Entrevista

Piti Español: "Llegar a África del Apartheid fue un batacazo impresionante"

Escritor y guionista

Piti Español (Barcelona, ​​1954) es escritor y guionista de televisión y cine. También creador teatral. Ha sido profesor de gimnasio y acrobacia. Hace treinta años publicó por primera vez La pista africana, hoy reeditado por La Campana. Cuenta su experiencia de juventud más fantástica: trapecista en compañías de circo ambulante por lugares como los Países Bajos y, sobre todo, la Sudáfrica delapartheid.

¿Por qué la reedición del libro?

— Le enseñé a Joan Riambau, el editor de La Campana, y le gustó mucho. Pero me sugirió hacer un prólogo y un epílogo nuevos e incorporar fotos, que tengo muchas de esos años del circo. ¡Ah! Y hace treinta años, los nombres de las personas eran inventados. En la edición de ahora, los nombres son los reales.

¿Cómo ha sido el reencuentro con el libro, treinta años después de su primera publicación?

— ¡Fantástico! De esa primera edición, pese a las buenas críticas, se vendieron pocos. Es un libro muy vivo, muy autoirónico, creo que nada pagado de sí mismo. Me lo he pasado muy bien reencontrándome con él y con esos años que recuerdo.

Cuando lo escribiste, ¿qué te empujó?

— La Granada hacía una colección de libros de viajes y me sugirieron que escribiera mis años por Europa y por África como miembro de los circos ambulantes con los que viajé. Era una etapa de mi vida sobre la que mantenía bastante discreción y no tenía pensado escribir nada. Pero me atreví.

Te hiciste trapecista para cambiar de vida. Pocos cambios de vida más radicales se me ocurren.

— Ya había sido gimnasta y acróbata y ya sabía dar saltos mortales. Y si a esto le añades los dos rasgos de la personalidad que me han acompañado siempre —valentía e inconsciencia—, pues ya tienes la explicación.

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Leyéndote tienes la sensación de atrevimiento máximo: querer ser trapecista y directamente serlo. Sin términos medios ni demasiados estudios.

— Sí, es posible. Pasar de Sant Gervasi, Bandera Roja, trabajar con Joan Miró, etc. a un oficio entonces tan poco valorado como el circo fue un atrevimiento.

La vocación de actor te llevó a pretender librarte de la mili haciéndote pasar por loco...

— Sí, eso lo hacía mucha gente. Hacer el depresivo, el enfermizo, el especial... ¡pero no coló!

Cuentas que el circo lo tenía todo: espectáculo, teatro, pueblo, medio de transporte y zoo.

— Un mundo que se traslada, un mundo ambulante, llegar a un lugar donde nada hay y montar un pueblo. Y a los dos días deshacerlo, cambiar de sitio y volver a empezar. Me recordaba mucho a cuando era pequeño y hacíamos escultismo. Llegar a un prado, junto a un río, acampar con él y crear un mundo nuevo itinerante, efímero.

¡Y los animales! Hoy puede parecer mentira, pero en el circo se trabajaba con animales vivos, algunos muy peligrosos.

— Hacía mucho respeto, pero te acababas acostumbrando. Me llegaron a proponer trabajar con los leones, pero no lo vi claro. ¡Y eso que los leones y los tigres no son los más peligrosos, sino las panteras!

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¿Crees lógico que hoy esté prohibida la exhibición y los espectáculos con animales en los circos?

— En animales como los felinos tiene lógica que haya ocurrido. Vivir siempre enjaulado no era una vida digna para ellos. Pero con los caballos, por ejemplo, lo veo distinto. Creo que podría seguir existiendo sin problema números con caballos en el circo. Estarían bien tratados, al igual que están bien tratados en las competiciones deportivas.

Desmontas el tópico de pensar en el circo como una "gran familia" siempre bien avenida. Describes egos, tensiones, desavenencias... Un mundo no siempre idílico.

— En esos años podías encontrarte con compañeros de trabajo con niveles culturales muy discretos. Además, las personas que se pasan la vida viajando les cuesta establecer vínculos personales muy sólidos.

Y están los amores...

— Sí, sobre todo en Suráfrica tuve una vida amorosa intensa. Siempre he estado muy enamoradizo. Estuvo muy bien, me ha dado muchos recuerdos y amigos y amigas. Con algunos de esos amores he mantenido a lo largo de los años una relación de amistad estrecha.

¿Qué te atrapaba o te enganchaba más de ese mundo?

— Representar que vuelas, que eres un ángel. Esto tiene una fuerza potentísima.

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Los conocimientos adquiridos te han servido de mucho después de aquella etapa, ¿verdad?

— ¡Por supuesto! Contribuí a montar espectáculos de circo en el Salón de la Infancia dirigidos a chicos en riesgo de exclusión, con familias desestructuradas, etc. He escrito sobre circo en Time Out y en elAHORA. He colaborado en el Liceu con funciones que requerían acrobacia, por ejemplo. Y con el primero Mar y cielo, de Dagoll Dagom.

En el libro es esencial la estancia en Sudáfrica del apartheid. Y hay una imagen genial, cuando desde la pista mirabas al público, era como si vieras el corte de un helado.

— Sí, el chocolate —los negros—, la nata —los blancos— y la vainilla —los mestizos o coloureds—. Cuando sólo había negros en el público, era muy bonito estar a cuento cuando salían los payasos y ver claramente todas las sonrisas del público. El blanco de los dientes que lucía.

¿Cómo fue la llegada allá?

— Un batacazo impresionante. Había bancos sólo para blancos, igual con los vagones de los trenes y los puentes que pasaban por encima de las vías. No se podían tener relaciones amorosas con personas de otras etnias.

¿Cuál es el aprendizaje vital esencial que te ha quedado de haber conocido esa realidad?

— Como las sociedades, para mantener su supremacía, son capaces de las más aberrantes barbaridades. Sean los blancos africanos en tiempos del apartheid, sean los israelíes en Gaza. Llegan a creerse que lo que hacen es justo. Esto se fundamenta en la negación del otro, en la creencia de que el otro es medio humano.

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Ese "gracias, dueño" tan elocuente que aparece varias veces.

— Te lo decían de forma natural, integrada en su forma de ser. Bajaban la mirada cuando les hablabas, juntaban las dos manos cuando les entregabas algo, se apartaban para que pasaras. Reacciones mentales y afectivas que tenían asumidas del todo. Una mentalidad interna debida a tantos años de opresión.

En Suráfrica, a los 27 años, eres consciente por primera vez que el tiempo ha pasado.

— Sí, en una estación de tren. Cuando eres joven te crees inmortal y ahí vi claro que el tiempo pasaba, corría, volaba. Y que yo era finito. Fue un choque.

¿Nunca has parado de arriesgarte?

— Dios le doy. Al terminar el circo, atravesé África en camión durante cuatro meses. Viví dos años en Nueva York con mi esposa y nuestro primer hijo. A veces obtienes ganancias y en ocasiones, derrotas, castañas importantes.

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¿Has vuelto a Suráfrica?

— Sí, con mi hijo mayor y mi mujer. Volví a visitar el circo y fue fabuloso. Y también he podido mantener el contacto con bastante gente de aquellos años. Con Susie, con quien tuvimos una relación, nos hemos visto a menudo, he ido a su casa y ella a la mía.

Regresaste ya en tiempos de Mandela liberado.

— Sí, pero aún percibías cosas. En el tren, todo el mundo recordaba que había habido vagones para blancos y vagones para negros. Un chico negro se sentó en el asiento delante de nosotros y le veías inseguro. "Tengo derecho a sentarme aquí, pero no estoy muy seguro todavía". Te seguían diciendo "dueño".

"La aventura siempre paga", escribes sin tapujos.

— Siempre lo he tenido muy claro. Siempre te sale a cuenta.

¿Alguna aventura reciente?

— Siempre pruebo cosas nuevas. Ahora sobre todo en el mundo de la escritura, de guiones, de teatro, de ópera, de cine.

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¿Crees que el circo en Cataluña es un arte bastante bien desarrollado y querido? ¿Se han dedicado esfuerzos suficientes?

— Creo que no. Hay pocas ayudas, pocos bolos, se necesita mucha voluntad, mucha dedicación, mucha vocación. Pero hay algo muy bueno, la cantidad de gente que se le ha amado y que se le quiere. Las escuelas, la enseñanza, están bastante bien integradas. Ahora el circo ya no es algo cutre como cuando empecé. Ahora hay un relato intelectual interesante detrás.

¿Qué hizo que quisieras plegar y volver a casa?

— Había empezado tarde, esto fue importante. Y también que me desencanté, vi claro que tenía fecha de caducidad. Atravesé el continente en camión y volví a casa con una mano delante y una detrás.

Y aquí enseguida empezaste en el mundo del guión televisivo.

— Con David Cirici, con quien nos conocíamos de muy jóvenes, de la escuela. ¡Tuvimos la suerte de ser unos de los primeros guionistas y trabajamos mucho!

Oliana Muelles!

— Sí, éramos los guionistas.

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¡Y los malos de la serie, los recordados Mans Blanques!

— Sí, chico, no había actores para hacerlos y terminamos haciéndolo nosotros. ¡Aún tengo en casa el astálec de bronce!

'Estación de enlace', queridísima.

— Con Jaume Cabré. Se caló mucho. Nos la pensamos muy bien y estaba muy bien dirigida. Había actores extraordinarios. Un mundo muy intenso, muy dramático.

De todo lo que cuentas en el libro, lo que más me ha llegado es la revelación de que sueñas mucho con los años de circo. Siempre con una sensación inconclusa. Llegas tarde, no sabes dónde está el circo, no encuentras las mallas...

— Sí, sueño con frecuencia. A veces con cierta angustia. El recuerdo de la necesidad de perfección, de protección, la disciplina que se nos imponía... No podías dejarte nada. Debías entrar impoluto en la pista. Siempre pensando "no la cagues, no la cagas".