos últimos años en el Tour y gran favorito hace pocos días para añadir un tercer triunfo a su palmarés, tenía que darlo todo para intentar recortar el tiempo que el danés le sacaba y arriesgando acabó en el arcén de la carretera. Nada grave, un raspón en el muslo. Pero una caída suficiente para que Vingegaard se escapara más de 100 metros por delante. El danés, sin embargo, decidió esperar, después de girar la cabeza y ver qué había pasado. No quería aprovechar una caída para castigar al rival. No quería ganar así. Pogacar, estiloso, le dio la mano en señal de reconocimiento cuando lo alcanzó carretera abajo. Un instante, una fotografía captada por un fotoperiodista de L'Équipe que representa unos valores. Los dos, admirándose y respetándose, querían ganar gracias a sus piernas y su corazón, no gracias a un golpe de fortuna.

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"Necesitamos estas imágenes, estos momentos en los que los deportistas se vuelven un ejemplo. En el deporte, como en la vida, puedes ganar con malas artes o puedes hacerlo con elegancia. Nos gusta poder admirar a los campeones, saber que quieren ganar sin hacer trampas" defiende el periodista italiano Pier Bergonzi, que durante años se obsesionó con intentar saber la historia detrás de uno de estos momentos, la famosa fotografía durante el Tour de 1952 en la que los dos grandes rivales del ciclismo italiano, Fausto Coppi y Gino Bartali, se pasan un bidón de agua en pleno ascenso al Télégraphe, el 6 de julio de 1952, en la undécima etapa de la carrera francesa. Una imagen icónica, puesto que nos recuerda como "mientras los deportistas pueden estar dispuestos a ayudarse, siempre habrá gente que no manipulará los hechos". Bartali, un hombre católico de quien todavía no se sabía entonces que se había jugado la piel escondiendo en su bicicleta documentos para salvar judíos italianos durante la Segunda Guerra Mundial, era el héroe de aquella Italia conservadora que sufría con el ascenso del comunismo. La Italia roja animaba a Fausto Coppi, aquel piamontés ateo que simbolizaba un país diferente. Ni Bartali era realmente un hombre de derechas ni Coppi era comunista, pero el país, roto, había cargado en sus hombros sus sueños. Y conseguía que más de una vez las narraciones de las etapas del Giro por la radio acabaran con alguna pelea a puñetazos entre militantes de la Democracia Cristina y del Partido Comunista.

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Pero aquel verano del 1952, en todas las portadas apareció la foto de los dos ayudándose. "Rápidamente se pasó de la admiración a la polémica, puesto que unos decían que era Coppi quien pasaba el bidón a Bartali. Otros, que era a la inversa" explica Bergonzi, quien nos recuerda cómo la prensa, para tener la imagen perfecta, recortó la fotografía, puesto que a la derecha aparecía otro ciclista, el belga Stan Ockers, que le quitaba magia a la imagen. "Era mejor que fueran ellos dos solos contra la carretera. Ayudándose. De hecho, era normal que se ayudaran los ciclistas. Se pasaban agua, se ayudaban si uno sufría una caída. Pero entonces costaba mucho tener imágenes de cada momento y por eso aquella imagen fue tan icónica" añade Bergonzi. Un amigo del autor de la foto, Vito Liverani, explica años más tarde que este le había dicho que había sido él mismo quién le había dado el bidón a Bartali. Y este lo había acercado a Coppi, ganador de aquella edición del Tour. La capacidad del ciclismo para dejarnos momentos mágicos no es una sorpresa. Sobre dos ruedas, los ciclistas parecen héroes clásicos que luchan contra todo, como si solo ellos pudieran entender cómo llega a ser de duro ese deporte. Y por eso los adversarios se respetan.

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El futbolista que no quiso marcar un gol

"El fútbol es un deporte, no es la guerra". Pedro Zaballa, futbolista cántabro de los años 60, actualmente da nombre a un premio que la Federación Española de Fútbol otorga a cualquier club, afición o deportista que destaca por un gesto de deportividad, como cuando un jugador se dirige a un árbitro para admitir que no le han hecho falta. El premio recuerda uno de los gestos más emotivos de la historia de la Liga española, el 2 de noviembre de 1969, cuando el Sabadell, club donde jugaba Zaballa, visitaba el Santiago Bernabéu. Era la época dorada del club vallesano, que aquel año acabaría cuarto en Primera haciendo frente a los equipos más grandes del fútbol estatal, como el Madrid. Con el partido empatado sin goles, la pelota cayó a los pies de Zaballa, que solo tenía que chutar para marcar el 0-1. Pero justo antes el portero local, Avelino Zapico Junquera, había topado con su compañero de equipo Espildora y con el delantero catalán Palau. Todos habían acabado en el suelo lesionados y la portería, sin portero. Zaballa, en lugar de marcar el gol más fácil de su vida, ya a un metro de la portería, decidió chutar la pelota fuera y pedir asistencia médica. Los 80.000 forofos presentes lo ovacionaron. Y cosas de la vida, el Sabadell perdería el partido 1-0 con un gol del local Pirri en el último minuto de partido. "Dos compañeros de profesión se habían hecho daño. Les hacía falta asistencia. Para mí, esto estaba por delante de poder marcar, el fútbol es un deporte, no es la guerra" diría el cántabro. Zaballa, por cierto, recibiría pocos meses después un premio de la UNESCO en París, puesto que el gesto cruzó fronteras.

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Entregar la medalla dentro de uno sobre

"En el deporte no solo se trata de ganar, se trata de luchar para superarte. Pero si ganas haciendo trampa o sin merecerlo... ¿qué gracia tiene?", explicaba a la prensa el atleta norteamericano Shawn Crawford. El año 2008, Crawford acabó segundo en la final de los 200 metros libres de los Juegos Olímpicos de Pekín, por detrás del jamaicano Usain Bolt. El norteamericano, sin embargo, sentía que él no merecía aquella medalla, ya que el neerlandés Churandy Martina, que tenía mejor marca aquella temporada y era el favorito para acabar segundo, había sido descualificado por pisar un poquito la línea durante la carrera. «Era muy injusto, era una pisada de nada y él había sido mejor que yo» diría Crawford, que decidió poner la medalla de plata dentro de un sobre y la dejó a la recepción del hotel de Zúrich donde unas semanas más tarde Martina dormía antes de una cursa. Para el neerlandés, fue una sorpresa positiva. Un gesto estiloso de quien sabía que en ocasiones, algunas normas pueden ser injustas.

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La historia del atletismo, de hecho, está llena de gestos estilosos. Herencia del deporte clásico, de la Antigua Grecia, de cuando ya tenemos documentados casos de deportividad pero también de tramposos, el atletismo empezó a ser practicado en el siglo XIX por chicos de buena familia, con buena educación, que presumían de tener valores y querían ganar por méritos propios. Deportistas como el alemán Luz Long. El 1936 Long era uno de los mejores saltadores y tenía la responsabilidad de ganar una medalla de oro en salto de longitud en los Juegos que la Alemana nazi organizaba. El régimen de Hitler quería demostrar en el mundo la superioridad de la raza aria, pero Long, quien no simpatizaba con sus ideas, estaba hecho de una pasta diferente. En la fase de clasificación para la final el alemán ya se quedó admirado por la potencia del norteamericano Jesse Owens. Owens, sin embargo, arriesgó tanto en sus saltos que fueron declarados nulos por pisar la línea que marca el punto límite de donde se puede saltar. Al deportista afroamericano le quedaba un solo salto. Y justo antes de hacerlo, Long se acercó para hablar con él, aconsejándole que no arriesgara, que saltara mucho antes de la línea para evitar ser descalificado. "Me dijo que con mi salto, podía llegar a la final sin tener la mejor marca, pero que tenía que llegar a la final como fuera para allá demostrar lo que podía hacer" recordaría Owens años más tarde. Dicho y hecho. Owens no arriesgó, llegó a la final y allí ganó el oro ante el bigote de Hitler, superando a Long, que ganó la plata. El atleta alemán, con una risa, felicitó Owens por su triunfo. "Podrías fundir todas las medallas y trofeos que gané, y nunca tendría el peso del valor de amistad que sentí por Long en aquel momento", diría el norteamericano.

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Levantarse después de caer

El australiano John Landy, por su parte, tiene una estatua fuera del estadio Olímpic de Melbourne recordando el gesto por el cual se hizo famoso. En 1956, Landy era el favorito para ganar la carrera de la milla de los campeonatos nacionales australianos cuando vio cómo su rival, Ron Clarke, sufría una caída después de tropezarse con las piernas de otro corredor. Landy se paró, ayudó a Clarke levantándolo y los dos pudieron acabar la carrera. Landy, de hecho, la ganó a pesar de perder tiempo con un gesto más recordado que la victoria. En los Juegos Olímpicos del 2016, durante la carrera de los 5.000 metros, las atletas Nikki Hamblin y Abbey D’Agostino chocaron en llena cursa, lo que provocó la caída de la neozelandesa Hamblin. D'Agostino se paró para ayudarla y, cosas de la vida, unos metros más allá fue De Agostino quien cayó y fue ayudada por Hamblin. Las dos recibieron el premio fair play del Comité Olímpico Internacional aquel año. En 2008, en la Maratón de Boston, Desi Linden ganó en categoría femenina a pesar de haberse parado al ver como su rival, Shalane Flanagan, tenía que pararse para ir al servicio con dolor de estómago. En 2016, el británico Alistair Bronwlee emocionó al ayudar su hermano Jonathan cuando este se desplomó en los metros finales de la triatlón de México, afectado por el cansancio y las altas temperaturas. También en el triatlón, el español Diego Mentrida renunció a subir al podio de la prueba de Santander puesto que había adelantado al británico James Teagle cuando este se había equivocado de dirección antes en el recorrido. Mentrida se paró antes de cruzar la línea de llegada, entendiendo que Teagle había demostrado ser más fuerte.

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El deporte está lleno de gestos que inspiran. En deportes como el tenis, jugadores como Andy Murray o Roger Federer han rectificado decisiones del árbitro al considerar que se habían equivocado dando puntos a su favor que en verdad habían perdido. Uno de los que fue más honesto, sin embargo, fue el jugador de golf Bobby Jones durante el Abierto de Estados Unidos del 1925. Justo cuando se jugaba el título contra Willie Macfarlane, Jones tocó por error la pelota. En el golf, no puedes tocar la pelota y moverla de lugar, pero en una era sin televisión, nadie vio aquel gesto fortuito que había movido la pelota unos pocos centímetros. Jones, igualmente, paró el juego y lo explicó a los organizadores del torneo, que perdió. También en el golf es muy recordado el gesto de Jack Nicklaus en 1969 en la Copa Ryder, competición entre los mejores jugadores de los Estados Unidos contra los europeos. Los norteamericanos, que habían ganado 12 de las últimas 13 ediciones, necesitaban que Nicklaus ganara su duelo contra Tom Jacklin para ser campeones de nuevo. Y lo tenían a un solo paso puesto que Jacklin tenía que acertar el último golpe, bastante complicado, para conseguir empatar el torneo. Nunca antes, la Copa Ryder había acabado con un empate técnico, pero Nicklaus, valorando el alto nivel de juego de los dos equipos, paró el torneo antes del último golpe de Jacklin, un gesto legal en el golf donde das por hecho que el rival acertará. El primer empate en la Ryder llegó gracias a un gesto de deportividad de alguien que entendió que no siempre hay que ganar. Y que admirar a tus rivales, te hace más grande. Gestos como el de Vingegaard y Pogacar. El danés, durante dos años, había admirado al esloveno, que lo derrotaba. Ahora es el esloveno quien admira al danés, pero pensando ya en derrotarlo el año que viene.