Un viaje de cuento por la Alemania de los hermanos Grimm
De Kassel a Hamelín pasando por Bremen y Hann Münden, hacemos un recorrido por los lugares que aparecen en algunas de las historias más famosas de la literatura infantil
BarcelonaDormir en el castillo de la Rapunzel, seguir el rastro del flautista de Hamelín o del barón Münchhausen por unas poblaciones de postal son algunos de los alicientes que puedes vivir si viajas por la llamada Ruta Alemana de los Cuentos, inspirada en los hermanos Grimm. Inmerso en un paisaje idílico, rodeado de campos verdes, bosques y ríos, el viajero puede recorrer en coche más de quinientos kilómetros en medio de referencias a cuentos que forman parte del imaginario popular.
La ciudad de Kassel, situada en el estado de Hessen, es un buen lugar para empezar el viaje. Al fin y al cabo, vivieron durante treinta años los hermanos Grimm y se puede visitar el Grimm Welt, un museo que recoge la vida y obra de estos dos filólogos alemanes que vivieron entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX.
Jakob Grimm nació en 1785 y murió en 1863. Su hermano Wilhelm nació un año después y murió en 1859. Ambos nacieron en Hanau, a unos ciento ochenta kilómetros de Kassel, y, en contra de lo que cree mucha gente, no fueron los creadores de los famosos cuentos de Caperucita Roja, La Bella Durmiente, Cenicienta, Hänsel y Gretel, El sastre valiente o Los músicos de Bremen. Los Grimm eran unos filólogos que, tal y como puede verse en el museo de Kassel, realizaron investigaciones sobre la lengua alemana y recogieron, hablando con la gente, cuentos del folclore popular que han sido traducidos a más de ciento cincuenta idiomas y, en muchos casos, llevados al cine.
El museo de Kassel, situado en lo alto de la ciudad, se construyó hace diez años y contempla los diferentes aspectos de la actividad filológica de los hermanos Grimm. El criterio del diseño es muy alemán, hasta el punto de que un vigilante me riñó porque tomaba notas con bolígrafo. "Si el bolígrafo cae al suelo, la tinta puede dejar una mancha", me dijo muy serio, mientras me apresuraba a cambiar el bolígrafo por un lápiz.
Kassel es una agradable ciudad de 200.000 habitantes situada en el centro de Alemania, con numerosas zonas verdes, tranvías, museos y referencias constantes en la Documenta, la feria de arte que se celebra cada cinco años. También es famosa por la universidad, lo que le garantiza un animado ambiente estudiantil, y por el parque de montaña Wilhelmhöhe, de 240 hectáreas, donde se encuentra un espectacular monumento a Hércules y una gran fuente que han sido calificados por la Unesco de Patrimonio de la Humanidad. A la hora de entablarse, Kassel dispone de buenos restaurantes, como el Renthof, donde puedes comer en primavera los elogiados espárragos de la región y la carne de ternera rebozada (wienerchnitzel) en un ambiente histórico, porque el restaurante está situado en un antiguo convento de carmelitas que tiene su origen en el siglo XIII.
Tierra de castillos
La inmersión en la Ruta de los Cuentos, creada hace cincuenta años por Turismo de Alemania, comienza, de hecho, cuando el viajero sale de Kassel en coche y atraviesa unos campos verdes rodeados por colinas boscosas. Muy cerca, en el pueblo de Witzenhausen, llama la atención, encaramado sobre una colina, el castillo de Berlepsch. Lo hizo construir en el siglo XIV el barón Arnold von Berlepsch y han vivido hasta ahora diecinueve generaciones de la misma familia y ha contado con huéspedes ilustres, como lo lleva Goethe.
"Mi padre se ocupa del mantenimiento del castillo y yo de la parte comercial", explica el hijo del actual barón. "Funciona en parte como un hotel, aunque sólo tiene dos habitaciones, y también organizamos bodas, encuentros y actos. Hace unos días se celebró un acto en memoria de los tiempos medievales, con gente vestida de caballeros, torneos, juegos..."
El castillo cuenta además con un museo, donde el actual barón ha reunido armas, juguetes y todo tipo de objetos antiguos, y un restaurante donde puedes comer en un ambiente que se remonta al de los cuentos antiguos, aquellos donde se asoman Hänsel y Gretel, Cenicienta y Blanco Durmiente, Bella Durmiente, Bella Durmiente.
Otros castillos de la región son el de Sababurgo, que está siendo restaurado para convertirlo en un hotel bajo la advocación de Blancanieves, y el de la Rapunzel, en el pueblo de Trendelburgo. Allí juegan a fondo la carta del cuento popular, hasta el punto de que cuentan con una alta torre, como aquella donde la bruja cierra Rapunzel, de la que cuelga una cuerda trenzada que recuerda la trenza de la chica secuestrada.
Pueblos de cuento
Hay algunos pueblos del estado de Hesse que podrían entrar directamente en un museo de cuentos. Es el caso de Witzenhausen, con un centro lleno de casas antiguas con estructura de madera y detalles en la fachada que remiten a los tiempos medievales. En la plaza, por cierto, no falta una estatua de uno de los hermanos Grimm, Jakob, en recuerdo de un discurso a favor de la libertad de expresión que dirigió a los estudiantes en 1837.
Otro de estos pueblos es Hann. Münden. El hecho de estar situado en una isla, entre tres ríos, ha contribuido a conservar las más de setecientas casas antiguas que existen, algunas de seiscientos años de antigüedad. La base de madera de las casas hacía sufrir por el riesgo de un incendio y por eso había siempre un vigilante en lo alto del campanario, para dar el grito de alarma al primer indicio de fuego.
Afortunadamente, durante muchos siglos no hubo ningún incendio en Hann. Münden. En esta ruta de los cuentos se cuela un auténtico personaje, el doctor Eisenbarth, que durante los siglos XVII y XVIII recorría esta región operando y curando enfermos. Su fama era tan grande que tiene unas cuantas estatuas en Hann. Münden e incluso se le ve asomando al carillón del ayuntamiento a unas horas determinadas. Contar con tres ríos y unos circuitos idílicos alrededor hace que un turismo tranquilo, partidario de las caminatas o de los paseos en bicicleta se concentre en Hann. Münde, un pueblo que cimentó su riqueza en el tránsito de mercancías que bajaban por los ríos.
El barón de Münchhausen
Otro personaje destacado en esta ruta de los cuentos es un barón famoso por su fantasía, el de Münchhausen. Nació en 1720 en el pueblo de Bodenwerder y vivió allí hasta 1797. Participó, con el ejército ruso, en guerras contra el Imperio Otomano y al regreso contaba unas historias tan fantasiosas que le hicieron famoso. Alguien incluso escribió un libro donde se narra cómo el barón fue a la Luna, viajó sobre una bala de cañón y luchó contra un cocodrilo, entre otras muchas aventuras. Las películas que se han hecho sobre el barón, entre otras una de la ex-Monty Python Terry Gilliam, de 1988, han contribuido a aumentar su fama. En el pueblo de Bodenwerder, situado a orillas del río Weser, hay un museo y unas cuantas fuentes dedicadas al barón, e incluso un personaje de carne y hueso que, vestido como el noble fantasioso, se pasea por las calles para dar consistencia a la historia.
El flautista de Hamelín
Cuanto más al norte vamos en esta ruta que revisa los cuentos de Grimm, mayor importancia cobra la música. La ciudad de Hamelín, por ejemplo, que cuenta con unos 60.000 habitantes en la ribera del río Weser, hace tiempo que es indisociable de un flautista famoso. El del cuento, claro. El centro de Hamelín es muy agradable, sin coches y con muchas casas antiguas, e incluso con el detalle de que, de vez en cuando, algunos adoquines han sido sustituidos por piezas metálicas con el dibujo de una rata, recordando las muchas que el flautista expulsó de la ciudad al son de su flauta.
Según el cuento recogido por los Grimm, la ciudad de Hamelín sufrió una plaga de ratas en el siglo XIII. Viendo que no las podían ahuyentar, sus habitantes llamaron a un flautista que, gracias a su flauta mágica, consiguió que le siguieran hasta ahogarlas en el río. Ésta es la parte más conocida del cuento, pero hay una continuación más bestia. Viendo que no le querían pagar, el flautista se llevó a los niños del pueblo y, según algunas versiones, también los ahogó en el río.
Sea como fuere, en Hamelín prefieren recordar la versión de las ratas con un museo, una casa que dicen que era la del flautista, unas cuantas estatuas e incluso un personaje de carne y hueso que recorre la ciudad disfrazado de flautista y tocando la flauta sin cesar. "Gracias a este cuento tengo la suerte de ir recorriendo el mundo –me dice el personaje que le encarna–. Hace poco he estado en Japón haciendo de flautista".
Los músicos de Bremen
El viaje por estas tierras de cuento termina más al norte, en la ciudad de Bremen, donde cerca del ayuntamiento hay una estatua que todo el mundo que la visita quiere tocar, porque dicen que trae buena suerte. Los músicos de la estatua son cuatro animales –un gallo, un gato, un perro y un asno–, que representan, uno encima del otro, a los músicos del cuento que dice que escaparon de una granja porque ya eran demasiado viejos y temían ser sacrificados. Se reconvirtieron en músicos y pudieron así tener una nueva vida.
Bremen, ciudad de unos 600.000 habitantes, muestra en los edificios de alrededor de la elegante plaza del Mercat la fortuna que hizo gracias a su puerto y al comercio, protagonizado por los barcos de la Liga Hanseática. La sala principal del ayuntamiento, con unos barcos a escala que cuelgan del techo, recuerda a los capitanes que contribuyeron a la riqueza de la ciudad, mientras que la estatua de Roland cercana recuerda que la ciudad estaba bajo la protección de Carlomagno y su sobrino Roland.
El barrio de Schnoor, lleno de casitas y callejuelas de inspiración medieval, completa una ciudad con varias atracciones turísticas, como la Böttcherstraße, una calle corta y estrecha que tiene la particularidad de contar con unos edificios de ladrillos que tienen su origen en el expresionismo alemán.
En Böttcherstraße, por cierto, hay una cervecería famosa, Schüttinger, con unas salas inmensas donde se puede beber buena cerveza y comer platos típicos como la salchicha, que aquí vienen a metros, o el brazo. Si se quiere un ambiente menos popular, debajo mismo del ayuntamiento se encuentra la Rattskeller, donde se puede comer en un ambiente más elegante que data de principios del siglo XV. Cualquiera de los dos sitios es bueno para brindar por los hermanos Grimm y para recordar los cuentos que les hicieron famosos. En algún momento sonará la música, pero es improbable que la toquen los animales músicos de Bremen. Al fin y al cabo, todo es un cuento.