La empresa familiar, corazón de país

El 88% de las empresas catalanas son familiares. Mantenerlas vivas no es sólo una cuestión económica, sino un acto de generosidad colectiva que asegura aquí la riqueza, el talento y la toma de decisiones. Las empresas son proyectos humanos, y en el caso de las empresas familiares, esto adquiere una dimensión especial. No sólo porque representan a casi todo el tejido productivo del país, sino porque son la muestra más clara de una economía arraigada, comprometida y con vocación de futuro.

Una empresa familiar no es sólo un negocio: es un legado. Es la transmisión de unos valores: esfuerzo, confianza, responsabilidad, que explican buena parte de la cultura económica catalana. Quienes hace tiempo que nos movemos por estos ámbitos sabemos que no existen fórmulas únicas de gestión, cada familia debe encontrar su manera, si hay sucesión con capacidades y vocación, fantástico, si no, incorporar liderazgos externos es una buena opción. Lo importante es mantener la esencia en la gobernanza, el corazón que permite que la toma de decisiones continúe en el país. Esto es un acto de generosidad hacia la sociedad y significa, entre otras cosas, mantener puestos de trabajo, crear riqueza y hacer circular el conocimiento en el territorio.

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Cuando una empresa familiar se vende o deslocaliza, no sólo desaparece una actividad económica, se pierde también una parte del país que entiende y ama su entorno. Las empresas familiares son el tejido que conecta economía y comunidad, innovación y proximidad. Contratan, sí, pero sobre todo cohesionan.

El mundo que nos rodea no es sencillo, China ha roto la idea de que el progreso económico traería más libertad individual. Es una economía planificada, pero eficiente, con una visión global y una apuesta por dominar sectores estratégicos. Estados Unidos, por su parte, mantiene el liderazgo tecnológico. ¿Y Europa? Todavía busca su voz. No podemos imaginar una Europa, por ejemplo, con veinticinco ejércitos dirigidos por veinticinco generales, el futuro pide, pues, coordinación, ambición y una estrategia común.

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En este escenario, la empresa familiar europea –y catalana– tiene una misión clara: combinar arraigo e innovación, proximidad y tecnología. Por eso necesitamos dos grandes palancas, la primera es el esfuerzo de la propia empresa por innovar, atraer talento, tomar decisiones ágiles y con visión, pero también cuidar los valores más intangibles, como la capacidad de compartir el liderazgo y de huir de las rivalidades. La segunda es externa, de la adecuación del sistema: menos burocracia, un modelo energético competitivo, infraestructuras que funcionen de acuerdo a nuestra realidad o modelos de financiación alineados con las necesidades de las empresas. En este sentido, instrumentos como el Fondo Raíces del Instituto Catalán de Finanzas para ayudar a las empresas familiares a ganar dimensión sin perder su esencia, son un buen ejemplo.

Cataluña tiene talento, ecosistema e iniciativa fruto de la visión de personas como Andreu Mas-Colell, que hoy sitúa a Cataluña en el mapa global de la investigación. Pero es necesario fortalecer los puentes entre la innovación y la industria, entre el mundo emprendedor y el mundo productivo. Y sobre todo, hay que creer en nuestra forma de hacer empresa. Preservar a la empresa familiar es preservar nuestra identidad económica, social y cultural. Y tenemos ejemplos de referencia como Agromillora, Hipra o Avinent, empresas familiares que compiten en los mercados más exigentes y proyectan el país en el mundo.

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Somos un país comprometido, creativo y resiliente que siempre ha estado abierto al mundo y con vocación de dar oportunidades a todos los ciudadanos, ahora bien, es el momento también de plantear qué modelo económico y social queremos. En el ámbito social disfrutamos de una red de protección muy extensa y representada por un tercer sector que trabaja con una intensidad admirable. En el ámbito económico no cabe duda de que hay que mimar a la industria, y aquella que no se deslocaliza, la que está en contacto con la innovación y la tecnología, que provoca desarrollo de nuevas oportunidades, la que permite el círculo virtuoso del resto de sectores de la economía y deriva a salarios más altos. Pero sobre todo esa industria localizada que toma decisiones desde Catalunya.

La apuesta por la industria es la apuesta por el futuro de todos, de los que ya estamos y de los recién llegados. Todo, el progreso tecnológico, el empleo, la cohesión y el bienestar depende. Y es con empresas familiares arraigadas, innovadoras y comprometidas que Cataluña –y Europa–, puede seguir siendo uno de los mejores lugares del mundo para vivir, trabajar y construir futuro.