Filomena Feliu: "Mi tío me llevó al Liceu a escondidas porque mis padres no querían que fuera bailarina"
Bailarina
Barcelona"Este concierto nos ha reservado una gran sorpresa. La presentación oficial y definitiva de una nueva estrella, discípulo predilecto de Joan Magriñà, Filo Feliu. Revelación no ya como una promesa sino como una contundente realidad. A los quince años y sólo con cuatro de estudio, se ha colocado en primer plano. ninguna niña precoz. Su carrera avanza progresiva a paso firme. Tiene facultades, expresividad, figura, aplomo y una técnica cercana a nivelarse con las grandes estrellas mundiales. Lo escribe el historiador de la danza y la ópera Alfonso Puig en su libro Ballet y baile español, publicado en 1944 por la editorial Montaner y Simón. Impresiona la prosa, clara y directa, contundente en el análisis y adjetivación de uno de los grandes expertos mundiales en danza clásica. Lo tiene claro, Filo Feliu era una estrella. Una estrella de los Ballets del Liceu, creados por Joan Magriñà. Primera bailarina, primera figura.
Más de ochenta años después, de imprevisto, el amigo Jaume Figueras me envía un whatsapp. ¿Sabes quién me encontré ayer en el teatro viendo el espectáculo de Nacho Duato? Y me envía una foto. ¡La Filo Feliu! Una revelación, una aparición, un milagro. "¡Y tiene la cabeza clarísima!" Me entusiasmo. Su hijo Ignacio nos facilita el encuentro y lo visito una mañana en su piso de la avenida de Roma. Todo un privilegio.
Señora Feliu, ¿se mantiene usted muy activa, verdad?
— ¡Tanto como puedo!
Me dicen que hace unas semanas acudió al teatro.
— Claro que sí, a ver a Nacho Duato en el Tívoli.
¡Sigue interesada y animada por el ballet!
— Y no sabes lo que he hecho hasta hace pocos años. Ahora tengo noventa y siete, pero hasta hace poco viajaba a París, Londres, Nueva York a ver todos los ballets que podía.
¿Se acordaban de usted?
— Bastante, sí, y si no ya se lo recordaba yo. ¡Primera bailarina del Gran Teatro del Liceo!
Noventa y siete años y buena salud.
— Nunca he tenido nada, gracias a Dios. Algún resfriado y para de contar.
¿Cómo lo ha hecho?
— El baile!! Además soy una persona muy activa. Lo he sido siempre. Nunca me he estado quieta.
Nunca mejor dicho. Se retiró de bailar a los treinta años.
— La enseñanza, claro. Piensa que a mí me había visto bailar lo mejor de Barcelona. La gente importante que tenía hijos que querían bailar les llevaban todos a mi escuela de baile.
Filo Feliu. Estudio de Ballet.
— Sí, en la calle Bonavista. Mis padres tenían una tienda de aceites y jabones. Y allí, todavía como tienda, di mis primeras clases cuando aún no había cumplido los veinte años.
¿Qué era lo más gratificante de la enseñanza?
— Poder devolver todo lo que yo había aprendido como bailarina, y también, por qué no decirlo, la posibilidad de prosperar económicamente que esto me permitió. Tengo mucho interés en este aspecto.
Tengo entendido que pese a ser la estrella de la compañía de danza del Liceu no cobraba ni un duro.
— Exacto. Debuté a los catorce años y conocí a cuatro empresarios del Liceu. Todos me decían que el Liceu era mi casa, que siempre tendría las puertas abiertas para mí. Pero de cobrar, nada. "No podemos pagarte", me decían. Y yo salía adelante y pensaba que valía la pena.
Es interesante que tuviera la visión empresarial de la docencia. Ampliar el foco, hacerse maestra, independiente, autosuficiente.
— No era nada habitual, eso, en aquel tiempo, y menos en una mujer, pero vi que era una oportunidad que había que aprovechar.
Fue maestra hasta los setenta años. ¿De dónde le vino la pasión por la danza?
— ¡Uy! ¡Yo siempre estaba bailando, como la Isadora Duncan! Lo llevaba dentro. Si oía música, tenía que ponerme a bailar. Tenía un tío, hermano de mi padre, muy aficionado al ballet. Un día, yo tenía doce años, me llevó al Liceu y en la salida me preguntó si me gustaría bailar lo que acabábamos de ver. Se me abrió el mundo. Me llevó al estudio de danza de Joan Magriñà, único que existía en Barcelona. Y ahí empezó todo. Él fue mi maestro.
¿La familia se lo tomó bien?
— ¡No! Mi tío me trajo a escondidas de mis padres, que no querían de ninguna manera que yo bailara. Hasta que un día Magriñà llamó a mi madre y le dijo que confiara en mí y me dejara bailar porque llegaría a ser una gran estrella. Desde ese día todo cambió y tuve el apoyo incondicional de mi madre.
"Ha nacido una estrella", escribió Xavier Montsalvatge en Destino. ¿Cómo recibía el reconocimiento del público y de la crítica?
— Fue muy rápido y muy gratificante. La de Montsalvatge fue una crítica muy importante que me dio mucha visibilidad. Enseguida me dijeron que tenía la técnica y la perfección de las mejores bailarinas rusas. Piensa que a mediados de los años cuarenta, yo paseaba por el paseo de Gràcia y me conocía a todo el mundo.
Filo Feliu se excusa un momento. Conserva arrebatos de coquetería y no acaba de encontrarse cómoda sin un poco de maquillaje. Mientras, su hijo Ignacio me sigue contando cosas de su madre. Nunca se acaban los matices, los rincones de una vida larga y fecunda. Filo dio clases en su estudio de danza hasta casi los setenta años. A la familia le hubiera gustado mantener la marca Estudi Filo Feliu, pero no fue factible. "¡La madre ha trabajado mucho!", recalca Ignacio. Se puso a trabajar muy joven y durante muchos años fue ella el palo de pajar de la familia, gracias al estudio propio y también al contrato con los míticos Vieneses –la compañía de música, revista, teatro, variedades y títeres formada por Artur Kaps, Franz Joham, Gustavo Re y Herta Frankel–, que la vieron bailar en el Liceu y la ficharon para hacerlo. Surgió la oportunidad de viajar por Europa pero Filo no lo vio claro y prefirió quedarse. "Por responsabilidad con la familia", recuerda su hijo. Aprovecha también para reivindicar la gran aportación visionaria de Joan Magriñà, de los Ballets del Liceu, efímera y exitosa: “La danza siempre ha sido un hermano pobre de las artes. acotado estrictamente a la ópera", relata con mirada crítica. No se cansó, Filo, de picar piedra, de pedir mantener y hacer crecer a una compañía profesional de danza asociada al Liceu. Asimismo, le gusta explicar que es amiga de los grandes bailarines españoles, de Nacho Duato a Víctor Ullate y Antonio Canales, y también tiene el pesar de no haber podido tener más alumnos a hombres. Un mundo, éste, durante muchos años muy lleno de suspicacias y estigmas.
— Ya vuelvo a estar aquí, ¡es que no me había pintado nada! Hago otra cara, ¿no?
Está fantástica, Filo, pero antes también, ¿eh? Quería preguntarle si en su momento de mayor éxito fue consciente de que la danza era de los pocos lugares en los que una mujer podía gozar de cierto reconocimiento. Un espacio reservado dentro de un sistema mayoritariamente masculino.
— ¡Yo lo que quería era bailar! Y sabía que al público me lo ponía en el bolsillo. Con el resto de cosas no pensaba mucho. Mi nombre era igual de éxito. Con eso le bastaba.
¿Se sentía precursora?
— Me sentía reconocida y querida.
¿De todo lo que ha bailado qué es a lo que quizás tiene más cariño?
— ¡Uy! Hay muchas. Aida, El pájaro azul, el Fausto de Gounod... Pero quizá El lago de los cisnes es mi mayor éxito Dicen que cuando daba el paso de dos a muchos se les ponía la piel de gallina.
En el momento de mayor esplendor tuvo la opción de viajar, de una carrera internacional. ¿Cómo fue esto?
— Me lo propusieron, sí. Ir a París. Pero yo entonces ya estaba emparejada, quería casarme y tener hijos. Mi marido sabía que yo tenía muchos admiradores pero que sólo admiraban mi arte.
¡Cómo los Vieneses!
— Sí, me vieron bailar en un recital y la coreógrafa quiso ficharme. Hablaron con mi madre y tuvimos que pedir permiso a Magriñà. Dijo que sí. Debuté con Melodías del Danubio, que fue uno de sus más famosos espectáculos.
Filo, ¿conserva recuerdos de la Guerra Civil?
— Tengo memoria de elefante, yo. Ya lo habrás visto, ¿verdad?
Pues sí, no puede negarse.
— Vivíamos en Gràcia, en la calle de Santa Tecla. Tenía trece años y veíamos los aviones que venían a bombardear la ciudad. Eran los primeros meses de la guerra. Cuando sonaba la sirena nos metíamos en el metro, que se utilizaba como refugio. Entonces mis padres decidieron que las niñas fuéramos al campo. Con mis hermanas fuimos a vivir a una casa de payés en Montmeló que era de una tía nuestra. Los recuerdo como años muy felices. ¿Qué paradoja, eh? Yo bailando en la era y pensando que lo del baile hacía para mí.