Se apaga la última central eléctrica de carbón del Reino Unido después de 142 años
El cierre de la planta de Ratcliffe-on-Soar, en el centro de Inglaterra, supone el fin de una era que ha condicionado la economía, la cultura y la vida social del país
LondresEn enero de 1882, el diario The Times publicaba una noticia relativa a un experimento que llevaba un par de meses llevando a cabo en el viaducto de Holborn, a poco más de 2 kilómetros al oeste de Trafalgar Square. Se leía: "Después de algunas pruebas durante las últimas semanas para garantizar su buen funcionamiento, ahora se puede ver en Londres una demostración del sistema de iluminación de los edificios y calles que [Thomas A.] Edison ha desarrollado. Desde Newgate hasta Westwards, a través del viaducto de Holborn hasta Hatton Garden […] ahora, y durante los próximos dos meses, calles y edificios continuarán iluminados por lámparas incandescentes".
Empezaba así la historia de la energía eléctrica en el Reino Unido producida con carbón. El relativamente modesto inicio –se iluminaban un millar de calles– se convertiría en dominante durante el siglo XX. A principios de la centuria, el 100% de la electricidad británica era generada por centrales de carbón. En 1950, el 96%, ya finales de los años 60 y primeros 70, la Central Electricity Generating Board, propiedad del estado, introdujo una nueva generación de supercentrales de carbón.
El peso en el imaginario cultural y social era tal que en aquellos años en los noticiarios cinematográficos y los reportajes publicitarios o los informativos de televisión era frecuente escuchar comentarios sobre las bondades de esta fuente de energía. Tanto, que apostaban porque el mismo sistema seguiría funcionando "no sólo durante los próximos cuarenta años, sino durante los próximos cuatrocientos años". El tiempo ha demostrado que se equivocaban rotundamente.
El lunes a las 24.00, la última planta todavía en funcionamiento en las islas Británicas de producción de electricidad con carbón –una de las supercentrales de los años 60– cerró definitivamente y puso fin a una era que se ha alargado 142 años, desde que Edison empezó a iluminar Londres. Tres meses antes del 30 de septiembre, el 28 de junio, el último tren lleno de carbón destinado para ser quemado en la planta de Ratcliffe-on-Soar, en el condado de Nottingham, en el centro de Inglaterra, dejaba el último entrega. Solo 1.650 toneladas. Nada para los estándares de cuatro décadas atrás. Los dos millones de hogares que recibían electricidad de la planta en los momentos de máxima producción de la central eléctrica sólo habrían recibido energía durante dos horas con toda esa carga de carbón.
Con la desactivación de la planta, Reino Unido es el primer país del G-7 –las siete economías más importantes del mundo– que da un paso así de importante en el proceso de descarbonización y sustitución de los combustibles fósiles por energía limpia. Cálculos estimativos de especialistas y consultores de la industria que ha publicado la prensa británica estos días indican que desde 1882 hasta el cierre de Ratcliffe, las centrales de carbón del Reino Unido han fundido 4.600 millones de toneladas y han emitido 10.400 millones de toneladas de dióxido de carbono.
Ratcliffe-on-Soar se construyó entre 1963 y 1967 y entró en servicio el último día de enero de 1968. En aquellos momentos, toda la red eléctrica del país se renovaba, así como el parque de centrales: se 'construían una docena a la vez. La que ahora ha cerrado, la última, era la segunda capaz de producir 500 megavatios cada segundo.
Sentencia de muerte en 2015
La desaparición de la energía de carbón en las islas Británicas estaba prevista casi una década atrás. En noviembre del 2015, la ministra de Energía y Cambio Climático, Amber Rudd, firmó su sentencia de muerte. "No es satisfactorio que una economía avanzada como la del Reino Unido dependa de centrales eléctricas de carbón, contaminantes e intensivas, de más de cincuenta años de antigüedad", dijo.
Dos años antes, en 2013, la segunda unidad de la central de Tilbury, en el sureste de Inglaterra, ya cerró y se convirtió en la primera de carbón de las construidas en los años 60 del siglo XX que s detenía. Desde entonces hasta el apagón definitivo de Ratcliffe-on-Soar han cerrado doce más, o bien se han convertido en plantas que generan electricidad con fuentes de energía alternativas, como el gas por ejemplo. En 2000, el 38% de la electricidad consumida en el Reino Unido provenía del carbón. Cuando la ministra Rudd puso fecha de caducidad, era sólo una quinta parte. El año pasado, el carbón ya sólo suministró el 1%. El objetivo del nuevo gobierno laborista es lograr la descarbonización completa del sistema eléctrico del país en 2030.
A lo largo de más de dos siglos, el carbón ha sido un ecosistema económico, cultural y social en Reino Unido. Fue el combustible de la Revolución Industrial, pero también de las enormes desigualdades sociales que desató. Testimonios como la novela Tiempos difíciles, de Charles Dickens, son la prueba. De la dureza de la vida en las minas también es testigo su relato How green was my valley, de Richard Llewellyn, que Hollywood adaptó a la pantalla en una película icónica de los años 40. Tampoco puede olvidarse el papel de la Miners' Federation of Great Britain, el sindicato que se peleó por la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores a finales del XIX, durante la huelga general de 1926, símbolo de la resistencia de los trabajadores ante el gobierno o la derrota en la huelga de 1984-85 ante Margaret Thatcher. Sin duda, otro momento simbólico. Como lo fue el cierre, en el 2015, de la última mina de carbón explotada bajo tierra, la de Kellingley Colliery.
El visitante de la Tate Modern de Londres o el viajero que llega a la estación de Victoria y cruza el Támesis para toparse con las cuatro chimeneas de Batersea quizás no lo sabe o lo ha olvidado, pero esa arquitectura también es herencia de la relación entre el carbón y la electricidad. El futuro de Ratcliffe-on-Soar es el mismo: el desmantelamiento.