Jack Dorsey, el multimillonario que come una vez al día
El cofundador de Twitter deja la dirección de la red social por segunda vez
BarcelonaEl despertador le suena cada día a las cinco de la madrugada. La rutina empieza mucho antes de que salga el sol, con un puntual mensaje de texto a su madre y una meditación. El almuerzo es un vaso de agua con sal y limón. De hecho, no ingerirá ningún alimento hasta la noche. Tampoco coge el coche, porque cada mañana Jack Dorsey llega a su despacho en la sede de Twitter después de andar ocho kilómetros por San Francisco. Durante la hora y cuarto de trayecto escucha podcasts o audiolibros. El cofundador de la red social, que esta semana ha anunciado su salida de la empresa, es un abonado a la jornada laboral maratoniana de Silicon Valley, que acaba con una cena para romper finalmente el ayuno y –a menudo– una sesión de sauna alternada con baños de agua helada. A lo largo del día habrá meditado durante dos horas. Aun así, nunca se ha sabido del todo qué parte de verdad hay en todo este sonado ritual que él mismo ha pregonado durante los años.
Jack Dorsey no solo ha sido el consejero delegado de dos cotizadas tecnológicas, Twitter (hasta el pasado lunes) y la fintech Square. El peculiar estilo de vida del emprendedor lo ha convertido en un personaje público por sí mismo y un símbolo de las excentricidades de los nuevos multimillonarios de internet. Desde su infancia en Saint Louis, la ciudad más grande del estado de Misuri, le fascinaron los ordenadores. De pequeño se pasaba horas observando mapas y rutas de tren. A través de esta obsesión, con 15 años Dorsey acabó creando un softwarelogístico que todavía usan algunas flotas de taxis.
Como otros magnates de las redes, también dejó la carrera antes de graduarse y se mudó a California para trabajar en la industria. En la plataforma de podcasts Odeo conoció a Noah Glass, Evan Williams y Biz Stone, con quien recuperó una idea que ya había meditado en la universidad: una plataforma para compartir de manera instantánea con sus amigos cualquier pensamiento que le pasara por la cabeza. El primer tuit de la historia lo publicó él mismo el 21 de marzo de 2006 y lo vendió quince años después por casi tres millones de dólares en forma de NFT (un criptoactivo que demuestra quién es el propietario).
Para interpretar el papel de directivo sensato, Dorsey se deshizo del pírcing en la nariz –que recuperó años más tarde–, pero mantuvo un tatuaje bastante grande que luce en el brazo con el símbolo matemático de la integral. Desde entonces también es un fan declarado de la moda y ha confesado que consideró dejar la tecnología para hacerse diseñador. Solo dos años más tarde de aquel primer tuit, el emprendedor fue relegado como consejero delegado de Twitter para ocupar el cargo de presidente y dedicarse a poner en marcha otros negocios. Mientras la red social acumulaba millones de usuarios, Dorsey creó Square, una empresa de pagos digitales para comercios que no podían cobrar con tarjeta de crédito. En 2013 la salida a bolsa de Twitter marcó un punto y aparte en su fortuna, que la revista Forbes ahora estima en 11.500 millones de dólares. Como en el caso del fundador de Apple y uno de sus ídolos, Steve Jobs, la historia de Dorsey también incluye un regreso: recuperó el rol de primer ejecutivo de Twitter en 2015, a punto para aplicar un recorte del 8% a la plantilla.
Un bohemio enamorado de las criptomonedas
Twitter es seguramente la red social que menos ha cambiado desde su nacimiento, con excepciones como el aumento del límite de caracteres de los 140 iniciales a 280 y experimentos como los Fleets, un intento frustrado de imitar las imágenes con fecha de caducidad de Snapchat e Instagram. Pero las principales críticas a Twitter siempre han llegado por la falta de control de la red social sobre los contenidos que se publican, un reproche que se acentuó durante la presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos. No fue hasta después del asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021 cuando la compañía acabó cerrando definitivamente la cuenta del líder republicano. Igual que su homólogo de Facebook, Mark Zuckerberg, Dorsey también ha tenido que comparecer en el Congreso para dar explicaciones sobre su función de moderador en un espacio digital abonado para los trols y los discursos de odio.
Su talante de rico bohemio –a menudo se iba antes de la oficina para ir a clase de yoga y se planteó irse seis meses a trabajar desde África antes de la pandemia– nunca gustó del todo a los inversores. No entendían cómo una sola persona podía dirigir dos big tech a la vez y tener tiempo para tantas aficiones. Este tira y afloja se hizo más evidente con la entrada de la firma Elliott Management, que el año pasado ya intentó apartarlos a él y su frondosa barba de la dirección.
Esta vez se han salido con la suya, aunque Dorsey asegura que la decisión es solo de él. El emprendedor deja Twitter con más de 200 millones de usuarios activos al día (ensanchar esta base siempre ha sido el gran reto de la empresa) y unos ingresos anuales de 3.700 millones de dólares. Ahora Dorsey tendrá más tiempo para una nueva pasión, las criptomonedas, un fenómeno que –según defiende fervientemente– nos traerá la paz mundial y del que se ha convertido en profeta digital, también a golpe de tuit.