Miserias de un ‘boomer’ en las profundidades de Silicon Valley

El periodista Dan Lyons relata su experiencia en el mundo de las ‘start-ups’

BarcelonaDan Lyons ya pasaba de los cincuenta el primer día que entró en unas oficinas de techos altísimos y vigas a la vista, con una sala de reuniones con futbolín incluido y una gran “pared de los caramelos” llena de dispensadores de aperitivos de todo tipo. Era la sede de HubSpot, una empresa de Boston especializada en software para campañas de marketing y sistemas de atención al cliente. Hacía nueve meses que lo habían despedido de la revista Newsweek, donde había escrito decenas de artículos describiendo clichés de la industria tecnológica idénticos a ese. Así empezaban los dos años en los que este periodista norteamericano estuvo trabajando para una compañía donde solo había otro empleado como él, mayor de 50 años. El resultado es Disrupción. Mi desventura en la burbuja de las startups, unas memorias de su experiencia en la industria, que acaba definiendo como una mezcla a medio camino entre “una fraternidad y una secta”. La editorial Capitán Swing ha traducido el libro al castellano cinco años después de su publicación.

Reconoce que fue el episodio más “extremo” de su periodo en HubSpot. Casi parecía un gag de la serie de HBO Silicon Valley, en la que él mismo había participado como guionista. Una mañana de julio la jefa de relaciones públicas de la compañía enviaba un correo a la plantilla con el enlace de una publicación “formidable” a LinkedIn de uno de los cofundadores de HubSpot. En el post, Dharmesh Shah explicaba que llevaba un osito de peluche a todas sus reuniones para representar las necesidades de sus clientes. El juguete incluso tenía nombre, Molly. Lyons se sentía dentro del cuento del emperador desnudo y no entendía cómo el resto de sus compañeros ni se inmutaban mientras el directivo recomendaba a sus seguidores aquella “innovación en la administración de empresas”. “Si pasara esto en la mayoría de empresas, quiero pensar que la gente se reiría. Pero la razón principal por la que no lo hacían es que era muy parecida a una secta. Y la primera cosa que tenías que hacer para triunfar en la secta era no cuestionarla”, recuerda el periodista en una entrevista por Zoom desde su casa en Massachusetts.

Cargando
No hay anuncios

Lyons critica a lo largo del libro el corporativismo que promueven en estas empresas, que a menudo se aprovechan de una masa de trabajadores acabados de graduar que buscan encontrar sentido a su trabajo en plena vorágine capitalista. “Creo que tiene mucho sentido contratar a tanta gente joven y entiendo por qué lo hacen. Tienen muchas ideas y energía, yo aprendía mucho de ellos porque pensaban de manera diferente. Pero hay otras razones: puedes pagarles mucho menos y es más fácil lavarles el cerebro. Es más posible que se lo acaben creyendo ellos que yo, que tengo hijos y una vida fuera del trabajo. La empresa no se convertiría en el centro de mi identidad”, apunta el autor. Muchos de sus compañeros de oficina se referían -con satisfacción- a ellos mismos como HubSpotters y lucían con orgullo las camisetas y gafas de sol del color naranja corporativo que les regalaba la empresa. Había fiestas sonadas dentro del mismo espacio de trabajo y en alguna ocasión las duchas de los vestuarios de la oficina se habían convertido en el escenario de affaires furtivos.

La mayoría de los trabajadores de HubSpot, explica Lyons, también veían ese trabajo como una oportunidad de inversión. Uno de sus jefes en el departamento de marketing había pasado antes por otras start-ups con la ambición de cazar a tiempo una salida a bolsa provechosa y hacer caja con el paquete de acciones que iba ligado a su contrato. “Me dijo que quería conseguir suficiente dinero para jubilarse y que por eso estaba ahí. Cuando lo contrataron él pidió menos salario y más acciones, que al final fue una buena idea”, añade. Pues sí, porque desde que se estrenó en Wall Street, el valor de HubSpot en la bolsa se ha multiplicado por más de 14 veces. La empresa nunca ha generado ganancias en sus 15 años de vida, pero el hombre que llevaba el osito de peluche Molly a las reuniones ahora es multimillonario.

Cargando
No hay anuncios

En su relato, Lyons enumera los eufemismos que usaba la empresa para dar malas noticias a la plantilla. Si un empleado había sido despedido o abandonaba el barco porque no podía aguantar más la presión, se comunicaba que esta persona “se había graduado”. “Lo decían con un tono animado”, asegura. La rotación de personal era tan alta que solo un par de horas después de comer con una compañera, esta le explicaba que la habían invitado a marcharse sin muchas explicaciones. “Lo más divertido es que yo quería salir del mundo editorial porque siempre había despidos y vivías con el miedo de que tu medio cerrara de repente. No quería volver a otro lugar así y pensé que en una start-up que crece tanto esto nunca pasaría. Estaba muy equivocado”, admite.

El periodista también pudo observar de cerca cómo la compañía creaba su propio relato para “maquillar” que simplemente se dedicaba a vender programas informáticos para hacer spam masivo. En las reuniones todo el mundo hablaba con siglas -CMS, KPI, MOFU, SFTC, SLA- y a menudo Lyons no tenía claro qué tareas se le habían asignado. En HubSpot gustaban tanto los acrónimos que definían su cultura empresarial con el concepto HEART (corazón, en inglés): “Humilde, efectivo, adaptable, extraordinario y transparente”. Pero aunque la empresa presumía de sus valores, Lyons constató una evidente brecha de género y falta de diversidad racial. “En un punto me di cuenta de que no había ninguna persona negra. Había mujeres, pero sólo llegaban hasta un cierto nivel dentro de la organización. Parecía un club de chicos”, explica.

Cargando
No hay anuncios

Como periodista en Newsweek y antes durante una década en la revista Forbes, Lyons había cubierto el auge a los 90 de aquellas promesas de internet que querían convertirse en gigantes de un día para el otro. También el estallido de la burbuja. “Me he rendido al decir que estallará. Pensaba que estaban sobrevaloradas entonces, pero ahora ya es una locura. Tesla vale un billón de dólares y no tiene las ventas o las ganancias para merecerlo. Las acciones se han desconectado de los negocios”, opina Lyons. En este compás de espera, ha presenciado cómo los emprendedores de Silicon Valley se convertían en celebridades -“cuando empecé en el periodismo económico la gente no sabía quién era el presidente de IBM”- con manadas de seguidores. “Las mismas empresas han aprendido a explicar sus historias. Los inversores a menudo deciden quién es el consejero delegado porque tiene la pinta de serlo. Es como una película, necesitan un protagonista y estos directivos se han convertido en estrellas de Hollywood”, añade.

Cargando
No hay anuncios

Disrupción tiene una secuela que todavía no ha llegado a España (Lab Rats) en la que el periodista vuelve a adentrarse en la precariedad laboral que vaticina en esta era digital. “De alguna manera lo que está pasando ahora con la Gran Dimisión es una huelga descentralizada. No hay ningún sindicato detrás, pero la gente ha dicho que basta y que está harta de que las empresas los presionen más y más”, denuncia Lyons. ¿Cómo se explica -se pregunta el autor- que Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, no mejore las condiciones de trabajo de los centenares de miles de trabajadores de sus almacenes? “No entiendo cómo duerme por las noches. Es una economía de sociópatas, ¿cómo lo hacen, si no? ¿Cómo miran a la gente a los ojos?”, plantea.

Antes del fenómeno que ha generado su paso por HubSpot, Lyons ya había intentado encontrar una respuesta. Él mismo era quien estaba al teclado detrás del blog Fake Steve Jobs, una parodia del fundador de Apple que llegó al millón de seguidores y con la que bromeaba sobre situaciones que acabaría viviendo solo unos años más tarde.