El Dalai Lama desafía a China de Xi Jinping
El líder espiritual de Tíbet decide que la reencarnación será fuera de China, algo rechazado por Pekín
PekínLa decisión del líder espiritual del Tíbet de confirmar que se mantendrá la tradición de la institución que representa y, por tanto, que después de morir habrá un nuevo Dalai Lama, que será su reencarnación y se elegirá libremente, es todo un desafío al gobierno de Xi Jinping. El actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, ha puesto en manos de la Fundación Gaden Phodrang el futuro de la sucesión. Esta entidad, que lleva el nombre del gobierno del Tíbet independiente, es la que debe buscar, elegir y proteger al nuevo líder espiritual de los tibetanos. En realidad es una fundación creada y organizada desde el exilio y, por tanto, se da por hecho que el Dalai Lama se reencarnará fuera de China. Esto es un desafío a Xi Jinping: esta decisión, publicada a través de un mensaje de vídeo, ha sido rechazada rápidamente por Pekín, quien ha reafirmado que la sucesión seguirá las normativas nacionales y que el elegido se buscará en territorio chino y necesitará la aprobación del gobierno.
Tenzin Gyatso huyó del Tíbet en 1959, cuando el ejército chino logró controlar todo el territorio. Desde entonces vive en la India, en Dharamsala, en la falda del Himalaya, donde se han refugiado una parte de los tibetanos que huyeron del control del Partido Comunista. A sus noventa años, cumplidos el domingo, el Dalai Lama es consciente de que el camino de su sucesión es espinoso. Al morir, primero habrá que encontrar al niño o niña en quien se haya reencarnado, que se convertirá en el decimoquinto Dalai Lama. Después habrá que esperar a que crezca para que asuma el liderazgo.
Se espera que el gigante asiático aproveche ese vacío de poder y la falta de un líder con carisma para debilitar aún más el budismo tibetano. De hecho, la figura que debería regir este período de transición, el Panchen-lama, fue secuestrada por Pekín y se desconoce su destino.
Detrás de lo que se puede entender como un problema religioso, en realidad hay un conflicto territorial y político. Pekín convirtió oficialmente a Tíbet en una región autónoma en 1965, pero tiene muy poca autonomía. Para China, Tíbet es importante porque es donde nacen los principales ríos de Asia y puede controlar el acceso al agua. Además, su subsuelo es rico en minerales y en tierras raras. Tampoco puede olvidarse que el territorio tiene un valor estratégico porque representa una barrera natural a 4.000 metros de altitud, frente a un rival como India.
Pero independientemente de sus tesoros, el interés de China es político. El gigante asiático sostiene que Tíbet siempre ha sido parte de su territorio y el nacionalismo es uno de los pilares del gobierno de Xi Jinping. Para mantener un gran país hay que unificarlo, y es imprescindible que Tíbet, al igual que el Xinjiang, Mongolia Interior y Taiwán, formen parte. Son fracciones intocables de China y su reunificación es parte de la política de "rejuvenecimiento de la nación" que propugna Xi Jinping.
Pekín presume de haber conseguido modernizar Tíbet, aunque el desarrollo económico ha tenido un coste alto, ya que se ha producido a base de políticas de asimilación y represión de la cultura tibetana. China ha impulsado y subvencionado el traslado de población han (la etnia mayoritaria a China) al Tíbet, y es la que controla la economía. Incluso se ha eliminado la obligatoriedad del tibetano en la escuela para que todo el mundo aprenda el mandarín, y también se ha fomentado la laicidad para socavar la influencia del budismo.
Contrapoder desde el exilio
El gobierno chino siempre ha tenido en contra el exilio tibetano. La figura del Dalai Lama ha sido un contrapoder, ya que ha sido un gran embajador de la causa tibetana en todo el mundo y logró sumar a políticos y figuras mediáticas. En 1989 recibió el Nobel de la Paz. Por otra parte, el Dalai Lama también ha modernizado la institución y desde 2011 se apartó del liderazgo político y se creó la figura del primer ministro, que eligen por sufragio universal a los tibetanos en el exilio. Con China ha intentado negociar y se ha mostrado conciliador, renunciando a la independencia y defendiendo una amplia autonomía bajo el paraguas del gobierno central chino.
Pero las negociaciones nunca han dado resultado y Pekín sigue considerando al Dalai Lama como un peligroso separatista. Hoy en día Tíbet tiene menos defensores, o al menos puede decirse que se muestran menos contundentes que en el pasado. Los tiempos en los que incluso algunos países se plantearon boicotear los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 por la represión en Tíbet han pasado.
La Unión Europea defiende la libertad religiosa en Tíbet, pero no ha ido más allá, y Estados Unidos, que había sido firme aliado, ahora parece más interesado en cerrar un acuerdo comercial con China.
En los tiempos actuales el pacifismo que defiende el Dalai Lama no está conquistando el mundo. Por el contrario, parece que la política china de no aceptar unos derechos humanos universales y de defender la no interferencia en la política interna de otros países está triunfando, como si los derechos humanos estuvieran dejando de ser un requisito de la política internacional. Los cerca de 140.0000 tibetanos en el exilio ven cada vez más lejana la posibilidad de volver algún día a un Tíbet autónomo.