Cuando el padre pensionista cobra más que la hija trabajadora
Mariona y Ramón hablan sobre cómo han evolucionado los salarios entre generaciones
BarcelonaMariona tiene 25 años, es de Barcelona y desde hace siete años vive fuera de casa los padres con su pareja. Su padre, Ramon, tiene 71 y lleva seis años jubilado. En la familia se vive una situación paradójica –que no extraña–: Ramón cobra más como pensionista que Mariona como trabajadora. Y no: no es que el padre cobre la pensión máxima; de hecho, su jubilación no alcanza los 2.000 euros mensuales. Mariona, pese a no tener un sueldo fijo, cobra de media unos 1.500 euros al mes.
A pesar de estar a mediados de la veintena, la joven acumula más de siete años trabajados. Mariona explica que se marchó de la casa familiar del barrio del Guinardó, en Barcelona, para ir a vivir con su pareja al Priorat. Allí empezó a trabajar en el almacén de una bodega de Falset para, un tiempo más tarde, saltar al departamento de marketing de la propia empresa. En la bodega se pasó cinco años en plantilla hasta que, junto a su compañero, decidieron realizar un cambio de vida e irse a vivir al Pallars Sobirà. Desde entonces, Mariona trabaja como freelance dando soluciones de comunicación a empresas.
"A su edad yo ya tenía un piso, coche e, incluso, un hijo", dice Ramon. Pero lo cierto es que el cambio generacional ha retrasado el tiempo que los jóvenes tardan en encontrar una cierta estabilidad y casos como de él han dejado de ser la tónica general para convertirse en una excepción. Mariona contesta: "Si no puedo comprarme una casa y no puedo comprarme un coche, ¿se puede saber cómo debo tener una criatura? ¿Cómo se supone que la mantendré?".
Vivir o ahorrar
Pero, ¿a qué se debe ese cambio? ¿Los salarios eran mejores antes? Ramon asegura que la gran diferencia no está aquí y que "toda la vida" los sueldos han sido "ajustados". Ahora bien, a su vez matiza que lo que sí es cierto es que el incremento de los precios de los gastos básicos, como, por ejemplo, la vivienda, ha hecho que la población haya perdido poder adquisitivo. Mariona constata este incremento de los precios: "Vas al supermercado, llenas medio carro y la factura ya supera los 100 euros. Esto hace cuatro años era inimaginable".
El mayor gasto que deben afrontar mensualmente Mariona y su pareja es la vivienda. "Pagamos 700 euros por un pisito en un pueblo de diez habitantes", explica. Ella se muestra indignada ante esta situación y se queja de que los pisos turísticos también dañen ecosistemas de rincones bien alejados de las metrópolis. "Muchos ayuntamientos se han dedicado a regalar licencias y ahora es complicado encontrar un piso por debajo de los 1.000 euros. ¡El nuestro es una ganga!", dice.
El ajustado salario y los precios desorbitados han llevado a Mariona a tener que repensarse decisiones de futuro: "A mí me encantaría poder volver algún día a Barcelona, pero, tal y como están los alquileres, no puedo ni plantear -me lo". Esto choca frontalmente con la situación de su propio padre a su edad. Él, que ya tenía una familia, llevaba años viviendo en propiedad en una casa en el centro de Barcelona. La posibilidad de comprar, a Mariona, aún le suena más lejana. "¿Cómo podemos ahorrar para pagar la entrada de una hipoteca si la mitad del salario se nos va en el alquiler?", explica.
En este sentido, ambos coinciden en detectar el ahorro como el gran perjudicado. “Ha llegado un punto de que los costes de la vida son tan elevados que ya ni podemos permitirnos pensar en ahorrar”, dice Mariona. Ramon asegura que antes "se podía hacer más hucha" y que ahora es más complicado debido al incremento de los costes y la fuerte presencia del ocio en la vida de los más jóvenes. Su hija relata que, para ahorrar lo poco que puede, prefiere gastarse el dinero sobrante al realizar alguna escapada de fin de semana o hacer algún plan que rompa con la rutina del día a día.
Otro punto que Ramón cree que es crucial para entender las diferencias de ahorro entre generaciones es la cultura de las horas extra. Según dice, antes era muy normal pedir a los superiores poder hacer horas de más para cobrar un dinero adicional. Y era con ese incremento del salario, explica, que muchos podían ahorrar.