¿Por qué nunca estamos satisfechos con todo lo que tenemos?
Hablamos con Frédéric Lenoir, autor de 'Filosofía del deseo'
BarcelonaEl escritor francés André Gide decía que cada deseo que había tenido le había enriquecido más que la posesión, siempre falsa, del objeto mismo de su deseo. Los humanos siempre estamos anhelando algo. La naturaleza infinita que nos proporciona el desear nos da un impulso vital para seguir adelante, pero también puede llegar a frustrar y desesperar.
Siempre queremos más y más, y por el camino, nos damos cuenta de que nunca acabamos de estar del todo satisfechos. Y aunque, por lo general, vivimos entre abundancia y facilidades, no conseguimos llegar nunca a lo que nos promete internamente el deseo, es decir, la felicidad: “Nuestro cerebro primario nos incita a querer siempre algo más, y el sistema económico y la publicidad no hacen sino reforzar esta frustración para que consumamos aún más”, explica Frédéric Lenoir, filósofo y autor del libro Filosofía del deseo (Ariel, 2024).
En sus páginas, Lenoir propone un manual para transformar nuestra tendencia a desear a través de la filosofía griega antigua, el budismo y pensadores modernos como Jung, Nietzsche, Lévinas o Bergson, además de mencionar algunas ideas científicas y biológicas.
Para empezar, Lenoir nos recuerda cómo en el libro El Convit, Platón es ya el primer filósofo occidental que aborda la cuestión del carácter insaciable del deseo humano, y que Sócrates afirma como nunca dejamos de desear “lo que no somos, lo que no tenemos, lo que nos falta”. "Para Platón, si el deseo humano es infinito y nunca se satisface, es porque nuestra alma está exiliada en la tierra y aspira, a menudo y sin saberlo, a volver a su verdadera patria divina", explica Lenoir. Es decir, proyectamos nuestros deseos en bienes corporales y materiales. Por tanto, es imposible que nunca estemos satisfechos.
Una explicación muy distinta nos la muestran los neurocientíficos contemporáneos, que dicen que nuestro cerebro primario está programado desde hace decenas de miles de años para obtener alimentos, sexo, información y reconocimiento social. Cada vez que lo logra, recibe dopamina como recompensa. “Siempre buscamos el placer que nos proporciona esta sustancia química y nuestro cerebro no está programado para decir “lo suficiente, ya tengo suficiente””, continúa Lenoir.
Reconducir el deseo
Muchos pensadores de la antigüedad han intentado frenar esa situación. Mientras algunas corrientes como el budismo y el estoicismo apuestan por la extinción del deseo, pensadores como Aristóteles o Epicuro se decantan por su limitación o por el dominio total de la razón. En cambio, filósofos modernos como Spinoza o Nietzsche se han opuesto a querer aniquilar o limitar el deseo, porque consideran que esto iba a disminuir el poder vital y la alegría de vivir. Una vida sin deseo sería una vida triste, decía Nietzsche, que veía en las tradiciones ascéticas como el budismo y el cristianismo una "castración", del ser humano.
Por otra parte, Spinoza creía que el deseo es "la esencia del hombre". Un ser humano que no tiene ningún deseo, es un muerto viviente. Es gracias a que sentimos deseo, que disfrutamos de la vida. Por tanto, “no se debe suprimir ni disminuir este poder, sino orientarlo a través de la razón hacia cosas que nos hagan crecer y nos den alegría porque se ajustan a nuestra naturaleza singular”, explica el autor .
¿Y cómo hacerlo? “En una relación amorosa, debemos conocer bien a la persona que deseamos para evitar hacer proyecciones y las ilusiones de un amor apasionado que, tarde o temprano, nos hará estar tristes”, pone de ejemplo Lenoir. Buda propone también un camino interesante, pero difícil: el desprendimiento. "No se trata de suprimir el deseo, sino de no apegarse a su realización", explica el filósofo. Sólo de esta manera se consigue no sufrir si no se logra lo que se quiere.
También podemos seguir el consejo de Spinoza, que insiste en que, para ser feliz, es mejor la calidad que la cantidad. O leer Epicuro, que “vincula la felicidad en busca de deseos necesarios y naturales, no deseos superfluos como la gloria o la riqueza”, dice el autor.
"Si situamos nuestro deseo en tener algo, continuaremos eternamente insatisfechos y nos quedaremos prisioneros de las pulsiones de nuestro cerebro primario, que no conoce límites", continúa Lenoir. Sin embargo, si lo que nos mueve es más bien el crecimiento interior, nunca nos sentiremos frustrados o insatisfechos: “El conocimiento, el amor, la contemplación, la belleza y el progreso nos llenan sin que tengamos el sentimiento de frustración típico de los deseos orientados a tener algo”, concluye.