"Tuve que sacar a mi padre de debajo de los escombros con las manos”
Aumentan a 2.497 los muertos por culpa del seísmo de Marruecos
AmizmizSolo en la calle Sidihsahin del barrio de Amadel, en la pequeña localidad de Amizmiz, han muerto 30 personas. Es en esa misma vía donde los bomberos todavía trabajan. “No ha sido hasta la fecha que nos ha llegado la ayuda. Hemos tenido que rescatar a las personas y los muertos con nuestras propias manos”, denuncia Mehdi Hunsozy mientras gesticula enérgicamente. Todavía tiene el pelo y los antebrazos llenos de polvo. Con tan sólo 19 años, ha tenido que enterrar a 14 amigos. Amizmiz es uno de los pueblos en el epicentro del seísmo que sacudió Marruecos la noche del viernes, el peor desde 1960 y que ya ha dejado 2.497 muertos y 2.476 heridos, según el último recuento oficial. Del total de fallecidos, más de la mitad (1.452) se produjeron en la provincia de Al Haouz, donde se encuentra Amizmiz.
A ambos lados de la calle se acumulan los edificios derrumbados, de donde sobresale el cableado y algún mueble. En lo que antes era una pequeña tienda todavía se pueden ver colgadas una mochila y varios tajines de barro. La montaña de rocas que hay a su lado era un horno de pan. "En el momento del terremoto todo tembló y empezaron a caer las casas. Fue terrorífico”, narra Mehdi, que nos conduce por un callejón donde un pedazo de fachada está vertiginosamente inclinada. Es como si se asomara desde la azotea para mirar a las dos mujeres que están pasando. Una de ella llora desconsoladamente mientras se abraza a Mehdi y al resto de chicos: “He perdido a toda mi familia.” El viernes por la tarde enterraron todos los cuerpos que pudieron en el cementerio del pueblo.
El final de la calle es un callejón sin salida cuadrado y con bastante espacio: "Aquí es donde llevamos a las mujeres y los niños la noche del terremoto", explica uno de los chicos, que señala un edificio completamente destrozado y añade: "En el momento en que los sacamos de ahí la pared cayó encima. Tuvimos mucha suerte”. Es entonces cuando Mehdi interrumpe gritando: “Esto es mi casa”. Él mismo entra en los escombros del edificio con rapiez, ajeno al peligro que representan las paredes agrietadas y los trozos de techo que cuelgan. En parte quizás lo hace porque siente que “todo esto es una pesadilla”, como explica Khalil con el poco inglés que sabe.
También tiene 19 años y denuncia la falta de ayuda de las autoridades. “No nos ha llegado agua ni comida. Estoy muy triste y al mismo tiempo enfadado por todo lo que está pasando”. Khalil también ayudó en los rescates del viernes por la noche. “Saqué a mi padre de entre los escombros con mis manos y lo llevé al hospital para que le curaran”, sentencia. Por desgracia, su padre estaba frente a la casa de los vecinos cuando esta se hundió por el terremoto.
La gran mayoría de las personas que pudieron rescatar con vida tenían heridas considerables y huesos rotos. Aunque deshacemos camino para seguir avanzando, el paisaje no cambia: las montañas de piedra y polvo se acumulan indiferentemente. No hay ninguna casa intacta. Cuando volvemos al principio de la calle, los bomberos siguen trabajando en la misma cafetería para sacar el cuerpo de dos personas. La gente se amontona para poder ver el pequeño agujero de la puerta por donde de un momento a otro sacarán los cadáveres. Pese a la multitud, impera un silencio grave. Los pocos hombres que hablan lo hacen en voz baja.
Un hombre se pone delante de la puerta y pide a la gente que se aparte. "Un metro por favor", grita. El camión de bomberos se acerca y descargan una camilla. La multitud se pone nerviosa. Un poco de polvo cae del edificio mientras crujen las piedras bajo las botas de seguridad de los cuatro bomberos que trabajan dentro. Uno sale aguantando la camilla naranja; encima, bajo la lona gris, se intuye un cuerpo. Las narices se fruncen por el fuerte olor y el tiempo se dilata. Los cinco segundos que tardan en cargar el cuerpo dentro del camión se eternizan bajo los gritos deAlahu-akbar (Alá es el más grande).
Voluntarios extranjeros participan en las labores de rescate
En Moulay Brahim también se han pasado el día buscando cadáveres entre los escombros. Esta pequeña localidad de 3.000 habitantes, situada unos 40 kilómetros al sur de Marrakech y en la misma provincia de Al Ahouz, tres cuartas partes de las casas se derrumbaron por el seísmo, que mató al menos a 25 personas, según Reuters. Ahora casi todos los vecinos que han podido sobrevivir están también acampados viviendo al raso, y se quejan de que no han recibido ayuda alguna de las autoridades.
A primera hora de la tarde, sólo se había acercado un equipo de la ONG española Bomberos Unidos, que ha llegado a Marruecos para ayudar en las labores de rescate y el primer puesto que ha visitado ha sido este pueblecito. "Hemos llegado esta madrugada, hemos estado revisando una estructura en la que nos decían que faltaban cuatro personas, pero resulta que estaban muertas", explicaba al ARA Antonio Nogales, bombero de la organización que se encontraba en Moulay. La ONG, explica, lleva perros adiestrados para la búsqueda de personas vivas y tenía previsto desplazarse ahora hacia Amizmiz, otra localidad aún más cercana al epicentro del seísmo.
Campamentos improvisados en afueras de Marrakech
En las afueras de Marrakech, Waifa, Naima, Jadija y su hijo de ocho meses Janat llevan también más de dos días acampados. “No podemos volver a casa porque vivimos en un cuarto piso. El gobierno ha pedido que las personas que vivían en grandes bloques que estén una semana en volver a casa. La nuestra tiene grietas, así que esperaremos hasta entonces”, explica Waifa con resignación.
Naima, de 62 años, nos enseña cómo han tenido que improvisar una nueva “casa” con la que aguantar las frías noches y los calurosos días . La casa en cuestión son cuatro sábanas atadas entre dos árboles y un puñado de mantas tiradas en el suelo, bajo la sombra. Detrás de los árboles, bajo la sombra de los muros que rodean uno de los 15 campos de golf que tiene la ciudad, han improvisado una cocina con un fogón donde cocinan los trozos de pollo que tienen tapados con una tela. No tienen otro sitio donde guardar la carne, que está expuesta a las altas temperaturas diurnas.
“Nadie ha venido a ayudarnos, ayer pasó la policía por aquí, pero no se detuvieron. Esperamos que en algún momento venga el ejército o quien sea y que al menos nos monte una tienda donde pasar los días que quedan”, dice Waifa, quien también lamenta que de momento nadie les ha traído ni agua ni comida. “Debemos ir a comprarlo todo nosotros, para conseguir el agua debemos desplazarnos como mínimo un kilómetro”, explica. Como no tienen coche propio deben ir en taxi. Cada carrera les cuesta 50 dirhams (4,59 euros). Al ser media mañana, los hombres se han ido al centro de la ciudad para tratar de encontrar algunos trabajos con los que ganar más dinero mientras pasan los días. Waifa trabaja en un hotel de la ciudad, pero explica que le han pedido que de momento no vuelva.
Naima nos explica que 89 kilómetros más al sur, dentro del Atlas, en el pueblo de Ijokak, han perdido cinco familiares. "Encontraron los cuerpos bajo los escombros de los edificios", dice. De momento todavía se pueden comunicar con los familiares de Ijokak que han sobrevivido, pero sólo tienen un teléfono y la cobertura es débil.
Marruecos ha pedido oficialmente ayuda al gobierno español, que ha confirmado que enviará material humanitario y equipos de rescate para colaborar en las tareas de investigación entre los escombros. Una tarea que se concentra sobre todo en la zona cercana al epicentro del terremoto, en la provincia de Al Haouz, en plena cordillera del Atlas. Un primer avión con 56 efectivos de la unidad de emergencias y cuatro perros se dirigieron también hacia la zona del Atlas.
El gobierno marroquí dijo el sábado por la tarde que había puesto en marcha medidas de emergencia para enviar agua y alimentos a las zonas más afectadas, pero en estos pueblos los vecinos se quejaban de que todavía no han recibido nada. La gestión de los efectos del peor terremoto que ha sufrido el país desde 1960 puede pasar factura a la monarquía, ya que el rey Mohamed VI se encontraba como de costumbre en París cuando tuvo lugar la tragedia y tuvo que regresar de urgencia. Mantuvo silencio durante 18 horas, hasta que emitió un comunicado con las medidas de emergencia y decretó tres días de luto, la tarde del sábado.