¿Quién nos cuenta el apagón?
Ni las empresas eléctricas implicadas ni los poderes públicos que nos gobiernan han explicado las causas del histórico apagón general que ha afectado este lunes a toda la península Ibérica, algo inédito que ha dejado decenas de millones de ciudadanos sin luz ni conexión digital durante muchas horas, demasiadas horas. Ha sido un apagón masivo y demasiado largo. Cerca de la mitad de la población catalana ha dormido esta noche sin luz en casa. Al cierre de esta edición, todavía no se había dado ninguna información razonable de lo sucedido, más allá de constatar un descenso inexplicable y repentino de la producción eléctrica española, tal y como a última hora constató el presidente del gobierno del Estado, Pedro Sánchez. La comparecencia de los responsables políticos ha sido lenta y poco concluyente. Está bien y es necesario salir a pedir calma y dar garantías de normalidad y seguridad, pero desconcierta y resulta preocupante que los presidentes Salvador Illa y Pedro Sánchez no hayan podido dar detalles sobre lo que ha fallado.
En pleno siglo XXI, es increíble un fallo tan clamoroso, más propio de una novela distópica que de una sociedad tecnológicamente avanzada. Y la falta de datos fiables y concretos sobre lo que ha pasado genera una gran inquietud. Quedan muchas preguntas en el aire: ¿cómo es posible que se haya producido una caída tan masiva de la corriente eléctrica? ¿No existen cortafuegos eléctricos para evitar reacciones en cadena de los cortes de suministro? ¿Nadie es capaz de saber dónde se ha producido el problema o se nos está ocultando algo sobre su naturaleza? En ambos casos se trataría de un hecho grave. Sin explicaciones, ¿cómo podemos estar seguros de que no volverá a ocurrir el mismo desastre de nuevo en los próximos días? ¿Alguien asumirá responsabilidades técnicas y políticas por lo ocurrido? ¿Se indemnizará a las empresas ya los ciudadanos por las pérdidas que hayan podido sufrir?
La única nota positiva de este descomunal apagón ha sido el comportamiento cívico de la inmensa mayoría de la población, que ha hecho frente a la situación con sentido común y resiliencia, sin grandes alteraciones de ánimo o comportamientos fuera de control. Ni la falta de transporte público ni la falta de internet o telefonía han generado el caos. Ha habido muchas situaciones alteradas, pero no se han tenido que sufrir mayores problemas. Los servicios públicos esenciales, empezando por los hospitales y centros médicos, y continuando por las escuelas, han seguido funcionando, concentrados en dar respuesta a los casos más urgentes. Una vez más, los servidores públicos respondieron con profesionalidad. También desde los diversos sectores privados se ha realizado el trabajo que tocaba. La vialidad se ha visto sin duda afectada: ha sido el elemento más visible de la situación disruptiva que hemos tenido que afrontar. En cualquier caso, las llamadas a la calma han funcionado. La vida social ha continuado a un ritmo frenado pero con sentido común.
Esta repentina y general caída del suministro eléctrico nos pone cara a cara con la dependencia tecnológica que conforma nuestras vidas. Más allá de la imprescindible respuesta técnica y política, estamos ante un nuevo aviso sobre el peligro de colapso de nuestro modo de vida, al igual que nos ocurrió con la pandemia.