Crónica

Historia de Amadeu y la esencialidad

Las restricciones al comercio no esencial en fin de semana impactan de lleno en las tiendas próximas a los mercados

Una paloma solitaria picotea las migas entre las mesas y sillas del bar JyP del Mercat del Ninot, en Barcelona. Lo llaman Amadeu, como el famoso protagonista del chiste de Eugenio. Hace días que se ha dispersado de los suyos y vive dentro del mercado. “¡Parece que incluso está echando barriga!”, bromea uno de los tres amigos que desayunan dos mesas más allá. Ya están familiarizados. Cuando a primera hora de la mañana montan las paradas del pescado, Amadeu ya se aprovecha del agua que gotea de las cajas. De los tres amigos, dos son pescateros y uno frutero. Terminan el desayuno, bromean y no paran de estallar a carcajadas.

Llevan trabajando desde la una de la madrugada. Les digo que hacía tiempo que no veía a nadie reír tan a gusto. “Somos como Andy Warhol, este rato son nuestros minutos de gloria”. Como todos los paradistas, se han tenido que acostumbrar al cambio de biorritmos del mercado que impone la pandemia. Los mercados de alimentación son un poco oasis, lugares privilegiados, de los menos afectados por las restricciones, considerados desde el primer día “comercios esenciales”. Pero ya hace días, o semanas, que muchos de los clientes han visto alterada su rutina de compra. El último mes los comercios no esenciales tienen que cerrar el fin de semana. Que te obliguen a cerrar es doloroso y todavía lo es más si tienes la tienda junto a un mercado y no puedes subir la persiana un sábado por la mañana. 

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Todo el mundo que conoce un barrio sabe que los mercados no solo se determinan a ellos mismos sino que condicionan decisivamente la vida comercial de su entorno. Cuando un mercado cierra por reformas y se traslada a un enclave temporal vienen tiempos de vacas magras para las tiendas que orbitan en un radio de trescientos metros. Que se lo pregunten ahora mismo a los vecinos de la Abaceria de Gràcia.

Enriqueta va cada sábado por la mañana al Ninot. Pertenece a la estirpe de los que van pronto. La estirpe de los que no quieren coincidir con la multitud de media mañana y lo hacen con la de primera hora de la mañana. Tiene la costumbre de visitar también las paradas de ropa del exterior por si se encapricha de algo. Ahora no es posible y le hace menos ilusión salir a hacer la clásica ronda de los sábados.

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A Agustí le pasa un poco lo mismo, se confiesa amante de los fogones y disfruta decidiendo el pescado, las legumbres y los encurtidos que compra, pero está un poco desanimado con la falta de vida de barrio que se ha perdido. Y es que se hace un poco extraño ver que un sábado por la mañana la histórica tienda Plàstics La Primera, en la esquina de Casanova con Provença, tiene la persiana bajada. Es extrañísimo no poder contemplar el escaparate lleno de fiambreras, estantes y todo tipo de objetos del hogar.

Entre temerarios y estoicos

Suele pasar que en la misma ruta de la carne, la fruta y la verdura, llegues a La Cosidora a llevar un par de prendas de ropa para zurcir o acortar. Ahora, los sábados, tampoco es posible. Como tampoco visitar al zapatero coreano de la esquina. En cambio, Sabates Zárate, en el chaflán de abajo, sí está abierto. Igual que la zapatería de la calle de Provença. ¿Temerarios? Otra historia, la charcutería Gelabert sigue al pie del cañón, feliz de ser “esencial” y aguantando con estoicismo la competencia de Món Ibèric así que se atraviesa el semáforo de Mallorca. En Confeccions Rosi incluso el cartel de la calle es de toda la vida. La no esencialidad los afecta. Como también a Jordi y Joan Tintorers, cuarenta y cinco años de vida. Ellos han decidido no abrir los sábados. Se ahorran el disgusto de la prohibición. 

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Tres o cuatro centros de estética esperan clientes. Tienen suerte, los han decretado esenciales. El estanco de Casanova también, claro, la pura esencialidad de fumar, ya se sabe. Vuelvo al Ninot y los bares ya han bajado la persiana para pasar al imprescindible “para llevar”. En la Bikineria están razonablemente contentos. Joan Gurguí me explica que solo pueden poner las mesas de siete a nueve y de una a tres pero los biquinis envasados tienen muy buena acogida durante todo el día. Al parecer, a Amadeu le flipan las migas con retrogusto de mantequilla. Deja el suelo limpio como una patena.