La herencia del dictador africano que vivió (y murió) en Pedralbes
La muerte de Dos Santos en Barcelona hace dos años no ha frenado la corrupción en Angola, un país explotado por empresas españolas
Luanda (Angola)José Eduardo dos Santos gobernó Angola entre 1979 y 2017, pero decidió pasar los últimos años de su vida en Barcelona. Hace dos veranos murió en la Clínica Teknon, donde recibía tratamiento. Los Mossos investigaron las causas de la muerte a petición de su familia, que temían que hubiera sido asesinado. Toda la operación se llevó con la máxima discreción, como ocurre con la mayoría de tramas que implican a los dos estados.
Dos Santos institucionalizó la corrupción en Angola y creó una gran fortuna a su alrededor, hasta el punto de que su hija Isabel fue durante un tiempo la mujer más rica de África. Su sucesor, João Lourenço, prometió detener el expolio a gran escala que ha sufrido y sufre el país. No sólo no lo ha logrado, sino que actualmente la situación social se deteriora: la extrema desigualdad hace crecer la pobreza y el hambre.
El expresidente de Angola vivía escondido en el barrio de Pedralbes de Barcelona, en una casa en la que había vivido Jordi Pujol Ferrusola: pagaba un alquiler de 15.000 euros. No consta que se empadronara en la ciudad ni que viviera de forma oficial, sino que recibió un trato especial de carácter “diplomático”.
La familia real española mantiene buenas relaciones con Angola, que fue el primer país del África subsahariana al que acudieron de viaje oficial, el año pasado. “Está muy bien que las relaciones con España sean fuertes –dice la periodista Luzia Moniz–. Pero no me gusta que se construyan de forma poco transparente”.
Dos Santos visitaba Barcelona por motivos médicos cuando aún era presidente, pero nunca se explicaban los motivos concretos. “No quiero entrar en la teoría de la conspiración –añade Moniz–. Pero murió en julio y las elecciones estaban en agosto. Estaba a punto de cumplir 80 años y, según la tradición africana, cuando desaparece el más viejo, los problemas se olvidan”, añade la periodista.
Una autopsia determinó que su muerte, a sus 79 años, fue por causas naturales. Pero su hija señaló a Lourenço como “responsable moral” de la muerte y “asesinato” de su padre. Actualmente Lourenço y su entorno más cercano tienen Madrid y Marbella como ciudades predilectas a las que viajar y recibir tratamiento médico.
Cuando murió Dos Santos, el toma y daca fue entre su familia y el estado angoleño, para determinar cómo y cuándo debía ser el funeral. A día de hoy, la incomodidad sigue: el memorial en Luanda donde descansa Dos Santos se encuentra junto al de Agostinho Neto, el primer presidente del país. Mientras el de Neto es inmenso, recibe visitas de escolares, cuenta con biblioteca y programa de actividades. El de Dos Santos está apartado, no se puede entrar y debe vislumbrarse a distancia. La mayoría de guardas que controlan los accesos no tienen demasiada información de cuál es el estado del memorial y cuando alguien se les acerca aprovechan para pedir gaseosa, una propina que les ayude a llegar a finales de mes.
El salario mínimo en Angola es de 50.000 kwanza al mes, unos 50 euros (un kilo de pan puede costar entre 1.500 y 1950 kwanza), y pese a las protestas de este año, el gobierno es reacio a aumentarlo por sus vínculos con las grandes multinacionales que hacen negocio. Una cincuentena de empresas españolas operan en un país en el que la mayoría de los trabajadores viven en unas condiciones miserables.
Una dictadura validada por Indra
Lo que más choca es su papel central en las elecciones de Angola la empresa española Indra, presidida por el catalán Marc Murtra. Desde 2008 se encarga del recuento de votos de un país en el que, desde que hace casi 50 años se independizó, siempre gana el mismo partido, el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA). "Las elecciones son un fraude gigante, y no existen los desglosados de los resultados por barrios, municipios o provincias", explica Luaty Beirão, del movimiento cívico Mudei.
En las pasadas elecciones, Mudei formó decenas de personas por todas las provincias para realizar un recuento paralelo. En la capital, donde lograron una mayor movilización, el MPLA perdió por primera vez los comicios. “Los resultados se logran a base de la intimidación, del control de los medios de comunicación, pero en la ciudad hay mayor resistencia. De todas formas, los movimientos sociales están débiles. España también forma a la policía antidisturbios que se utiliza para reprimir las manifestaciones”, apunta el activista.
La Unión Europa ya no envía misiones de observación. “A veces vienen algunas personas, para que parezca que hacen algo. Pero de nada sirve”, se lamenta Beirão. En el otro extremo, el embajador de España, Manuel M. Lejarreta, consideró en las últimas elecciones un “gran éxito”.
La investigación periodística de 2020 Luanda Leaks señaló la red de empresas que están explotando el país, también las españolas investigadas para pagar sobornos, pero desde entonces poco ha cambiado. El reciente caso Koldo, que implicó al asesor del exministro José Luis Ábalos, tenía como protagonista a una empresa española que presuntamente vendía armas a Angola de forma irregular sobornando a funcionarios.
Un país que todavía vive "en una cultura de guerra"
Angola vivió cuatro siglos bajo el yugo colonial portugués. Cuando se independizó sufrió 27 años de una de las guerras más brutales del siglo pasado, en la que murieron un millón de personas. "La guerra civil terminó, pero todavía vivimos en una cultura de guerra", lamenta el historiador y antropólogo Patrício Batsîkama. “Vivimos todavía esa herencia de la colonización y del esclavismo, que negó los derechos económicos de nuestra gente. En el país no se crea riqueza, está endeudado y el dinero del petróleo y los diamantes se marchan fuera”, dice Batsîkama.
Las personas que cuestionan las provechosas ganancias económicas que tantas multinacionales extraen del país son sistemáticamente perseguidas. La feminista Laurinda Gouveia ha sido detenida en numerosas ocasiones. En abril del 2022 la policía se la llevó junto a su hijo de siete meses. Tiene secuelas físicas y psicológicas de las torturas sufridas.
“¿Cómo pueden decir que existe democracia en Angola si hay presos políticos? ¿Si no podemos reivindicar nuestros derechos?”, se pregunta. “No viví la época de la colonización, pero está claro que la gente de Angola nunca hemos tenido el poder del país. Incluso nuestros gobernantes parecen instrumentalizados. Gobiernan para la comunidad internacional. Sienten que todo está bien y no es así”.
Angola es un país con desiertos y selvas tropicales, vastas llanuras, ríos gigantes y playas de postal. Situado en el sudeste de África, es dos veces mayor que Francia. Su capital es Luanda, donde cada vez vive más gente. No existe un censo actualizado que permita saber cuántas personas hay, pero sí se sabe que en la provincia de la capital hay registrados la mitad de teléfonos móviles.
Luanda no dispone de una red de transporte público, de ahí que recientemente aplicaciones de movilidad como Yango y Heetch tengan gran éxito. El responsable de Heetch en Angola es el catalán Álvaro de Veciana.
El país tiene al kwanza como moneda y está en plena inflación de precios, de un 27% sólo en los primeros seis meses del año. Luanda ha sido durante años la capital más cara de África, pero con la devaluación de la moneda se disimula. Asimismo, Angola necesita importar alimentos a precios elevados. En un supermercado, cuatro yogures de soja Alpro valen 13.000 kwanzes, es decir, 14 euros.
A su vez, después de una época de bonanza por el petróleo, la economía se ha estancado. El número de licencias de construcción cayó un 55% en los últimos cinco años.
Angola está siempre ubicada en las peores posiciones del índice de percepción de corrupción que cada año elabora la organización Transparencia Internacional. Pese a ser un país rico en petróleo y diamantes, millones de dólares se han evaporado del país para ir a paraísos fiscales.