100 años afilando las herramientas con una muela de esmeril
Josep Alba Quintana, el último afilador de la ciudad de Girona, este 30 de diciembre se jubila y baja la persiana del negocio por falta de relevo generacional
GeronaEn un local viejo y apretado, en la calle Rutlla de Girona, a pocos metros de la plaza del Mercat, se esconde el pequeño taller parado en el tiempo donde trabaja Josep Alba Quintana, el último afilador de la ciudad. Sentado en su muela de esmeril de toda la vida con una mascarilla, frente al disco que gira veloz con un motorcito y una polea debajo del asiento, Alba cada día afila y repara todo tipo de cuchillos, tijeras y herramientas de corte que le llevan envueltas en papel de periódico los clientes. Estas son sus últimas semanas de trabajo, ya que, dentro de un mes, el veterano afilador gerundense se jubilará a los 63 años y el negocio, inaugurado por su abuelo en 1925, bajará la persiana definitivamente, sin relevo para seguir adelante.
Cuando, primero su abuelo, y después su padre, estaban al frente del taller, el local llegaba hasta el río y había mucho trabajo: venían carniceros, pescaderos, cocineros y un montón de particulares de toda la demarcación gerundense a afilar las herramientas. Ahora, muchos profesionales que trabajan con cuchillos, ya tienen sus propios sistemas eléctricos para hacérselo ellos mismos y la clientela ha ido disminuyendo con el tiempo. Sin embargo, estos últimos meses a raíz de hacer pública su inminente jubilación, Alba no da abasto. La noticia ha corrido y todos los vecinos de la zona, sobre todo particulares, aprovechan para llevarle prendas que ya no cortan antes de que pliegue velas. Normalmente, hacía los encargos de un día para otro y, ahora mismo, debe entregarlos a una semana vista, con el taller lleno de paquetes de cuchillos, hachas, tijeras, tenazas, hoces o sierras.
Siguiendo la herencia del padre y del abuelo
"En 1988, mi padre se jubiló, yo no tenía pensado continuar con su oficio, pero justo me quedé sin trabajo y, como de pequeño ya corría por el local y le ayudaba a poner agua en la muela, decidí hacer un pensamiento", recuerda Josep Alba. Y añade: "Tuve la ventaja de entrar en un negocio que ya funcionaba, mi padre tenía muchos clientes de Girona, de la plaza del Mercat, pero también de Platja d'Aro, Riudarenes e incluso un cocinero de Andorra que, cuando terminaba la temporada, nos traía todos sus cuchillos". Antes de que el padre, el negocio lo puso en marcha el abuelo, originario de Ourense, que llegó a Girona, primero se dedicaba a la actividad ambulante, con la furgoneta y el clásico silbato del afilador, y en 1925 abrió el taller actual.
Alba ha aprendido las técnicas del oficio de su padre: "Me enseñaba las velocidades de la muela, la inclinación, todas las llaves para quitar el hilo sin dañar la hoja y que no se gaste tanto. A rebajar sin tocar el hueso, a quitar la rebaba, o saber el grosor necesario de cada herramienta, según si, por ejemplo, es, por ejemplo. Además de la muela de esmeril, para terminar los procesos, Alba también pasa las hojas por la piedra para acabar de afinarlas.
Su procedimiento, sin embargo, nada tiene que ver con los nuevos métodos que utilizan los nuevos profesionales del sector, que ahora afilan con cintas o incluso láseres. En Girona, Alba es el único afilador tradicional, pero en Salt, existe una empresa especializada con técnicas más modernas e incluso los afiladores ambulantes han automatizado su oficio. "Yo me he mantenido siempre con la misma mole de esmeril porque me sigue funcionando y no he tenido ninguna razón para cambiarla", insiste Alba.
Afilar antes que tirar
El afilador gerundense lleva 37 años de oficio y, durante todo este tiempo, ha visto de primera mano cómo cambian la calidad de los utensilios y los hábitos de los usuarios. "Ahora se habla mucho de no generar residuos, pero, en cambio, tenemos la costumbre de, cuando una herramienta no va bien, sustituirla. Preferimos comprar cosas más baratas y cambiarlas más a menudo, pero mientras un cuchillo tenga hoja, se puede arreglar y seguir utilizando", sentencia. Sin embargo, también le llegan herramientas de extrema calidad, como cuchillos japoneses de primera calidad que nunca había visto. Afilar un cuchillo en su taller vale 2 euros y, según la complejidad de la herramienta, va subiendo algo más.
La poca costumbre de intentar arreglar las cosas antes de comprar una nueva va ligada a la falta de relevo generacional en el taller: "Es una pena, es un oficio necesario, quizá sea pedir demasiado, pero me haría ilusión que alguien continuara mi trabajo", reconoce. Con todo, pese a ese sabor amargo, Alba encara la jubilación con agradecimiento y muchas ganas: "Aún no tengo 65 años, pero como tengo 45 cotizados, he decidido plegar, porque aquí estás muchas horas inclinado, vas doblando la espalda y quiero aprovechar ahora que dos me encuentro bien, todavía me encuentro bien.