Dejemos de pedir de dónde estás
Y tú, ¿de dónde eres? Esta pregunta, aparentemente inocente, esconde una bomba de relojería. Quiere decir que tienes aspecto de no estar de aquí. Quiere decir que tenemos un prejuicio sobre el aspecto que tienen los de aquí. Quiere decir que consideras que si tienes un aspecto que no se aviene con el prejuicio no puedes ser considerado de aquí. La consecuencia es que la persona a la que se le ha hecho la pregunta percibe que no es considerada de aquí, y se puede sentir molesta, insultada, excluida y discriminada. Seguramente con razón, por mucho que quien ha hecho la pregunta haya podido hacerla con la mejor de las intenciones y movido por una curiosidad genuina y amigable. También en el lenguaje y pequeños detalles se reflejan los prejuicios.
La respuesta de los jóvenes de Torre Pacheco contra los ataques racistas proviene en buena parte de ese malestar, que es una constante diaria y que situaciones extremas como la que impulsaron los fascistas xenófobos sacan a la luz. Es cierto que el discurso del odio y el relato antiinmigración que recorre el mundo, validado por Trump y seguido con deleite por toda la extrema derecha europea, incluyendo a Vox, ha agujereado. Dominan las redes sociales y saben cómo utilizarlas para hacer creer a la población más joven que han sido "invadidos", paradójicamente seguramente por sus propios compañeros de instituto. El alud de mentiras –el tuit que encendió las redes sobre la agresión a un anciano en Torre Pacheco se correspondía con otra agresión hecha por jóvenes españoles– y las falsedades interesadas tienen tanta presencia que impiden el menor debate racional. Pero no se puede poner sólo el foco en el relato de los extremistas racistas que llaman a la "cacería" del inmigrante.
Esto es un extremo. Pero debe preocuparnos más lo que hay debajo de todo esto, como explica en un artículo la socióloga Blanca Garcés. Ya no somos –si lo habíamos sido nunca– una sociedad homogénea. Con las diversas y múltiples oleadas de inmigración hemos ido incorporando nueva población de orígenes muy diversos, que han tenido descendencia, lo que ha enriquecido a la sociedad catalana y la española. No hay vuelta atrás, afortunadamente. Ahora ya nos parecemos más a lo que podía verse en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hace unos años. Pero a pesar de haber llegado más tarde a esta diversidad, no hemos aprendido de los errores que cometieron muchas de estas sociedades, y en lugar de estar atentos a cómo trabajan para enmendar sus equivocaciones caemos en los mismos patrones de exclusión, discriminación y segregación, lo que afecta a esta nueva población ya sus descendientes.
Se necesitan medidas económicas y sociales que eviten la perpetuación de esta segregación y su consiguiente malestar. Y, también, y sobre todo, es necesario un cambio de relato interno. ¿Cómo es posible que la izquierda, y los demócratas en general, sean incapaces de combatir también en las redes y en la calle el discurso xenófobo? Sin buenismos, con la verdad, con la realidad, con los datos y discursos de la gente de aquí. Son muchos años de ver cómo las falsedades y el relato racista van ganando peso en unas sociedades que, en su día a día, son diversas y mucho más transversales de lo que rezuman las redes. ¿Tan difícil es combatir ese relato con sus mismos medios? De forma activa, inteligente y directa. ¿No hay nadie en el otro lado?