Los incumplimientos monetarios de Suecia, el país que arrincona al catalán
Estocolmo no tiene ninguna intención de adoptar el euro como divisa propia pese a haber firmado un tratado que la obliga
BarcelonaSuecia es uno de los estados que más reticencias ha mostrado para aceptar la oficialidad del catalán en la Unión Europea, esgrimiendo dudas sobre la necesidad de introducir "lenguas minoritarias" –aunque el catalán tenga más hablantes que el sueco– y sobre el coste de las traducciones. Las trabas suecas y de los otros estados llamados frugales–como Finlandia, Países Bajos o Dinamarca, siempre preocupados por el gasto público en la UE– son habituales cuando se proponen nuevas medidas en la Unión. La cuestión es que, en el caso sueco, provienen de un país que está en falso respecto a un punto esencial de la integración europea: la moneda.
Durante la Guerra Fría, Suecia mantuvo la neutralidad que ya había tenido durante las dos guerras mundiales y no ingresó ni en la OTAN ni en la UE. El país tuvo una economía capitalista, pero al mismo tiempo fue uno de los campeones de la intervención estatal en la economía, con sucesivos gobiernos socialdemócratas.
Esta neutralidad empezó a cambiar con el derrumbe de la URSS, y en 1995 Suecia se convirtió formalmente en un nuevo estado miembro de la UE –en 2022 pidió entrar en la OTAN–. Por eso, firmó un tratado de adhesión que, como al resto de países, obligaba a las autoridades suecas a aceptar el llamado acquis comunitario, es decir, el conjunto de tratados y normas de la UE. Esto significa converger económicamente con los socios comunitarios y terminar, en algún momento sin especificar, adoptando el euro como moneda y abandonando su divisa, la corona. Pero 24 años después de la creación formal del euro y 21 desde su entrada en circulación, el gobierno sueco sigue sin dar ningún paso para adoptar la divisa comunitaria.
El euro se creó con el Tratado de Maastricht, firmado en 1992, cuando Suecia todavía no era parte de la UE. Así pues, el ejecutivo del país no pudo emular a sus vecinos daneses, que –al igual que Reino Unido– introdujeron una cláusula en el tratado que les dejaba al margen de esta obligación. De hecho, Suecia podría haber hecho todo lo contrario y adoptar el euro como lo hizo Finlandia y Austria, que se unieron a la UE el mismo año y en 1999 introdujeron la moneda común. Suecia quedó en un limbo legal.
"En teoría es verdad que debería ser parte de la zona euro", asegura Andreu Olesti, catedrático de derecho internacional y decano de la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona. Sin embargo, "aunque satisface todas las condiciones, siempre ha sido muy reacio", añade.
Para aclarar la situación, en 2003 el gobierno sueco organizó un referéndum no vinculante en el que preguntaba a la ciudadanía si quería adoptar el euro o prefería mantener la corona. El resultado fue claro: un 55,9% votaron en contra de la moneda única europea, frente a un 42% que se posicionaron a favor de la entrada en la zona euro. "La gente dijo que no y lo que dijo la gente prevaleció", dice Jordi Catalán, catedrático de economía en la Universitat de Barcelona.
El resultado dejó claras las intenciones de los habitantes del país y dejó al estado sueco en una situación compleja desde un punto de vista del derecho internacional y europeo. Suecia ha firmado un tratado con la UE que le da todas las ventajas de ser miembro, como acceso al mercado común, representantes en las instituciones, libertad de movimientos para sus ciudadanos y empresas o acceso a fondos europeos. Pero también le pone obligaciones, y una es adoptar la moneda de la UE como divisa del país y ceder su soberanía monetaria al Banco Central Europeo.
Esta eventual pérdida de soberanía es lo que inquieta a muchos suecos e igualmente explica la negativa danesa a entrar en la zona euro en 1992. La no adhesión de Suecia al euro responde, pues, a "motivaciones políticas", expone Olesti. Suecia, al igual que Dinamarca, estaba tradicionalmente dentro del grupo de países "próximos al marco alemán", recuerda el decano, con economías muy exportadoras y productivas, y gobiernos poco endeudados. Por eso, en el norte de Europa el hecho de compartir el euro con países del sur –menos competitivos, más endeudados y con economías centradas en el consumo interno– causa recelo en amplias capas de la población.
Así, no sorprendió a nadie que en el 2020 Suecia se situara en el grupo de estados llamados frugales –por su obsesión por gastar poco–, que se oponían a la creación de los fondos antipandemia Next Generation, de los que España e Italia han acabado siendo los principales beneficiarios. La inflexibilidad de estos estados provocó todo tipo de acusaciones de insolidaridad y que el embajador francés en España, Jean-Michel Casa, propusiera cambiarles el epíteto por el de tacaños. Por último, los frugales acabaron cediendo, pero pudieron imponer límites tanto en la financiación de los Next Gen con deuda comunitaria como en las cantidades que reciben los estados mediterráneos a fondo perdido.
El acierto de no adoptar el euro durante la crisis
A Suecia "no le ha ido mal" no adoptar la moneda única, sobre todo durante el período entre 2008 y 2016, cuando la crisis financiera internacional derivó a la zona euro en una crisis de deuda provocada, en buena parte, por la deficiente estructura institucional de la UE, recuerda Catalán. De hecho, el profesor de la UB apunta a que la economía sueca se ha desarrollado "mucho mejor" que la de otros países de la Eurozona, particularmente los de la periferia, donde la entrada en vigor del euro significó el adiós a la posibilidad de devaluar su moneda, una herramienta que habían utilizado durante décadas para paliar los efectos de las crisis. Si un país devalúa la moneda, significa que pierde valor en los mercados de divisas y, por tanto, los productos del país resultan más baratos, lo que fomenta las exportaciones. Con el euro, estados como España o Italia perdieron esa capacidad.
Desde 1999 hasta hoy, Suecia "ha reducido distancias" con Estados Unidos –la primera economía mundial– en términos de producto interior bruto (PIB, el indicador que mide el tamaño de una economía) por habitante, explica Catalán, algo que no ha sucedido en la mayoría de la Eurozona. Además, ha tenido mayor margen para mantener bajo control su tasa de deuda pública, que actualmente está por debajo del 40% del PIB, muy inferior al 60% máximo marcado por el Tratado de Maastricht y aún más por debajo del 113% que registró España el pasado junio.
Pese a que podría entrar con facilidad, el gobierno sueco ni siquiera ha dado el primer paso para adherirse al euro, que sería formar parte del mecanismo europeo de tipos de cambio (ERM, en inglés) –donde curiosamente sí está Dinamarca– y al final acabó forzando el incumplimiento de su obligación por razones "formales" y no "materiales", recuerda Olesti. En este sentido, el jurista de la UB opina que, después de veinte años, la obligación de Suecia de adoptar el euro "ya no se llevará a cabo", entre otras razones porque los sondeos apuntan a que hoy la oposición a el euro "es aún mayor" que hace dos décadas.
Por mucho que se encuentre en una situación alegal, el Consejo Europeo y la Comisión Europea nunca han hecho ninguna presión en Estocolmo para que sustituya la corona por la divisa europea. Además, existen otros países en el este del Viejo Continente, como Polonia, Hungría y Chequia, que –según Olesti– “difícilmente se adherirán” al euro en un futuro próximo, ya que tienen partidos euroescépticos muy fuertes y una política internacional basada en los vínculos de defensa con Estados Unidos a través de la OTAN, dos fenómenos derivados de los conflictos históricos con Alemania y Rusia.
Estos tres estados de Europa oriental –como Rumanía– emulan a Suecia en que ni siquiera han entrado en el ERM, pero en estos casos no se pueden tomar a ningún referéndum para justificar su decisión. En principio, pese a la oposición popular, ellos también deben acabar con el euro en las calles y seguir así el camino que ya han tomado hasta ocho países que entraron en la UE después de que la divisa europea estuviera ya creada.