El único país del mundo donde la música está prohibida: "Protestamos con nuestros conciertos"
Los alumnos del Instituto Nacional de Música de Afganistán se exilian en Portugal para seguir tocando
Braga (Portugal)Su país es el único del mundo donde la música está prohibida. Sin embargo, ellos tocan como los ángeles. La melodía de sus violines, guitarras, violonchelos, flautas, tambores… inunda la aula del conservatorio donde ensayan a miles de kilómetros de casa. Su música realmente atrapa. Los escucharías durante horas. Son chicos y chicas muy jóvenes, de entre 14 y 22 años, y todos han estudiado en el Instituto Nacional de Música de Afganistán (ANIM, de sus siglas en inglés), que antes estaba en Kabul y que ahora se ha trasladado a la ciudad de Braga, en el norte de Portugal. ¿Cómo llegaron hasta ahí? "Nuestros conciertos son nuestra forma de protestar contra los talibanes", aseguran. Su responsabilidad es inmensa: de ellos depende que la música afgana siga viva.
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Suena surrealista, pero es así. Afganistán es el único país del mundo donde está prohibido escuchar música, cantar, bailar o tocar cualquier instrumento, porque los talibanes consideran que la música es antiislámica. Sin embargo, Afganistán, un país musulmán, tiene una larga y riquísima tradición musical. Su baile nacional es el attan, y su lista de cantautores y compositores es extensa. Su figura más icónica es quizás Ahmad Zahir, conocido como Elvis Presley de Afganistán.
Sin embargo, tanto la guerra como los sucesivos regímenes de fanáticos islámicos han hecho mella en este panorama musical. De hecho, el Instituto Nacional de Música de Afganistán nació en 2010 en Kabul con el objetivo de recuperar precisamente esa tradición musical. Su fundador y director, el etnomusicólogo afgano-australiano Ahmad Sarmast, se puede decir que hizo un milagro: el instituto se convirtió en la única escuela oficial de música de Afganistán, daba oportunidades a niños y niñas de clases desfavorecidas y, además, con resultados espectaculares. El instituto tiene varias orquestas y grupos musicales que han actuado en 47 países, en lugares tan reputados como el Carnegie Hall de Nueva York.
Sin embargo, el centro siempre fue objetivo de los talibanes. Al principio, la policía afgana se encargaba de custodiarlo, pero después incluso se desplegaron fuerzas especiales. Cuando los talibanes ocuparon Kabul el 15 de agosto de 2021, lógicamente la escuela fue uno de los primeros lugares que asaltaron. Destruyeron instrumentos, mobiliario, y todo lo que encontraron a su paso.
La fuga
"El profesor nos dijo que nos fuéramos corrientes", recuerda Shugofa Safi, de 21 años, que ahora vive en Portugal pero que estaba ensayando en el instituto cuando los talibanes llegaron a la capital afgana. Tuvo que dejar atrás sus cuadernos y apuntes, y la marimba que tocaba. Era demasiado grande para esconderla en ninguna parte. Ella es una de los tantos alumnos de clase desfavorecida que estudiaban en el centro. Su padre la había llevado a un orfanato de Kabul porque carecía de recursos, y allí fue donde el director del Instituto Nacional de Música de Afganistán le ofreció ingresar en la escuela. Eso, asegura, le abrió un nuevo mundo. Entonces sólo tenía once años.
"Con los talibanes, todos mis sueños se truncaron en cuestión de segundos", afirma la joven visiblemente emocionada cuando recuerda la irrupción de los radicales en Kabul. "Publiqué en Facebook la foto de una chica llorando para expresar mi desolación, y el doctor Sarmast me contestó: "Aún hay esperanza".
Y así fue, el doctor Sarmast —que así es como lo conoce todo el mundo, porque es el primer afgano que obtuvo un doctorado en música— se negó a tirar la toalla, y movió cielo y tierra para conseguir que algún país acogiera a los alumnos del instituto. Él tenía especial relación con Estados Unidos, Canadá y Australia, que es el país en el que reside y está nacionalizado. En cambio, Portugal fue el único que aceptó dar asilo a todo el grupo: ni más ni menos que 273 personas, entre alumnos, profesores, personal del centro y algunas de sus familias.
"Creé un grupo de WhatsApp y otro de Signal para coordinar a los alumnos y profesores —detalla el doctor Sarmast, que organizó toda la operación de evacuación desde Australia—. No fue nada fácil, porque algunos alumnos no tenían pasaporte y muchos eran menores de edad. Pedimos a las familias que rellenaran un formulario conforme consentían que los evacuáramos. De todos los alumnos de la escuela, solo dos decidieron quedarse”.
Ramiz Safar es uno de los estudiantes que se exilió. Ahora tiene veintiún años, y es un chico afable y de sonrisa fácil. Recuerda que, al recibir el mensaje del doctor Sarmast por WhatsApp, se le abrió el cielo. Nacido en una familia amante de la música -su padre es cantante y sus dos hermanos también tocan-, empezó a estudiar en el Instituto Nacional de Música de Afganistán cuando tenía doce años. Se especializó en rubab, un instrumento de cuerda similar al laúd que es tradicional de Afganistán. Sin embargo, de entrada sus padres no vieron con buenos ojos que se exiliara. Era muy joven: sólo tenía diecisiete años.
La evacuación se hizo de forma escalonada a lo largo de varias semanas en media decena de vuelos. El primero despegó de Kabul el 3 de octubre del 2021, cuando ya hacía más de un mes que las tropas estadounidenses habían abandonado Afganistán. A Ramiz le tocó viajar en el tercer vuelo. "Apenas me llevé ropa, solo un par de pantalones, un jersey y un abrigo, porque preferí llevarme el rubab", declara, aunque llegar al aeropuerto con el instrumento no fue fácil. Lo camufló bajo el hiyab de su madre y su tía, que le acompañaron en coche. Ya en el aeropuerto, personal de Qatar negoció con los talibanes para que pudiera viajar con el rubab.
Qatar se encargaba de la gestión del aeropuerto de Kabul en esa época. Asimismo, ese país fue el primer destino de los alumnos y profesores del Instituto Nacional de Música. Hicieron escala durante varias semanas, hasta que completaron todos los trámites burocráticos con Portugal. Finalmente, aterrizaron en Lisboa el 13 de diciembre de 2021. Llegaron en un vuelo chárter financiado por Spotify y el Premio de Música Polar (considerado el Nobel de la música).
En la capital portuguesa, el grupo fue alojado en varias localizaciones. Sin embargo, la mayoría fue a parar a un antiguo hospital militar, donde estuvieron meses y más meses sin que les ofrecieran una alternativa. "Al principio me arrepentí de haber venido y lloraba algunas noches –confiesa Ramiz–. En el hospital, las habitaciones eran de diez o doce personas, y cada semana nos daban pescado. Nosotros no habíamos comido pescado en nuestra vida", recuerda.
Espera e incertidumbre
La espera y la incertidumbre minaron la moral del grupo y muchos huyeron a otros países en busca de una oportunidad. De esta manera, el número de profesores y alumnos fue menguando. De hecho, de las 273 personas exiliadas, solo quedan en Portugal en la actualidad un centenar, de las cuales unas setenta son estudiantes, el 28% chicas.
“Muchos alumnos eran menores de edad y eso fue un problema", admite el doctor Sarmast. El consentimiento de que sus padres habían firmado en Kabul para que fueran evacuados de Afganistán no tenía ninguna validez en Portugal y el caso llegó a los tribunales. Al director del Instituto Nacional de Música no le quedó más remedio que buscar la ayuda de un equipo legal.
Zohra Ahmadi es una de esas alumnas menores de edad que fue evacuada a Portugal. Ahora tiene dieciséis años, pero cuando aterrizó en Lisboa tenía once. Ella, no obstante, llegó acompañada de su tío y su primo. "Si ellos no hubieran venido, no sé lo que habría hecho", confiesa con voz tímida. Admite que, antes de llegar a Portugal, no tenía ni idea de que existiera un país que se llamara así. Al principio le costó adaptarse, pero ahora asegura que ya se siente cómoda. Lo que más le gusta es la música tradicional de Portugal, el fado, y que la gente del país es muy agradable. Ella toca la trompeta y forma parte de la orquesta Zohra, integrada sólo por chicas. "La orquesta Zohra es el símbolo de la libertad de las mujeres y que nosotros podemos hacer lo mismo que los hombres", sostiene.
Aunque el instituto tiene una orquesta exclusiva de mujeres, hay otras que son mixtas y se puede decir que chicas y chicos se relacionan con total complicidad. De hecho, a primera vista parecen adolescentes de aquí: todos visten de forma occidental. El instituto, aunque estaba en Kabul, no era como otros centros educativos de Afganistán, donde existe una separación de sexos.
En agosto de 2022, todos los estudiantes y profesores del instituto se trasladaron por fin a la ciudad de Braga. Pocas semanas después, los alumnos que tenían edad para cursar educación secundaria ingresaron en un conservatorio, y los más pequeños en una escuela de primaria especializada en música con el objetivo de continuar su formación.
"Hemos alquilado apartamentos para algunos estudiantes. Viven varios en un mismo piso", detalla el doctor Sarmast, que explica que todo esto y los gastos de los alumnos lo financian mediante la organización sin ánimo de lucro Friends of ANIM (Amigos de ANIM), que se constituyó en 2014 para garantizar precisamente la viabilidad económica de la escuela. Según dice, nunca han dependido de ayudas gubernamentales, siempre se han financiado con donativos particulares. Él mismo también se ha instalado en Braga. "Cuando muchos estudiantes y profesores se fueron a otros países, esto desestabilizó el grupo. Instalarme aquí es una manera de demostrar a los alumnos que seguiré apoyándoles".
El instituto también ha abierto una nueva sede en esta ciudad del norte de Portugal: es un pequeño local en los bajos de un edificio, en el que han habilitado varias aulas donde los alumnos pueden ensayar. Si en el conservatorio y en la escuela aprenden música clásica, en el instituto se siguen formando en música tradicional afgana. Por eso necesitaban los instrumentos tradicionales del país: el rubab, el sitar, la tabla... "Los hemos traído desde Afganistán por mensajería internacional. Allí todavía hay artesanos que los fabrican de forma clandestina. Eso sí, ahora son muchos más caros. Si antes valían 250 euros, ahora cuestan 800", detalla.
Una bandera verde, roja y negra de Afganistán preside el vestíbulo de la nueva sede del instituto. De las paredes, cuelgan infinidad de fotografías de conciertos pasados y también pósters de algunas de las actuaciones más recientes que los alumnos han realizado después de exiliarse. En los dos últimos años han tocado en Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Suiza, Países Bajos, Estados Unidos o incluso España. El 14 de octubre de 2023 estuvieron en el Centro Superior de Música del País Vasco Musikene, en San Sebastián.
"Al principio me preocupaba el idioma", afirma Jawad Mohammadi, un joven alto y delgado que cuando aterrizó en Lisboa hace tres años y medio sólo sabía dari, una de las lenguas oficiales de Afganistán. Ahora habla perfectamente el portugués y el inglés, y es un virtuoso del rubab. Tiene veintidós años. Él también tuvo que buscar en Google dónde estaba Portugal. "Conocía a Cristiano Ronaldo, pero nada más".
Jawad empezó a estudiar música por pura casualidad. Con doce años era uno de los muchos niños que trabajaban en las calles de Kabul para ayudar a su familia. Él vendía huevos, fruta o ropa de segunda mano. "Un día un hombre de [la ONG] Save the Children me preguntó si iba a la escuela y me presentó al doctor Sarmast", recuerda. Su padre no estaba muy de acuerdo en que estudiara música, porque está mal vista por parte de la sociedad afgana. Pero como el instituto era totalmente gratuito, aceptó que fuera.
Cuando los talibanes llegaron a Kabul, el padre lo quemó todo: los libros de texto, las fotografías de los conciertos e incluso el uniforme del instituto para que no quedaran pruebas de que su hijo estudiaba en el centro. Pero lo que más dolió a Jawad fue que también calcinó su rubab que, según dice, se había convertido en una extensión de su cuerpo. El joven tuvo dudas sobre si exiliarse o no, pero ahora se siente un privilegiado de poder seguir formándose.
Lejos de la familia
Hacia las seis de la tarde, los alumnos del conservatorio de Braga salen de clase. Los padres van a recogerlos en coche o a pie. Sin embargo, los estudiantes afganos siguen ensayando en una de las aulas del centro: tocan una y otra vez la misma pieza hasta que suena perfecta. Ellos no tienen a nadie que los recoja. Sus familias están en Afganistán.
"Queríamos traerlas a Portugal e incluso en el 2023 llegué a un acuerdo con el gobierno para hacerlo realidad –asegura el doctor Sarmast–. Pero las repetidas elecciones en el país, lo han hecho imposible. Antes de las votaciones, nadie quiere comprometerse a algo así". Las últimas elecciones en Portugal fueron el pasado 18 de mayo.
"Cuando estoy triste, toco mi rubab. Es lo único que tengo aquí", dice Ramiz. Jawad, Zohra y Shugofa también reconocen que añoran mucho a sus familias. Sin embargo, tienen esperanza de que un día volverán a Afganistán y de que la música volverá a sonar en el país. "Una nación está viva si su cultura sigue viva. Nosotros somos la resistencia", asegura el doctor Sarmast. Él está convencido: "La música afgana no morirá".